Entonces, la figurita era un juego. Lejos quedaron La Montadita, El Chupi, La Arrimadita y otras formas de denominar las diferentes maneras de disfrutar la temporada de “las figus”.

Tal vez en aquellos tiempos, el “Señor Mercado” definiría cuándo era la temporada. Bastaba que un distribuidor llenara las estanterías y mostradores de los kioscos y librerías, para que todos los pibes saliéramos en busca de ellas y el correspondiente álbum.

En estos días, con el furor de las figuritas del mundial, su precio, mercado negro y especulaciones, quizás se escape el detalle más importante de comprar las figuritas y pegarlas en un álbum: El juego.

Más de uno debe recordar ese “Choricito” de figuritas de cartón, en el bolsillo del delantal del colegio o en el pantalón, pronto para encontrar a alguien con quien canjear. “La difícil” (así se llamaba a esa figurita de la que había menor cantidad que otras), una trampa comercial que incitaba la compra y la frustración de no poder completar el álbum.

Uno iba armando su capital a partir de la adquisición del álbum y algunos sobres de figuritas. Allí comenzaba una telaraña de estrategias para ir incrementándolo y consiguiendo todas las que requería cada casillero. Para ello, había que desarrollar la destreza para las diferentes opciones de juego. La Montadita, se desarrollaba junto a una pared. Se hacía una marca, más o menos a un metro de altura, y desde allí se dejaban caer los cartoncitos redondos que guardaban fotos de futbolistas o artistas de la radio y la televisión de Buenos Aires.

Las figuritas iban cayendo, como hojitas de otoño, posándose en las lajas o tierra de la vereda. Cuando una caía encima de otra, su propietario se hacía acreedor de todas las que estuvieran en el suelo.

Otro juego era El Chupi. Para él, se requería de piso de mosaicos, baldosas o cemento. Cada contrincante ponía una figurita sobre la otra y haciendo una ventosa, con la mano hábil, se trataba de darlas vuelta. Al conseguirlo, se quedaba con la del contrincante.

La Arrimadita, se jugaba frente a una pared. Consistía en arrimar las figus hasta ver cuál quedaba más próxima a ella. Seguramente escapan a mi memoria algunas otras opciones. En mi caso, recuerdo una “difícil”, que era un actor llamado Dringue Farías. Aquella temporada se trataba de figuritas que tenían actrices y actores de los canales de TV de Buenos Aires, que no llegaban a nuestro modesto Canal 3 de circuito cerrado.

Algunos conocían a esas figuras solo por las revistas T.V. Guía, Radiolandia u otras por el estilo. La cuestión es que para mí, Dringue me sonaba más a una marca de bebidas que a un capo cómico. Recuerdo haber ido hasta una canchita en El Mallín, alejada de mi casa, para contactarme con un pibe, que alguien me dijo que la tenía. En las de fútbol, conocíamos el nombre de los jugadores por las transmisiones radiales pero no sus caras.

El álbum era celosamente guardado, junto al pomo de plasticola, los que aguardaban que llegara su dueño, para pegar allí los cartoncitos obtenidos dignamente en las competencias callejeras, con manos ardiendo de golpearlas en los mosaicos y las rodillas imposibles de tierra. Largos minutos ocupan hoy los noticieros y las pantallas de los diarios, refiriéndose al furor de la Figuritas del Mundial, pero falta ver a los pibes jugando. Quizás, desde un rinconcito del alma de alguno que peina canas o ha perdido la cabellera, debe llorar nostálgico un niño que espera, con las Figus en las manos, jugar, canjear y pegar en el álbum, para correr al kiosco o la librería a entregarlo y ganar una rechoncha N° 5 y patear en el potrero.