17/03/2019

El litio y la continuidad de las miradas coloniales

No hace falta contar con un máster en Energía para saber que es imperativo buscar alternativas a los combustibles fósiles. No solo porque tienden a agotarse, sino porque ya nadie puede disimular los efectos directos e indirectos que la explotación de hidrocarburos produce: agotamiento de fuentes de agua, deforestación, inundaciones, vertidos tóxicos, incendios, huracanes y subida de los niveles del mar.

En los últimos tiempos, avanza con vigor una de las soluciones tecnológicas que surgió para paliar los efectos de la economía del petróleo: la producción de automóviles eléctricos. De hecho, Renault ya lanzó el primer vehículo eléctrico que irá a comercializarse en la Argentina: un utilitario con 270 kilómetros de autonomía y un valor de mercado que oscila entre los 700 mil pesos. Es importado desde Francia.

En otros sitios, las miras políticas son claras. Por ejemplo, California prevé una reducción en la emisión de gases de efecto invernadero del 40 por ciento en relación a 1990. Detrás de ese objetivo, proyecta una serie de incentivos financieros y regulaciones que permitan que en 2030 existan 4,2 millones de autos eléctricos en su parque automovilístico. En Holanda, la meta es más ambiciosa: pretenden un parque automovilístico 100 por ciento eléctrico en 2030.

Al existir incentivos fiscales, todas las grandes automotrices experimentan hace tiempo con vehículos híbridos o modelos eléctricos pero hasta ahora, ninguna pudo igualar a la precisamente, californiana Tesla. A grandes rasgos, el marketing de esa compañía trata de hacernos creer que será posible sustraernos del apocalipsis energético y ecológico sin renunciar a la comodidad de los grandes vehículos.

La invitación de Tesla es perentoria: “Para acelerar la transición mundial a la energía sustentable”. En su gigantesca planta de Nevada, la automotriz produce automóviles eléctricos de lujo y promete alcanzar niveles de producción masivos y precios que queden al alcance de las clases medias. Pero antes de compartir el optimismo tecnológico y de aceptar sin visiones críticas el curso de la transición que se pretende, haríamos bien en observar de dónde provienen los materiales que hacen posible el uso de vehículos limpios.

Su funcionalidad depende de la capacidad de fabricar baterías que sean relativamente livianas, es decir, de litio. Las mismas que hacen posible que nuestros celulares y computadoras funcionen aunque no estén enchufados a la red eléctrica… Existe litio en roca en Australia, en Carolina del Norte (Estados Unidos) y en algunos lugares de China. Sin embargo, la forma más barata de extraerlo es mediante la evaporación en salares, es decir, lagos de sal que se formaron después de un prolongado periodo de erupción volcánica. Si bien existen en Tíbet y en Nevada (Estados Unidos), la mayoría de las reservas mundiales de litio se encuentran entre la Argentina, Bolivia y Chile.

Entre el 80 y el 85 por ciento está en una zona transandina que incluye los salares de Atacama (Chile), Hombre Muerto, Olaroz y Salinas Grandes (la Argentina), más Uyuni y Coipasa (Bolivia), entre otros de menor tamaño. Se trata de cuencas endorreicas, es decir, por allí no fluyen ríos ni otros cauces de agua. Están entre los 2.400 y los 4.000 metros de altura, presentan índices de precipitación muy bajos y de radiación muy altos. Quiere decir que el agua es poca para la vida en general.

No caigamos en los gestos coloniales típicos que tan bien conocemos los patagónicos y patagónicas: las empresas y los gobiernos ven al territorio vacío para soslayar los potenciales impactos ambientales y humanos que pueda causar una actividad hasta ahora foránea como la minería del litio. En el Salar de Atacama existen culturas que tienen alrededor de 10 mil años de antigüedad. En sus oasis, hoy se cosecha alfalfa, maíz, papas y habas. El agua se utiliza a través de un meticuloso sistema comunal, que convive con el turismo ecológico y otros emprendimientos comunitarios.

En el resto del “triángulo sudamericano del litio” viven comunidades aimaras, quechuas, kollas y likan antay, para desgracia del optimismo tecnológico del norte y sus irreflexivos seguidores vernáculos. Recordemos que en el caso argentino, rige la Ley 24.071, es decir, el Convenio 169 de la OIT. La norma establece entre otras cosas, la necesidad de la consulta previa, libre e informada.

Es obvio que hacen falta alternativas al petróleo, pero las preguntas son incómodas: ¿los problemas se acaban simplemente al sustituir los autos que funcionan con hidrocarburos por otros eléctricos? ¿Qué papel deben cumplir el transporte colectivo y público en la lucha contra el calentamiento global? ¿Asumiremos ética y políticamente la destrucción de culturas milenarias para continuar sin discusión con el consumismo de matriz estadounidense-europea? Al menos en el último caso, que lleguen a tiempo las respuestas negativas.

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