EMOCIONES ENCONTRADAS
| 10/04/2022La Mercedes
Las historias de inmigrantes tienen tantas ramificaciones que sorprenden. Aquellos gringos que vinieron “A la América”, fueron una semilla que al germinar, se ramificó por todo el territorio de esta tierra que los abrazó. Jamás imaginaron, al subirse a un barco, que su descendencia terminaría ejerciendo oficios o profesiones de todo tipo. Tal es el caso de Miguel Alonso, llegado de las Islas Canarias después de la Primera Guerra Mundial. Su oficio de pintor de obras le permitió conseguir trabajo en la pintura del Teatro Colón, hasta que una grave enfermedad producida por el mercurio de las pinturas lo obligó a dejar ese oficio. Conoció a María Esther Badia, con quien se casó. Uno de sus hijos fue Helios Alonso, quien con los años llegó a ser un reconocido vecino barilochense, que dejó su impronta en la historia del transporte de pasajeros de nuestra ciudad.
El pequeño Helios apenas pudo llegar a cuarto grado de la primaria, en un hogar donde la necesidad anidó siempre. Recordaba a su madre preparando la cena, que a veces consistía en un pedazo de pan untado con un tomate, esperando a su esposo que llegara luego de horas al volante de un taxi. Tal vez allí, al pequeño le floreció la pasión por el transporte.
A los 16 años, para hacer “unas chirolas”, movía taxis en una parada. Mientras los propietarios desayunaban, él era el encargado de correrlos a mano, empujándolos. Esos taxistas le daban algunos diarios con los cuales solía taparse en la pensión en que vivía. Tiempo después entró de lavador en la empresa Chevallier. Allí, el mismo Max Chevallier, lo puso de diagramador de los servicios.
Luego de un tiempo se fue de conductor a una empresa de la Capital Federal, donde llegó a ser delegado de los choferes, función que cumplía una vez terminada su jornada laboral. Tuvo participación societaria en empresas, lo que le permitió llegar a ser presidente por tres periodos consecutivos de FATAP (Federación Argentina del Transporte Automotor de Pasajeros). En el año 1965 fue nombrado por el gobierno para ir en una comitiva a Checoslovaquia, a disertar como orador principal de la comitiva argentina sobre el desarrollo de transporte por carretera.
Claudio Alonso, uno de sus hijos, heredero de aquella pasión por los colectivos y el transporte, cuenta la historia de su padre, en Bariloche. “El viejo fundó Transportes Automotores Mercedes en Buenos Aires, donde hacía varias líneas por San Andrés de Giles, Lobos, Navarro, llegando hasta Mar del Plata. El gobernador Requeijo (gobernador de facto de Río Negro), lo contacta y le pide ver la posibilidad de enviar algunos coches a Bariloche, porque la ciudad se había quedado sin servicio urbano. Primero mandó a un socio. En 1969 dejó la presidencia de la FATAP y nos mudamos todos acá y se hizo cargo de la empresa. Fue fundador De AETAP (Asociación de Empresarios de Transporte Automotor de Pasajeros)”.
Cuando Helios Alonso llegó a Bariloche, descubrió que la gestión de su socio no había sido buena. Encontró la empresa casi quebrada. En una asamblea con los choferes, propuso salir a trabajar, asignando todo lo recaudado para poner al día los salarios atrasados, lo cual fue aceptado por el personal. Más tarde, comenzó a recibir la solidaridad de comerciantes que le fueron ayudando en la reparación de las unidades. Por sus contactos con Chevallier, consiguió que esa empresa le prestara el lavadero, donde él personalmente, junto a un ayudante, realizaba el trabajo. “Fue muy dura esa época. Mi mamá cocinaba en unas ollas tremendas, para dar de comer al personal del taller. Muchos comerciantes lo respaldaron: Lucio Pizzuti le fiaba combustible y aceites, el 'Bocha' Balercia con repuestos, Visconti en la electricidad”, recuerda Claudio Alonso. Eran tiempos en que un solo apretón de manos sustituía un pagaré o el endoso de un cheque. En aquellos años era norma no dejar a ningún pasajero “tirado”. Los transportes cumplían una labor social (no escrita pero aceptada). Los servicios de sepelio y colegios públicos eran gratuitos. Se andaba por caminos intransitables. La Ruta 23 que en todo el tramo era de ripio. El cruce del Huahuel Niyeo se hacía con el equipaje en el pasillo, ya que el agua llegaba hasta la altura de las bodegas. Los choferes hacían de comisionistas, repartiendo encargues y pedidos que les hacían los pobladores. Los recordados servicios nocturnos a Neuquén, con entrada en la villa de la represa de Alicura, donde el coche se poblaba de los más variados acentos provincianos, de los obreros que trabajaban allí.
En estos tiempos cuesta creer que un viaje a El Bolsón durara cuatro horas (con la obligada detención en Tacuifí). Se salía de Bariloche a las 8 de la mañana para llegar a Esquel a las 5 de la tarde. Se hacía un servicio por El Maitén y otro por Cholila. En verano, también una línea por los lagos. 3 o 4 horas a Villa La Angostura y todo un día a Puerto Montt.
“Una vez el viejo cayó a casa con unas gallinas para hacer puchero. Después nos enteramos que un chofer las había atropellado. Era muy habitual que los pobladores pagaran los viajes o gauchadas con animales faenados, leche, verduras o lo que hubiera. Otra vez nos llaman avisando que un coche había chocado con el tren. ¡Te podés imaginar el revuelo que se armó! Llamamos a los bomberos y ambulancias. ¡Sirenas por todo Bariloche! Al final, era que en cercanías de la terminal, un colectivo chocó al trencito de Pochi”.
La manzana no cae lejos del árbol. Claudio Alonso por estos días está encargado del transporte en Teleférico Cerro Otto. Su hermano Juan Carlos en un remise. Ambos recorren la vida por el camino y el nombre limpio que su padre les dejó. Claudio lo recuerda en largas reuniones en su casa, con otros actores de aquellos tiempos, don Héctor Sábato, Osmar Barberis, Oscar Borrelli, entre otros, dando luz a ideas como el EMPROTUR.
Aquel muchachito que cuidaba taxis y se tapaba con diarios para pelearle a las heladas noches del invierno porteño, llegó a ser asesor del Banco Provincia de Río Negro, presidente de la Cámara de Turismo y otras actividades más. Por los años 80 la empresa se asoció con otra más grande que decidió tomar otros rumbos, marcando el fin de Transportes Automotores Mercedes. Buenas o malas decisiones empresariales que no logran opacar la historia que nos ocupa en estas líneas. Muchos barilochenses “tomamos” por años La Mercedes, esos colectivos que andaban las calles de la ciudad y los caminos de la región, desconociendo el esfuerzo de aquellos empresarios que sabían de transporte, en los escritorios y en los coches, cortando boletos y al volante. Historias que nacieron en un país que daba oportunidades, para que la inspiración de cada uno pudiera aprovecharlas a su manera.