15/12/2018

Para que el patriarcado tambalee, se requieren transformaciones políticas e institucionales

A tal punto los avances en la historia de la humanidad se concretaron desde una perspectiva patriarcal que, por ejemplo, la Declaración de los Derechos Humanos que emanó de la Revolución Francesa no implicó cambios sustanciales en la posición de la mujer. A fines del siglo XVIII, ellas continuaron en el mismo lugar secundario en la sociedad occidental, situación de marginación que perduró en muchos aspectos hasta el propio siglo XX.

Un número importante de postergaciones continúa vigente. Si bien durante los meses que siguieron a la Toma de la Bastilla, los parisinos y parisinas se llamaban a sí mismos “ciudadanos” y “ciudadanas”, sólo los primeros comenzaron a gozar de los derechos políticos que siguieron al desmoronamiento de la monarquía. Esa perpetuación de la desigualdad detonó la lucha de las “suffragettes”, las defensoras del sufragio femenino.

Los reclamos se ampliaron al requerimiento de condiciones mínimas de vida y participación social del género. El 8 de marzo de 1922 sería un hito más de no haber finalizado de manera tan trágica, ya que los reclamos de las mujeres conocían por entonces décadas de antigüedad desde la perspectiva de género. Tanto las calles de Estados Unidos como de Europa habían albergado sus manifestaciones, las que “grosso modo” reclamaban el derecho a poseer derechos.

En el presente, está clarísimo: la violación de los derechos de las mujeres persiste en la Argentina y todo el continente. Además, al retornar la miseria y el abandono, las omisiones y ataques se acentúan. Como bien sabemos, ni siquiera corporalmente están seguras las mujeres. A escala planetaria y según Amnistía Internacional, al menos una de cada tres fue golpeada, obligada a mantener relaciones sexuales o sometida a algún otro abuso. En Chile, según datos del Centro de Análisis de Políticas Públicas de la Universidad Nacional, en la región metropolitana (Santiago), el 50,3 por ciento de las mujeres sufrió algún tipo de violencia.

Se considera que los atropellos a los derechos de las mujeres, que incluyen discriminación, tortura, esterilizaciones forzadas, violencia de género, prostitución y pornografía, descansan en una tan profunda como falsa creencia en la inferioridad femenina, no asumida pero ejercida tanto como por hombres como por las mismas perjudicadas. Este “mandato” cultural coloca las mujeres en una posición marginal.

Según el Informe Mundial sobre la Educación para Todos, titulado “Género y educación para todos: paridad e igualdad”, que elaboró UNICEF, más del 56 por ciento de los 104 millones de menores no escolarizados que existían en el mundo cuatro años atrás eran niñas. Además, más de dos tercios de los 860 millones de analfabetos del planeta eran, una vez más, mujeres. En esta columna, periódicamente referimos tan odiosa marginación.

Las restricciones impuestas a las mujeres se esparcen en toda la vida social, principalmente, en sus campos menos visibles, como el sistema penitenciario. Conforme al Diagnóstico sobre la Situación de los Derechos Humanos de las Mujeres en México, “el Estado no garantiza las condiciones necesarias para la rehabilitación de las reclusas y, sobre todo, no ha atendido la problemática de hacinamiento y de convivencia de las madres reclusas y sus hijos que viven en los penales”. Además, son “juzgadas más severamente que los varones por los mismos delitos y cumplen penas más severas”.

Hay cuadros muchísimo más graves. Los abusos cometidos en contra de las mujeres alcanzan el más alto grado en determinados países de América Latina hasta llegar hasta la lisa y llana destrucción física. A pesar de que la violencia contra ellas es generalizada, en Centroamérica, las más afectadas son las guatemaltecas: de los 850 “femicidios” que se registran en la región en promedio, cerca de 400 tienen lugar en ese atribulado país.

La macabra estadística arroja que la mayoría de las víctimas fue asesinada con armas de fuego luego de su violación y tortura. Los datos se desprenden de un monitoreo que realizó el Centro de Reportes Informativos sobre Guatemala (CERIGUA) a partir de los informes difundidos por los medios de comunicaciones locales. Otro de los países que ostenta un índice elevado de asesinatos de mujeres es Honduras, tasa que lamentablemente se agravó después de la perpetración del golpe de Estado de 2009.

En la Argentina, la denuncia de Thelma Fardin que acompañó el Colectivo de Actrices Argentinas generó un efecto dominó que parece imparable. Las redes sociales replicaron testimonios de acosos y abusos sexuales, no sólo en el ámbito del espectáculo y los medios, sino también en las escuelas, como en Bariloche, donde los reclamos ganaron la calle. Imposible volver atrás, después de tamaña irrupción pero, para que el patriarcado efectivamente tambalee, hacen falta transformaciones políticas e institucionales, además de respuestas acordes por parte del Poder Judicial. Ya mismo, no para la próxima generación.

Te puede interesar
Ultimas noticias