03/03/2019

Que se dé acceso a la verdad

Exhortaba Mariano Moreno: “seamos, una vez, menos partidarios de nuestras envejecidas opiniones; tengamos menos amor propio; dese acceso a la verdad y a la introducción de las luces y la ilustración: no se reprima la inocente libertad de pensar en asuntos de interés universal; no creamos que con ella se atacará jamás impunemente al mérito y la virtud, porque hablando por sí mismos en su favor y teniendo siempre por árbitro imparcial al pueblo, se reducirán a polvo los escritos de los que indignamente osasen atacarles”.

Entre otras fervorosas invocaciones, el texto que precede apareció en la célebre “Gaceta de Buenos Aires”. Abramos entonces acceso a la verdad: a principios de 1811, el ya ex secretario de la Junta de Gobierno viajaba rumbo a Londres a bordo de un navío británico. Su mujer, María Guadalupe Cuenca, recibió un pequeño envoltorio. En su interior había un velo negro, un abanico de luto y una nota que decía: “Estimada señora, como sé que va a ser viuda, me tomo la confianza de remitir estos artículos, que pronto corresponderán a su estado”. La mujer revistió ese “estado civil” el 4 de marzo, es decir, hoy se cumplen 208 años de muerte tan polémica.

En mayo de 1810, Moreno solo contaba con 31 años. Para varios de los que tuvieron la oportunidad de conocerlo era silencioso y torvo, pero el dueño de ese carácter introvertido consagró su existencia a la destrucción del sistema colonial. De sus neuronas e inspiración, surgió el Plan Revolucionario de Operaciones que, entre otras cosas, contemplaba la utilización de la violencia para el logro de los objetivos.

Antes de los sucesos que protagonizó, ya tenía fama de gran abogado en Buenos Aires. Fue asesor del Cabildo y relator de la Audiencia. La impronta que dejó en la historia argentina es indeleble y no tiene parangón, ya que solo fueron siete meses los que mediaron entre su asunción como funcionario de la Junta de Gobierno y su partida hacia Europa. La historia oficial afirma que iba en misión diplomática, la otra apunta que marchaba hacia su muerte.

No es un secreto para nadie que Moreno era jacobino y que sus posiciones políticas eran furiosamente antimonárquicas. El relato tradicional sostiene que, a raíz del carácter moderado y la política conciliadora de Saavedra, ambas figuras rivalizaron en poder hasta que el bando del segundo consiguió desplazar del gobierno a los seguidores del fundador de la Gaceta de Buenos Aires. Una vez que logró su cometido, el presidente de la Primera Junta puso en práctica una costumbre que luego se repetiría hasta el hartazgo en la historia argentina: envió a su rival lejos.

“Me voy, pero la cola que dejo será larga”, les dijo Moreno a sus amigos cuando partía. Sentencia profética, si incluso en el siglo XXI, nos seguimos ocupando de su figura... Curiosamente, tanto propios como extraños, se hicieron presentes en el puerto de Ensenada para la despedida. Allí les confió a Tomás Guido y a su hermano Manuel: “Algo funesto se anuncia en mi viaje”. Estaba en lo cierto.

El testimonio que dejó Manuel no deja lugar a las dudas, aunque todavía se enseñe que Moreno falleció por cuestiones de salud. “Su último accidente fue precipitado por la administración de un emético que el capitán de la embarcación le suministró imprudentemente y sin nuestro consentimiento”. Según el diccionario, emético es una sustancia que provoca el vómito.

Puede argumentarse que el mandamás del bajel ofició de buena voluntad, pero los acontecimientos posteriores no permiten que esa hipótesis crezca. Al empeorar la salud de su hermano Mariano, Manuel le suplicó que se desviase a un puerto cercano, ya que el continente no estaba lejos. Pero el inglés no accedió y, en consecuencia, no se le pudo brindar asistencia alguna porque no había médico a bordo.

Guido y Manuel asistieron al revolucionario en su lecho de muerte y recogieron frases entrecortadas. Moreno no se había caracterizado por una salud férrea, pero antes de la partida, nada permitía augurar un fallecimiento repentino y violento. En medio de convulsiones, el amigo y el hermano recibieron instrucciones sobre la misión diplomática a desempeñar, frases cariñosas para su mujer y su hijo e incluso, un perdón para los enemigos.

Según Manuel, sus últimas palabras fueron “Viva la patria, aunque yo perezca”. La agonía duró tres días más y, en la madrugada del 4 de marzo de 1811, dejó de existir. Diez días después, su mujer todavía le escribía cartas primorosas: “Mi querido y estimado dueño de mi corazón...” ¿El primer crimen impune de la historia política argentina? El veneno fue inglés, pero la inspiración claramente rioplatense. Demos paso a la trama de la verdad.

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