22/12/2018

EMOCIONES ENCONTRADAS: Una salida con la abuela

EMOCIONES ENCONTRADAS: Una salida con la abuela

Lidia regaba las plantas, cumpliendo ese rito cotidiano que parecía acompañarla de toda la vida. Algunas, en repisas; otras, sobre la mesa o frente a la ventana, esperaban la bendición del agua que, en su paciente recorrida, ella les iba brindando. Pasó frente al retrato de su compañero de siempre que, desde hacía un tiempo, ya no estaba; como cada mañana, se detuvo un instante ante él y lo saludó, tirándole un beso. A veces, lo extrañaba siguiéndola con el mate mientras ella iba de maceta en maceta. Ese día no había encendido la radio porque Macarena, una de sus nietas, se había quedado a dormir. Había terminado la escuela y la casa de su abuela era el refugio ideal para el descanso y los “mimos”. Era la menor de otros cuatro pero ella, con sus catorce años, era su gran compañera.

-Mañana despertame, abue, así te acompaño –, le había dicho, sentada en el sillón frente al televisor, mientras su abuela se iba a dormir.
-Bueno. Pero no te quedes hasta tarde, que quiero salir temprano –, respondió Lidia, desde el dormitorio.

Mientras la muchacha daba cuenta del desayuno, Lidia se terminó de arreglar frente al espejo.

-¡Te re arreglaste abue! –, exclamó Macarena al verla venir del dormitorio.
-Y sí, hija. No voy a salir en chancletas al centro –, le respondió la mujer, con una sonrisa.
-Todas esas cuentas las podés pagar por internet –, dijo la jovencita.
-¿Sí? – preguntó Lidia, mientras caminaban rumbo al centro.
-¡Sí, tenés la compu! Yo te voy a enseñar, así no salís. Es más cómodo –, comentó.

Lidia asintió, mientras se detenía a mirar una vidriera. Entraron al local a preguntar el precio de unos platos dispuestos en la vidriera y que habían llamado su atención.

-Están lindos, ¿no? – Le preguntó a su nieta. – A la vuelta vamos a pasar a comprar seis. Siempre vienen bien cuando nos juntamos todos –, concluyó mientras salían del comercio.

A unas pocas cuadras, vieron venir hacia ellas, por la vereda, a una señora.

-¿Cómo te va querida? –, dijo aquella mujer, alegrándose de verla. – ¿Esta es tu nieta? –, le preguntó mientras saludaba a ambas.
-Sí, la menor. Tengo otros cuatro –,respondió Lidia con orgullo, aferrando el brazo de la niña.
-Yo tengo tres –, comentó la señora, acompañada de un gesto de su mano. – Voy de vuelta porque al más chico me lo traen al mediodía –, dijo mirando el reloj. – Los padres trabajan y yo lo cuido –, concluyó.
-Los míos ya están creciditos –, continuó Lidia. – Esta regalona se quedó a dormir porque terminó la escuela.
-¿Salieron a ventilarse un poco? Está tan lindo –, prosiguió aquella mujer.
-Salimos a hacer unos trámites y a pagar la luz –, aportó Lidia.
-Hay querida, anda con paciencia porque es un mundo de gente –, graficó la señora.

Se despidieron, con la promesa de no dejar pasar tanto tiempo para volver a verse.

-Con esa chica, nos conocemos desde la escuela –, dijo Lidia sonriendo, feliz por el encuentro.
-¡Abue! ¿Qué chica? ¡Tiene tu edad! –, dijo Macarena.
-¿Y qué? Viejos son los trapos y se tiran, mi amor –, bromeó la abuela, divertida.

Luego de varios minutos de espera para pagar la luz, emprendieron el regreso.

-Vamos a pasar por la farmacia que tengo que entregarle una receta a la chica que me atiende siempre –, propuso Lidia.

Mientras su abuela dialogaba con la empleada de la farmacia, Macarena miró unos perfumes y pidió probar uno.

-Mirá que rico, abue –, dijo la niña, acercándole el revés de la muñeca a la nariz.
-¿Te gusta? – le preguntó Lidia.
-Sí, es rico –, respondió Macarena, volviendo a olerlo.
-Lo llevamos – dijo Lidia, mirando a la empleada.
-¡Abue! – exclamó Macarena.
-Es un regalo, porque terminaste bien la escuela –, respondió la abuela mirándola de reojo, con indisimulable orgullo.

Un beso de la nieta en la mejilla pagó con creces el regalo y esa mañana soleada.

Ya de regreso, luego de pasar por el bazar a adquirir los platos, llegaron a la casa. Sentada a la mesa, Macarena disfrutó de esa alquimia única de las abuelas, que hacen crecer aromas desde la nada, acariciando ingredientes y utensilios, grabando para siempre en el alma fragancias de amor. Se dio cuenta, pese a su corta edad, de que todo lo vivido esa mañana, la dicha de tomar el brazo de su abuela y caminar, deteniéndose a mirar, a conversar, recibir un regalo, no habría sido posible si Lidia supiera pagar las cuentas desde la computadora.

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