DOBROTTO, VALERIA, RODRÍGUEZ Y GIOTTA

| 29/08/2022

Cómplices necesarios en una noche mágica

Cómplices necesarios en una noche mágica
Rodríguez en el dobro, Giotta con shrutibox y do Brito con el bajo que saca melodías. (Foto: Verónica Moyano)
Rodríguez en el dobro, Giotta con shrutibox y do Brito con el bajo que saca melodías. (Foto: Verónica Moyano)

Los dos de Bariloche y el de Villa La Angostura hicieron de anfitriones para el bonaerense. Cada uno tuvo su momento solista, pero también hubo apoyos mutuos en dúos o tríos. Velada mínima, pero memorable.

El pequeño estallido de una chispa se confunde con el aplauso. El espacio escénico se reduce a una silla, un micrófono, un monitor y el estuche de una guitarra, lleno de calcos. Dos hogares enrojecen un tanto la oscuridad y previsiblemente, huele a leña. En el ambiente priman la madera, la piedra y los tañidos. El quejido de la puerta interrumpe periódicamente la ensoñación que provocan las músicas. Cantos y rasguidos.

Al anochecer del último viernes, integrantes del sello Lejanía hicieron de anfitriones ante la vista de Hernán do Brito, cuya personalidad artística solista es Dobrotto. Quizás haga falta recordar que Juan Nazar -hizo de sonidista-; Mariano Rodríguez y Lucas Giotta forman parte de experiencia discográfica un tanto inusual: edita casetes, sube producciones audiovisuales más bien artesanales, organiza veladas musicales colectivas, imprime afiches y escapa a toda institucionalización.

Fue en el Wesley Tap Garden donde fue posible recrear ambiente tan mágico para que la música fuera dueña y señora. El visitante, vecino del partido bonaerense de San Martín, agradeció y valoró sobremanera la locación, rústica y claramente patagónica, aunque en el exterior deambularan tan insólitos como coloridos pavos reales. Lejos del centro, Lejanía encontró un reducto cómplice.

Las cosas comenzaron con Fernando “Moro” Valeria y una prolongada introducción instrumental. Quien referencie al músico a partir del estruendoso Comeculebras o del no menos contundente A lo lejos el Jinete, quizá se sorprenda ante sensibilidad tan plural. En su faceta solista, el oriundo de Villa Regina no abandona los planteos progresivos, aunque los recrea de manera acústica. Sus temas desconocen toda estructura: la letra puede ocupar apenas el segmento del final, después de atravesar intrincados pasajes guitarreros. Las palabras hablan de libertad, de “alejarse de la costa” y, por ende, de toda seguridad. Hay una cosa telúrica en el costado acústico del Moro, “canciones de la estepa”, como él las denomina.

Luego, ingresó en escena Rodríguez, con su dobro refulgente. El guitarrista mostró su perfil más experimental con una obra que se inspiró en “La máscara de la muerte roja”, un cuento de Edgar Allan Poe que revisitó en los momentos iniciales la pandemia. Como en aquellos tiempos, conviven en el tema el caos y el recogimiento, la velocidad y la quietud. El vecino del lago Gutiérrez repasó además composiciones que incluyó en “La ciudad que duerme a espaldas de un monstruo dormido”, su disco compacto más reciente, que también puede escucharse en plataformas digitales. No faltó el momento oriental, con “Lao Tse y la revuelta de los peces koi” y hasta hubo una notable escala en África. Locuaz como pocas veces, Rodríguez explicó ciertas particularidades de las guitarras que se tocan en Mozambique, generalmente desvencijadas o en mal estado, hecho que, sin embargo, hace que logren un sonido único y envidiable que el músico, procuró emular y con éxito. Giotta se valió de una vieja botella de Fanta para acompañar: “el mejor güiro que existe”, sentenció el guitarrista.

Ambiente único. (Foto: Verónica Moyano)

Siguió el hombre de Villa La Angostura, pilar de Lejanía del otro lado del Nahuel Huapi. También impulsor de otros proyectos eléctricos, solo con voz y guitarra, condujo la música hacia un sendero introspectivo, minimalista, casi de cámara, pero igualmente, decidor. “No, nadie podrá conquistar jamás el desierto”, dice una de sus letras. Giotta enganchó sus temas para que sonaran sin pausa, salvo en una ocasión, porque quiso dividir claramente en dos su segmento. El segundo comenzó con una versión bellísima de “Buscando un símbolo de paz”, el clásico de Charly García, pero con un sello personal enorme. La sutileza se quedó en aquel espacio escénico, aunque las fogatas ya estaban casi extintas. A capella, el músico abandonó la silla, caminó entre el público y entonó una canción que saluda el carácter trotamundos del pueblo romaní, a la vez que denuncia la discriminación de la que siempre, es objeto. Página conmovedora.

Dobrotto y su mejor justificación. (Foto: Verónica Moyano)

Para el cierre, se abrió paso Dobrotto, con su impronta tan personal. Como decía este cronista una semana atrás, varios de sus temas hacen recordar a Yupanqui, pero como aquí es un bajo de cuatro cuerdas el que suena, la familiaridad tiene sus límites y deja paso a una musicalidad tan desconocida como atractiva. El visitante agradeció a sus anfitriones, ponderó el ambiente y se enfrascó en una larga diatriba, en orden a justificar por qué toca melodías en un instrumento que se pensó para edificar bases rítmicas. Ni falta que hacía: el esplendor de sus temas se justifica a sí mismo. En un par de ocasiones, los músicos confluyeron en dúos y tercetos. Recuérdese: el próximo viernes quedará disponible “55 22”, una colaboración entre Dobrotto y Rodríguez, como para prolongar las sensaciones de una noche tan fría, como cálida.

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