27/10/2018

EMOCIONES ENCONTRADAS: Una pícara venganza

EMOCIONES ENCONTRADAS: Una pícara venganza

Aquella noche Gerardo y Jorge habían decidido apartarse del resto de la barra. Generalmente salía todo 5° B, se encontraban en algún lugar y de allí arrancaban. La mayoría iba a ir a tomar algo y después a un asalto que se organizaba el Petaca en su casa. Tenía un quincho grande y daba para juntarse y bailar un rato; algunos llevaban gaseosas, las chicas hacían unas tortas, otro llevaba unos long plays y el Petaca se las ingeniaba para tener algo “espirituoso” encanutado por ahí. El viejo tenía una despensa y él le sacaba a escondida alguna botella que seguía la ronda en la juntada. Se armaban lindas farras, venían los pibes del otro quinto y algunos amigos; otros se iban por ahí y llegaban más tarde.

Esa noche daban en el cine Coliseo El expreso de medianoche. Los demás ya la habían visto pero ellos dos no, porque viajaron con la selección de vóley al Provincial. Salieron del cine y encendieron un cigarrillo.

- Pará que voy a comprar más. -dijo Jorge acercándose al quiosco que estaba junto al cine.
- Compráme unos chicles. -pidió Gerardo metiendo la mano en su vaquero, dándole un billete.

Caminaron despacio, pitando y mirando la gente que cruzaban. La noche estaba fresca pero igual había movimiento.

- Parece que me voy a llevar química. -contó Jorge mirando el piso. Su voz sonó apenada.
- ¿No la levantás? -preguntó Gerardo.
- Ni con un guinche. Aparte la vieja me tiene cruzado. -continuó su amigo.
- ¿A vos solo? -lo consoló su compañero-, se la lleva casi todo el curso.
- No se le entiende un pomo -se lamentó Jorge- para colmo ni deja copiarse.

Gerardo quitó el celofán de la caja de chicles, la sacudió un poco, dejó que cayeran dos en la mano de su amigo y le preguntó:

- ¿Y en dactilografía como venís?
- ¡Una maravilla papá! La hago humear a la Olivetti -fanfarroneó.

Entraron a una galería y se detuvieron a mirar unos buzos que lucía un maniquí.

- Ojalá no lo vendan. Le dije a mi vieja si me lo compraba. -dijo Gerardo.

Jorge asintió mientras miraba la escalera que estaba a unos metros, descendía a un local donde se jugaba al pool, además había algún metegol, mesas para jugar a la generala o algún otro juego.

“Veamos que hay”, dijo Jorge y bajaron. El lugar estaba bastante concurrido, se veía una nube de humo que le daba un aspecto misterioso, mezclado con las luces de colores y la música. Estaba bueno el lugar. Recorrieron con la mirada y vieron varios pibes conocidos. Se acercaron a una mesa donde jugaban un pool dos pibes de 5° A con unos del Don Bosco. Gerardo estaba entretenido cuando sintió que su amigo le daba un suave pechazo, llamándole la atención. Cuando lo miró, Jorge le hizo un gesto con la cabeza, invitándolo a hacerlo en dirección a una mesa de un rincón. Allí estaba el Ruty. Era un compañero con el que no se llevaban para nada: agrandado, presumido y sobrador, con eso le bastaba para que lo tuviera cruzado. Tenía con que; había llegado hacia dos años, con el pase desde San Isidro, de un colegio privado, pero como no consiguió lugar en otra escuela, fue a parar al Nacional. Era uno de los pocos que tenía moto, importada, una Kawasaki azul oscuro que era una belleza, además el loco empilchaba. Hablaba de rugby y veleros, cosas que los pibes del curso solo veían en El Gráfico. En realidad no se lo bancaba casi nadie, pero Gerardo un poco menos, porque el fulano andaba corriéndole el ala a Lucía. Gerardo estaba perdidamente enamorado de ella y aunque se intuía que su interés era correspondido, la timidez no lo dejaba abrir ninguna ventana. Su amigo lo sabía, se conocían desde primero inferior, sobraban las palabras, con solo mirarse se entendían.

- Mirálo al infeliz. -le dijo a Gerardo.

Ruty estaba concentrado mirando el tablero de ajedrez delante de él.

- Se hace el que piensa y no se sabe ni la tabla del 9 de memoria. -ironizó Gerardo.
- ¿Vámonos? -sugirió Jorge.
- Pará, mirá, allá están los de vóley. -le dijo su compañero y se acercaron a un metegol donde cuatro muchachos jugaban un partido. Eran unos amigos de la selección.

Se detuvo por un minuto el juego y comentaron algunos detalles del provincial, del que habían llegado hacia unos días. Ellos iban al Comercial pero se cruzaban casi siempre.

- ¿En que andan? -preguntó uno de ellos.
- Vamos a un asalto a lo del Petaca. -contestó Jorge.

Gerardo de soslayo observaba a Ruty, pensativo frente al tablero, en una partida con otro pibe. Jorge miró a su amigo y vio ese destello de rabia en su mirada. Ruty sabía que él no se lo bancaba y le había hecho algunas. Un día, a la salida, había detenido la moto para saludarlo, llevando a Lucía en la parte de atrás. Lo sobró. Ella no se dio cuenta de la jugada, era lo suficientemente noble como para no deslumbrarse por unos fierros; estaba contenta por dar una vuelta en moto. Al otro día Susy le comentó que Lucía había dicho que al dejarla en su casa, cuando bajó de la moto, él le había querido dar un beso. A Gerardo le dolió el corazón y entendió como duelen los celos.

Casi sin querer se encontraron a unos metros de la mesa donde aquella pareja jugaba al ajedrez. Gerardo estaba detrás del contrincante, con Jorge a su lado, frente a Ruty, que tenía un vaso de whiscola de un lado y del otro un atado de cigarrillos.

- Fuma cigarros de mina. -le comentó su amigo entre dientes, mirando el atado de LM que tenía sobre la mesa.
- No le da para fumar Particulares al infeliz. -le contestó Gerardo, haciendo mención a aquellos cigarrillos negros que él fumaba. En realidad se había acostumbrado a ellos porque los fumaba su papá y él le sacaba a escondidas; de ahí se acostumbró.

Gerardo miraba a la distancia, deseando que perdiera la partida. Ruty jugaba con las blancas y quien estaba frente a él lo llevaba de arreo hacia una derrota segura. Lo tenía en jaque.

Entre la multitud, nadie se dio cuenta de que Jorge, deslizándose como una serpiente dispuesta atacar ante el menor descuido, se había parado detrás de Ruty, que tenía un brazo sobre la mesa y con el otro sostenía la cabeza, con dos dedos apoyados en su cien, abstraído en la partida, con todos sus sentidos puestos allí. Interiormente, Gerardo sabía que con su sola presencia lo inquietaba al ver que le ganaban. Sin mirar, tomaba el cigarrillo que descansaba junto a él, con el filtro apoyado en el borde y la parte encendida asomada al piso. Pitaba y lo volvía a dejar allí, pensativo. Fue en ese momento cuando Jorge decidió vengar a su amigo, haciendo gala de habilidad y coraje. Esa mole de rulos con camisa a cuadros que estaba sentada delante de él había mellado el orgullo de su hermano (así lo sentía) y el estaba decidido a vengarlo.

Con la frialdad de un cirujano, decidido y preciso, tomo suavemente el cigarrillo, sin que nadie se diera cuenta, salvo su amigo desde el otro lado de la mesa, y lo puso exactamente al revés de cómo estaba, con las brazas apoyadas y el filtro hacia el piso. Con el sigilo de un gato se retiró unos metros solo a esperar la próxima pitada. Sin dejar de mirar el tablero, Ruty desplazó su mano al costado y entre el dedo pulgar y el medio tomó el cigarrillo, llevándoselo a la boca, sin reparar que lo hacía del lado encendido. En cuanto lo apoyó en los labios, quemándose, dio un salto hacia atrás que se llevó puesta la mesa, dejando el desparramo de piezas de ajedrez alrededor. Lo rodearon unos pibes a socorrerlo y se armó un revuelo que el vengador aprovechó para escabullirse.

Los dos amigos subieron en silencio la escalera, retirándose rumbo a lo del Petaca. Solo Jorge balbuceo: “Andá a darle un beso a tu abuela”.

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