EMOCIONES ENCONTRADAS

| 31/07/2022

De oficio zinguero

De oficio zinguero
Fotos: Facundo Pardo
Fotos: Facundo Pardo

Roberto Muñoz muestra con orgullo una foto en la que se lo ve junto a un grupo de amigos con los que se junta todas las semanas a comer. Una barra con la que disfruta la amistad y es un remanso donde celebrar la vida. En su taller, entre el ruido de sierras y demás herramientas que van moldeando las hojas de chapa que serán canaletas, cumbreras, pajareras, etc. La charla se va yendo, como el agua por esa zinguería, llevándonos a tiempos de un pueblo donde todos se conocían, en el que la palabra y un apretón de manos eran suficientes para cerrar un trato.

Recuerdos de viejos comercios y personajes. Su padre, llegó desde Chile en los años 50, cruzando la cordillera de a pie. Un joven viudo que dejó a sus hijos al cuidado de parientes y decidió probar suerte del otro lado de los Andes. Una vez instalado volvió por ellos. Trajo con él su oficio de hojalatero, el que pronto comenzó a realizar en ese Bariloche que crecía.

La soledad no duró mucho, al poco tiempo se casó con Adelaida Oyarzún, con quien tuvo cuatro hijos, uno de los cuales es Roberto Enrique, con quien recorremos la historia de esta familia dedicada a la zinguerías desde hace setenta años.

Don Roberto padre, construyó su casa y el taller, en la calle Don Bosco, detrás del Estadio Municipal. “Soy del glorioso barrio Lera. Le dimos a Bariloche dos intendentes, (Cesar Miguel y Beto Icare), además de algunos destacados deportistas”, dice con orgullo Roberto, dejando en claro su pertenencia a la vida sencilla y pueblerina.

 “Mi viejo hacía changas con lo que tenía, hasta que don Falaschi le compró la primera máquina. Se la fue pagando con trabajo. Estaba solo en el pueblo, así que le sobraba”. El pequeño Roberto iba a la escuela 71, donde cursó la primaria, mientras se asomaba al oficio de su padre, ayudando y aprendiendo. “Mientras ayudaba a mi papá tuve algunos otros trabajos. Estuve en la zapatería de Bruno Bolinelli, al lado del puente Ñireco. Cuando tenía cerca de veinte años entré a trabajar en Tabilade, de chofer y guía. Hacíamos San Martín, Tronador, Bolsón. Se trabajaba mucho con mieleros”. Así surge el recuerdo de esa época, en que los choferes, mientras manejaban, les contaban a los turistas como era “su” casa.

Aquellas Panorámicas, eran camionetas Chevrolet, Ford o Dodge, con chasis más largo de lo habitual. Tenían una carrocería con filas de asientos y totalmente vidriadas (hasta el techo). Un inquieto jovencito que también tuvo un taxi, en sociedad con un amigo. “Trabajábamos alternando una semana de noche y otra de día. Paraba afuera de Grisú, pero como éramos todos conocidos, me llamaban para que entre. Ahí nos juntábamos en la barra y si me salía un viaje, lo hacía y volvía”, recuerda divertido, en su taller de la calle Beschtedt, este barilochense que junto a su hermano Hugo y a su padre trabajaron en obras en toda la ciudad y el parque nacional.

“La empresa Lantschner construía las casas de los guardaparques. Anduvimos por el Cañadón de las Mosca, Tronador, lago Hess, la isla Victoria. Nos llevaban y nos quedábamos allá, hasta terminar los trabajos. También estuvimos en la reconstrucción del hotel Llao Llao”.

Los tiempos han cambiado y llegaron herramientas nuevas que facilitan la tarea, aunque en ellas también hay que poner el oficio y la sabiduría adquirida con los años. Roberto muestra el antiguo soldador que utilizaban. “Este soldador llevaba nafta y alcohol. Nos íbamos a la obra en colectivo. Llevábamos todo en unos bolsos: combustible, ácido. ¡Hasta las chapas llevábamos! Bajábamos al centro a tomar el colectivo y de ahí arrancábamos. Una vez agarramos un trabajo en el hotel de Bahía López. El colectivo llegaba solamente hasta Llao Llao. De ahí nos íbamos caminando hasta la obra. No había camino. Íbamos por una picada, eran como siete kilómetros, cargando todo. ¿Sabés lo que era hacer andar el soldador, con frío y viento? Había que esconderse en un reparo, lograr encender el alcohol, para que caliente el circuito y después darle bomba hasta que saliera la llama por la punta. De ahí, trepar corriendo hasta el techo, para que no se apague y poder soldar”.

A Roberto le llegó el amor desde Los Menucos. De allí es oriunda Patricia Segovia, docente de reconocida trayectoria en las escuelas barilochenses, hoy jubilada. Aquella joven maestra que insistió hasta lograr que su esposo, a los 28 años, terminara el secundario, que había quedado pendiente por el trabajo. Lo hizo en el recién inaugurado Colegio Comercial, donde obtuvo su título de Perito Mercantil. Tuvieron dos hijos: Juan Manuel y Anahi. “Cuando éramos recién casados, yo bajaba a una feria que se hacía donde estaba el Mercado Municipal, a vender algunas artesanías que hacía. Mi hija era bebé. Yo la dejaba en una sillita, abajo del puesto, mientras vendía”.

Roberto Enrique Muñoz, un apasionado de su trabajo. Ronda el recuerdo de su hermano Hugo, con quien trabajaron muchos años, primero a órdenes del padre y luego como socios. También de muchos que trabajaron con ellos y luego tomaron su camino, luego de haber aprendido los secretos de la zinguería. Este hombre de hablar pausado, un tanto tímido, sonríe satisfecho, mientras ve por la ventana como sus empleados descargan un camión de chapas, a las que moldearán y soldarán, bajo su celosa mirada.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias