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| 17/04/2022

Una gran casa

Una gran casa
Foto: Facundo Pardo.
Foto: Facundo Pardo.

Entrar a una casa antigua, provoca una sensación particular. Recorriéndola, parece que se escucharan los pasos de quienes la habitaron, o el sonido de los serruchos y martillos trabajando sobre las maderas que la sostienen y dan forma.

Esta casona, ubicada en la esquina de Tiscornia y Beschtedt, desde donde uno la observe es llamativa, por su arquitectura y su estado de conservación. Se puede imaginar lo que provocaría en aquellos primeros pobladores de Bariloche, que veían allá por 1927, cómo se levantaba en un solar alejado del puñado de casas que se perfilaban a lo largo de la calle principal, cerca del lago.

Fue construida por Enrique Lunde a pedido del propietario del solar, un señor de apellido Alcoba Pitt. Con los años fue dividida en pequeños departamentos, por lo que allí vivieron numerosas familias.

En la actualidad es propiedad de Gerda Jung, viuda de Crespo. Aquellos Jung llegados de la península San Pedro por los años 20: Gerda (eterna secretaria de la Parroquia Inmaculada Concepción) y su hermano Hugo, capaz de transitar las vías de la “Trochita” en una zorrita impulsada por un motor Citroën o de trepar cuanta montaña se le puso por delante.


La casa en construcción (1927).

La rica historia de la casona, lleva hasta la familia Alaniz, llegada a Bariloche desde Viedma en los años 40. Don Teobaldo Alaniz, uno de los primeros policías, junto a su esposa Laura y seis hijos, luego de vivir en otros puntos de la ciudad, alquiló esa casa.

Arnoldo, hijo de aquel matrimonio, conoció a una muchachita llegada desde Buenos Aires hacía poco tiempo: Beatriz “Minucha” Merlino, quien hoy, a sus 92 años nos toma de la mano y nos lleva por sus recuerdos. “Llegué a Bariloche por intermedio de mi tío, Emilio Saraco, (un exquisito artista, dibujante y escultor que vivía en nuestra ciudad). Él le escribió a mis padres para que yo viniera a cursar el secundario en el Colegio Nacional que se había iniciado acá, en la Biblioteca Sarmiento. Llegué en el 45. A los pocos días terminó la guerra. Me acuerdo que mi tío hizo una escultura en homenaje a ello. Viví un tiempo en el Centro Cívico, donde hoy está la sala Frey. Ahí había un espacio hermoso, con ventanales que daban al lago".

"Mi tío formó la primera asociación de artistas plásticos de Bariloche. Se hacían muestras. Nosotros vivíamos en una pieza contigua: Mi mamá, yo y mi hermana Yolanda. Con Arnoldo nos conocimos en unas clases de teatro”, dice Minucha con alegría.

También recuerda aquellos domingos de familia en la casa grande, donde su suegro tenía un galpón para acopio y venta de leña. En el solar vecino tenía quinta. “Nos reuníamos todos alrededor de la cocina a leña, que estaba en el centro del ambiente principal. Mi suegro cocinaba en la plancha unos churrascos tan ricos, que en mi vida volví a probar. Todos teníamos hijos chicos. Nosotros con Arnoldo nos mudamos un tiempo en una casa que había por Beschtedt, un poco más abajo. Él trabajaba en la imprenta de Peralta. Además, era locutor de la radio LU8, que recién había empezado a transmitir”.


Beatriz "Minucha" Merlino de Alaniz.

La conversación con “Minucha” torna tan interesante que por momento nos alejamos del recuerdo de aquella casona del año 27, para seguir la historia de Arnoldo Alaniz, uno de los primeros imprenteros de Bariloche. “¡Yo también fui 0 km!” Suele decir “Minucha” a sus nietos y bisnietos, cuando desgrana historias.

“Yo tenía 19 años y él 23. ¡No teníamos nada! Nos empezamos a hacer la casita en el barrio Ñireco. Fuimos los fundadores de ese barrio. De la plaza Moreno para allá, no había nada. Solamente el boliche de Castillo. Llevamos la luz, sacábamos agua de un pozo. Era tal la ansiedad de mudarnos que la primera noche dormimos en el piso, con la puerta apoyada, sin amurar. Yo estaba embarazada de ocho meses”, dice como al pasar “Minucha”.

“Mi mamá vino a vivir con nosotros. Yo le dejaba mi bebé a ella y lo acompañaba a Arnoldo hasta la radio. Íbamos de noche, alumbrándonos con una linterna. Al poco tiempo nació el bebé, al que yo en la panza le llamaba Ñiriquito. Por eso hoy le decimos Ñiri”. Éste hijo, junto a Javier y Jorge son el fruto de esta historia de amor y coraje que protagonizaron durante 62 años Arnoldo y Beatriz.  


Hugo Crespo en la casa de su madre.

Una muchachita de quince años que se vino sola a Bariloche, vivió primero en una casona que estaba en un solar sobre Elflein, entre Frey y Goedecke, a la que llamaban La Barca. “Ahí vivía el matrimonio Valmitjana, mi tío Emilio, Porcel de Peralta y otros más. En la parte de abajo había como un taller. Ahí Valmitjana y Peralta revelaban las fotos, mi tío hacía esculturas”. Por momentos “Minucha” se fastidia por no recordar algunos nombres, como si ello a sus 92 años no fuera permitido. Pide disculpas por lo abundante de su relato, temiendo aburrir, sin darse cuenta que ello abona el patrimonio de nuestro pueblo.

Esa antigua casona de Tiscornia y Beschtedt nos llevó de paseo por una bella historia, hilvanando con hilos de tiempo, recuerdos y anécdotas. Si al fin y al cabo en aquellos tiempos eran todos habitantes de “una casa”, llamada Bariloche, donde todos se conocían y sus historias se fueron entrelazando.


Pintura de la casa.

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