“¿QUÉ PASA, PENDEJOS?”

| 11/09/2022

La vez que Iorio cosechó un “soplamocos” en Bariloche

La vez que Iorio cosechó un “soplamocos” en Bariloche
Hermética, allá lejos y hace tiempo.
Hermética, allá lejos y hace tiempo.

Hermética visitó la ciudad por primera vez en 1993. El concierto fue apoteótico pero unas horas después, su líder incurrió en cierta contradicción que le valió un par de recuerdos dolorosos por parte de los mismos pibes que habían hecho pogo con su música.

Casi dos décadas atrás, Ricardo Iorio ya era indiscutido referente del heavy metal argentino y disfrutaba de los mejores momentos de Hermética. Si bien todavía no incurría en las contradicciones ideológicas que evidencia en la actualidad, ya mostraba algunos comportamientos erráticos. Fruto de esas conductas, la primera visita de la banda a Bariloche terminó con una batahola que le significó al entonces compositor y bajista de la banda, un inolvidable “soplamocos”.

Un fresco notable de aquella noche puede recrearse al leer “La otra cara de la postal. Punk en Bariloche”, el libro casi artesanal que Claudio Vargas dio a conocer a comienzos de 2022. La narración viene de comentar el primer concierto de Attaque 77 en la ciudad y afirma que “para el año 1993 otro hecho histórico y el cual marcaría la vida musical barilochense, sería el desembarco de Hermética, banda querida por heavies y punks. Se presentaron una noche de junio con un hermoso frío y llovizna, esta vez el lugar elegido fue el gimnasio del colegio Don Bosco”, precisa la evocación.

Transcurría la era de la convertibilidad y para colmo, era temporada baja. “Para esta época del año había poco dinero y varios de mis amigos no tenían para la entrada, así que gracias a un exalumno del colegio apareció la solución: entrar por las ventilas del baño de hombres que, por cierto, era bastante alto. Nos metimos y de paso, no nos matamos de casualidad, cayendo desde ahí arriba”, reconstruye el texto.

Confiesa Vargas: “La verdad es que no sé por qué entré por ese lugar, si yo tenía entrada; tal vez por solidaridad con mis amigos”. Superados los obstáculos y “ya adentro, nos dirigimos al recital que había empezado con la banda telonera barilochense Eutanasia que hacía su debut en la primera división”, rememoró el autor. “Minutos más tarde llegó el tiempo de la esperada banda: qué decir de Hermética que no se haya dicho o escrito, una aplanadora en su sonido, sus letras y la escena que los llevaba a ser considerados como semidioses; tremendos pogos se vivieron con toda la masa metalera, los punks y los darks que había y en gran cantidad para aquellos años”.

Pero a un semidios le falta la mitad para ser del todo divino. “A la salida de aquel magno evento y con toda esa adrenalina presente poco nos importó la gran lluvia que estaba presente; nos fuimos a patrullar la ciudad y visitar unos garitos que solíamos frecuentar, después de pasar por los palos y el Bambi”. Recuerda el historiador del punk barilochense que “los palos” eran “los cercos traseros del parque del Centro Cívico, y el Bambi un local que vendía bebidas”. Dos sitios de reunión muy populares por aquel entonces.

“Ya con tanque lleno, nos fuimos a un bar que tenían una Rockola en la calle Rolando al 150, un subsuelo que asiduamente visitamos y nos encontramos con una gran cantidad de personas, muchos de ellos habían estado en el recital. Quisimos entrar y se nos pretendía cobrar una entrada, jamás había sucedido esto a lo cual protestamos; nos comunicaron que cobraban porque los Hermética estaban adentro, le dijimos que no nos importaban los de la banda y se empezó a caldear la puerta”, reconstruyó Vargas.

Por su parte, este cronista aporta su propio recuerdo: en el mismo lugar se había llevado a cabo una conferencia de prensa horas antes del concierto y, ya en ese momento, el local pretendía una entrada a cambio del autógrafo de algún integrante de Hermética para los fans del grupo. Hermética cultivaba una imagen de heavy proletario y protestón, entonces, cuando le pregunté a Iorio si estaba al tanto del contrasentido, respondió que no sabía nada, con alguna aflicción.

Pero en la circunstancia que describe Vargas, mucho no se afligió. “En eso apareció Iorio viendo aquel tumulto y preguntó qué pasaba, le dijeron de la determinación del bar y entonces metió la mano en su bolsillo y cooperó con 5 supuestas entradas. El patovica de la puerta metió cinco chetos inofensivos y el resto afuera. Descontrol, patadas a la puerta y manotazos. Volvió a salir Iorio pero ahora con un tono diferente y desafortunadamente, tiró: ¿qué pasa, pendejos? A lo que se comió un lindo soplamocos y los de seguridad se metieron ayudados por sus plomos a reprimir a los insolentes que osaban sopapear al ídolo heavy metal”.

Pero la presión de los mismos pibes que horas antes habían hecho pogo en el Don Bosco surtió efecto. “Resultado de esto, los entraron a trompadas y se sintió la llegada de un patrullero de la Policía federal, entonces hubo desbande general y los azulejos detrás”, rememora el libro. Un rato antes, se había escuchado en el gimnasio esta letra: “Prisionero estoy en mi ciudad natal / donando sangre al antojo de un patrón / por un mísero sueldo / con el cual no logro esquivar / el trago amargo de este mal momento / mientras el mundo, policía y ladrón / me bautizan sonriendo: gil trabajador”. Enorme distancia entre las palabras y los hechos.

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