18/02/2019

Al consumir, no seamos pescados

La mayoría supone que comer pescado está bien porque en términos alimentarios aporta vitaminas B, calcio, yodo y otros beneficios para el organismo. Pero en realidad hay que ver qué pescado, no solo para dilucidar si efectivamente ingerir ese alimento es bueno para la salud individual sino también, para saber qué pasa con el medio ambiente, con los fondos marinos y con el conjunto de las especies.

La producción pesquera mundial alcanzó un máximo de aproximadamente 171 millones de toneladas en 2016, de las cuales la acuicultura representó un 47 por ciento. Ante la estabilidad en la producción de la pesca de captura desde finales de los 80, la acuicultura se convirtió en la desencadenante del impresionante crecimiento que experimenta el suministro de pescado para consumo humano.

Los datos provienen de “El estado mundial de la pesca y la acuicultura 2018”, que dio a conocer la FAO. La tendencia se basa en la sólida demanda que presiona en los mercados internacionales, que incluye su aumento en Asia Oriental y sudeste asiático, especialmente en China. En Europa, España es uno de los mayores consumidores, con una media de casi 27 kilos de pescado por persona por año.

La demanda se satisface con la expansión de la acuicultura intensiva a través de “granjas de pescado” o piscifactorías. En términos globales, uno de cada dos peces que se consumen proviene de la producción industrial. Se trata de un modelo que en 2030 suministrará casi dos tercios del pescado que se consuma en el mundo, según el informe “La pesca hasta 2030: perspectivas de la pesca y la acuicultura”, del BM y la FAO.

La profundización del esquema pasa por alto los impactos sociales y medioambientales, que son muy negativos. Al igual que con el asunto de los monocultivos de oleaginosas o los corrales de engorde, aquí la lógica obedece a la maximización de la rentabilidad. Entonces, se crían las especies de alto valor económico, es decir, las que más se demandan para el consumo. En Noruega y Chile, el salmón; en España, la dorada, la trucha y el atún, por dar ejemplos.

La mayoría son peces carnívoros que necesitan de otros para su engorde. Está documentado que para producir un kilo de salmón se necesitan 3 kilos de otras especies y para 1 kilo de atún, nada más y nada menos que 20 kilos. Esa presión genera mayor sobreexplotación de los recursos pesqueros. Es habitual también que la rapiña se traslade a las costas de los países del sur, entre los que se encuentra la Argentina.

Los tratamientos que se aplican en las piscifactorías para combatir las enfermedades infecciosas son otro factor de riesgo para la salud medioambiental y el consumo humano. Son usuales los baños de formol, con pretendida función antiparasitaria. También es corriente en la producción industrial de pescado el suministro preventivo de antibióticos, que se acumulan en los órganos internos del animal.

Las condiciones en que se encuentran no ayudan: el hacinamiento en piscinas y jaulas facilita la propagación de enfermedades. Su impacto en los espacios territoriales y las comunidades locales es también importante. Las características de las instalaciones, que consisten en grandes superficies de piscinas, compiten por el uso de las aguas con las poblaciones autóctonas y los pescadores artesanales.

Al valerse estos emplazamientos de altas dosis de productos químicos y sustancias tóxicas, se produce contaminación en suelos y en entornos acuáticos. Además, la introducción de especies exóticas afecta a las especies nativas, al igual que la fuga de ejemplares. Otra faceta tiene que ver con la pesca de captura a gran escala, que se desarrolla hasta aguas cada vez más profundas. En el mar Mediterráneo el 92 por ciento de las poblaciones de peces sufre sobreexplotación y en el Atlántico, el 63 por ciento.

El medioambiente padece con técnicas como la pesca de arrastre, que a través del uso de redes que barren el suelo del mar, destruye los fondos marinos. La perversa metodología termina con los hábitats naturales como los arrecifes de coral y además, captura peces que no son el objetivo, entre ellos, ejemplares inmaduros o peces no deseados que se descartan. Vuelven al agua muertos o casi muertos.

Se da en el sector el mismo proceso de concentración que en otras variantes de las industrias alimentarias, porque muy pocas empresas se reparten la torta. Un puñado de grandes compañías ejerce el control a través de participaciones directas o indirectas en la cría, el procesamiento y la comercialización. Cuatro empresas controlan más del 80 por ciento de la producción mundial de salmón, las cuatro noruegas. Comer pescado puede hacer bien, pero hay que tomar muchísimas precauciones para no ser cómplice de un proceso inaudito de destrucción.

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