27/11/2018

Cambio climático: en tobogán hacia el caldero

En Bariloche la primavera se hizo esperar, al igual que en el resto del sur argentino y chileno. En España, se produjeron un mes atrás nevadas sustantivas que complicaron la vida cotidiana por su llegada anticipada. En Alemania, el otoño fue benévolo hasta la semana pasada y la sequía que afecta al país, hizo que las aguas del río Rin bajaran tanto en algunos sectores de su trayecto que la navegación se vio en problemas.

Las observaciones a simple vista denotan que el cambio climático ya no respeta a nadie, aunque como siempre, sus consecuencias se tornan más agudas en los países que eternamente están en vías de desarrollo. Las conclusiones del sentido común solo encuentran adversarios en aquellos que no quieren ver, entre ellos, el presidente estadounidense.
Además, las percepciones comunes y corrientes cuentan con el respaldo de las apreciaciones científicas. Días atrás la Organización Meteorológica Mundial (OMM) dio a conocer que la concentración de gases de efecto invernadero acumulada en la atmósfera alcanzó un nuevo máximo, que no reconoce precedentes. Para encontrar niveles similares, hay que remontarse a tres o cinco millones de años.

En aquellos tiempos remotísimos, la temperatura media del planeta oscilaba entre los 2 y 3 grados superiores a las marcas actuales y el nivel del mar estaba entre 10 y 20 metros más elevado. Ante evidencia tan contundente, el secretario general de la OMM dijo lo que ya (casi todos) sabemos: “La ciencia es clara: si no reducimos rápidamente las emisiones de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero, el cambio climático tendrá efectos cada vez más destructivos e irreversibles en la vida en la Tierra”.

Para aportar dramatismo, Petteri Taalas, un especialista de origen finlandés, añadió otra certeza: “Nuestra oportunidad de actuar está a punto de agotarse”. En coincidencia con otras voces científicas, quiso invocar a la urgencia para incidir en las decisiones de aquellos y aquellas que tienen en sus manos revertir las tendencias crecientes en las emisiones de gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático. Entre ellos, buena parte de los asistentes a la Cumbre del G20 en Buenos Aires.

A esta altura, deberíamos saber de memoria que la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero, es la principal causa del aumento de la temperatura global. No todos los contaminantes que se emiten terminan en la atmósfera, ya que aproximadamente la mitad de las emanaciones es absorbida por los océanos o la vegetación, al desempeñar su rol de sumideros naturales. Pero como las emisiones son cada vez mayores y tales sumideros se saturan cada vez más, la concentración en la atmósfera también crece y se produce de forma más rápida.

Según la OMM, la concentración media de dióxido de carbono (CO2) pasó de 400,1 partes por millón (PPM) en 2015 a 403,3 PPM en 2016 y a 405,5 PPM el año pasado. Según los expertos, se considera que una concentración por encima de las 450 partes por millón supondría un aumento de la temperatura media global por encima de los 2 grados centígrados, es decir, el límite que la comunidad científica considera de “riesgo” para impactos severos e impredecibles sobre sociedades y ecosistemas.

Pero la entidad internacional también apuntó un par de novedades: señaló que subieron las concentraciones de metano y óxido nitroso y que además, reapareció el CFC-11 (tri-cloro-fluoro-metano), un potente gas de efecto invernadero cuya producción aumentó en el oriente de Asia, donde la industria se vale de su utilización. Como puede apreciarse, el modelo de desarrollo autodestructivo, ignora fronteras.

El Boletín de la OMM en el cual se difundieron las renovadas y desalentadoras informaciones, se basó en las observaciones del Programa de Vigilancia de la Atmósfera Global, de la propia entidad internacional. La iniciativa documenta los cambios en los niveles de los gases que causan el calentamiento del planeta y que provienen de procesos industriales, del uso de energía que procede de combustibles fósiles, de prácticas agrícolas intensivas y de la deforestación.

El Programa evalúa la información que aportan 53 países. Si las advertencias de la OMM suenan familiares al lector y lectora, es porque sus datos se suman a las pruebas que aportó aproximadamente un mes atrás el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), que también fueron objeto de comentario por parte de esta columna.

Recodemos que según el IPCC, las emisiones netas de CO2 deben quedar en cero en 2050 para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados. La meta no implica que no se produzcan más emisiones, sino que la cantidad que se incorpore a la atmósfera, debe ser igual a la que absorban los sumideros. Pero hay una gran ausencia: voluntad política.

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