EL RECUERDO DE UNA CHARLA CON EL CUBANO

| 22/11/2022

Dicen que Pablo Milanés murió…

Dicen que Pablo Milanés murió…
Fotos: gentileza de Noelia López.
Fotos: gentileza de Noelia López.

Dicen que Pablo Milanés falleció en Madrid.

Tenía setenta y nueve años.

Cualquiera que haya contado con la posibilidad de escucharlo en vivo sabe cómo es la voz de un dios de ébano.

Entre las cosas que tiene esto del periodismo, está lo de conocer a gente que uno cree inalcanzable.

El asunto es en especial grato cuando hablamos de artistas.

Porque con aquellos que siempre nos sentimos cercanos a partir de su obra existe una conexión desde antes de empezar a conversar.

Puede ser que, en alguna ocasión, alguno se distancie de la idea que teníamos sobre él y la impresión no sea del todo buena, pero, en general, me ha ido bien.

Aunque solemos no percatarnos, son humanos y pueden tener días mejores que otros, pero cuando me ha tocado dialogar con alguien a quien admiro, casi siempre, al terminar la entrevista, tuve una sensación de lealtad conmigo mismo, en el sentido de decir: “No me equivoqué cuando comencé a escucharlo, o a leerlo, o…”.

Es decir, oír de cerca la voz de quien supo deleitarnos el alma nos traslada al momento en que descubrimos sus creaciones y se produjo el encantamiento.

Al haber podido hablar con varias de esas personas, uno va perdiendo el nerviosismo que normalmente tendría en una situación así.

No es que se lo tome como algo normal, se siente un cosquilleo, pero no paralizante.

Sin embargo, aquel sábado 9 de abril de 2011, cuando me encontré con Pablo Milanés, me temblaban las piernas.

Nos reunimos en el bar del hotel porteño donde él paraba.

Parecía un buda de tez morena.

Pronto, la calma que emanaba de su ser me inundó y los nervios se despejaron.

Hablamos de temas diversos.

Por ejemplo, sobre los instantes dedicados a la composición. Mostrando una coincidencia con Joaquín Sabina, Pablo dijo: “Parece que nosotros tenemos una tendencia, cuando estamos felices, a irnos por ahí, divertirnos, y cuando somos infelices nos dedicamos a la pluma y reflejamos lo que espiritualmente sentimos. Creo que por eso la tristeza nos lleva a la creatividad. La verdad es que, en los momentos en que soy feliz, antes que sentarme a escribir y a trabajar, prefiero dar una vuelta”.

También señaló que, en ese período de su vida, sobre el escenario se encontraba en plenitud. “Me complace la actuación en vivo, por eso voy de trotamundos por ahí, metiéndome en cada pueblo, en cada ciudad. Gozo de eso más que de cualquier otra cosa”, expresó.

Asimismo, había reflexionado: “La confrontación con los espectadores es lo máximo. Las grandes estrellas se perdían esto, porque casi no actuaban en vivo, pero ahora, como el disco -en cuanto a ventas-, ha decaído, tuvieron que ir a buscar al público en persona. Yo digo que no saben lo que se perdían, porque nosotros, abajo, sí disfrutábamos con la gente”.

Le consulté por un departamento que había tenido en el mismo edificio de Sabina, en Madrid, y contó que, tras un divorcio, se lo había quedado… “Pero como no me gustan los apartamentos, vendí la vivienda pronto, y la despilfarré, me la bebí de inmediato”.

En ese momento, el ambiente se llenó de risotadas.

Durante la charla, le dije que no hacía mucho se había reeditado en cd el mítico álbum En vivo en Argentina, con el registro que salió de una serie de recitales históricos que él y Silvio Rodríguez habían ofrecido en 1984 en el estadio de Obras Sanitarias de Buenos Aires.

–¡¿Otra vez?! –exclamó, asombrado.

–¿Cómo recordás aquellos conciertos? –consulté.

–¡Uy! Fueron preciosos, inolvidables. Veníamos a dar un recital y dimos catorce, te puedes imaginar… No esperábamos tanta receptividad por parte del público argentino, ni que conociera nuestra obra: acá no había ningún disco, no teníamos un programa de televisión ni de radio, no salíamos en ninguna parte. Era imposible pensar que íbamos a tener esa repercusión. Fue insólito.

–Adriana Varela me contó que, en tiempos de dictadura, las canciones de Silvio y tuyas se pasaban en forma clandestina, en casetes grabados de manera precaria, de mano en mano.

–Hombre, claro, exactamente, fue así.

–Joaquín Sabina reveló, en el libro Sabina en carne viva, que uno de sus deseos es verte reconciliado con Silvio, y que por eso, en un viaje que hizo a Cuba, estuvo a punto de llevar a Rodríguez a tu casa, pero que al final desistió. Si lo hubiera hecho, ¿cuál habría sido tu reacción?

–Todavía me lo pregunto… No le contesté a él y tampoco te responderé a ti…

–Tu distanciamiento con Silvio ya ha entrado en el ámbito de la leyenda, ¿hace cuánto que no se ven?

–Veintipico de años.

–Seguirá como duda, entonces, la viabilidad de un reencuentro…

–Yo creo que es imposible. Pero ya, no hay que insistir con eso. Nos respetamos en la lejanía; nos queremos a la distancia. Es lo mejor.

–A pesar de todos los errores que ha tenido la Revolución en el poder, ¿te sentís un revolucionario?

–Por supuesto. Todas mis arengas son para arreglar la Revolución, para reconstruirla, devolverle lo que tuvo de verdadera, de buena. Esos son mis criterios.

–¿Es factible recomponerla?

–Yo creo que es posible. Tenemos un país y tenemos la gente, que es lo principal.

–¿Falta que se den las circunstancias?

–No, crearlas; las circunstancias se crean.

–¿Pero la Revolución puede cobrar vida nuevamente? Me refiero a la intensidad de los rasgos positivos, porque está claro que no murió.

–Claro, seguro que sí.

Dicen que Pablo Milanés murió.

Silvio Rodríguez subió en su blog, a modo de homenaje, la letra de una canción titulada Pablo, que escribió en 1969 y nunca fue editada oficialmente.

Las primeras dos estrofas rezan:

Te conocí rasgando

el pecho de la muerte un día.

Tú no sabías nada

y eras tú quien la llevaba

de la mano.


Y así tú seguirás,

sin reparar en tu ventaja:

que eres tú quien la lleva,

quien la doma y la amortaja,

caminando.

Dicen que Pablo Milanés falleció.

Tiene que ser mentira…

Aún recuerdo el abrazo fuerte con que me despidió.

En mi mente lo veo alejarse, negro que resplandece.

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