Brenda Díaz el 30 de diciembre fue encontrada muerta en el domicilio materno.

Si bien primero se indicó que fue un suicidio por asfixia, luego, ante la presión de los familiares, se comenzó a tener en cuenta la posibilidad de que se podría haber tratado de un femicidio.

Aquel día, la joven de treinta años iba a reencontrarse con su hija, quien había viajado a Buenos Aires junto a la abuela y la tía.

La pareja de Brenda indicó que la halló sin vida al regresar de trabajar.

El martes se realizó una nueva marcha en pedido de justicia.

Alrededor de ciento cincuenta personas acompañaron el reclamo de la familia.

Cada una de ellas cargaba su propio dolor.

Estaba el dolor de quien se pone en el lugar del otro y percibe el desasosiego como propio; el dolor de la persona que pertenece a una agrupación que reivindica los derechos de la mujer y siente la necesidad de respaldar la protesta; el dolor de quienes conocieron a Brenda; el dolor de la hermana menor; el dolor del hermano varón, que actúa un poco de vocero del sufrimiento; el dolor de la mamá…

Pero, entre todos los dolores, al igual que en la primera marcha, del 4 de enero, resaltó el de una pequeña que cargaba un cartel con la leyenda “Justicia por mi mamá”.

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Pasadas las ocho de la noche, cuando la manifestación que había salido una hora antes de la Escuela de Arte La Llave arribó al Centro Cívico, la madre de Brenda se sentó en los escalones que dan a las puertas del municipio y abrazó a su nieta de siete años.

Todos los dolores, un dolor.