DANIEL BRANDIZZI

| 24/10/2021

La historia de un barilochense especialista en salud bucal con un prestigio que atraviesa fronteras

La historia de un barilochense especialista en salud bucal con un prestigio que atraviesa fronteras
Brandizzi, junto a su esposa e hijos.
Brandizzi, junto a su esposa e hijos.

Daniel Brandizzi se graduó como odontólogo en 1994, en la Universidad de Buenos Aires.

Nacido en Bariloche hace cincuenta y dos años, en determinado momento decidió partir en busca de nuevos horizontes… Y más que alcanzarlos, los traspasó.

En la actualidad es un estomatólogo de renombre internacional. La especialidad refiere al tratamiento integral de los trastornos relacionados con la boca, es decir: las encías, el paladar, la mucosa, la lengua, el maxilar, la mandíbula, las glándulas salivales.

“Emigré a Buenos Aires tras la posibilidad de estudiar y trabajar”, señala.

Pero, más allá de un presente donde su nombre suena fuerte en el área en que desarrolla su tarea, no olvida sus orígenes.

“En su historia, uno rescata las cosas para poder construir”, afirma.

Así, menciona: “Mi abuelo paterno fue el capataz de la usina del viejo hotel Llao Llao, de Parques Nacionales”.

Casa de los abuelos paternos.

También indica que la madre “nació en la estancia El Cóndor”. 

“Mi bisabuelo era puestero”, apunta.

Así, está orgulloso de su origen y de cómo pudo desarrollarse en la actividad que escogió: “Mi vieja tiene séptimo grado, y que yo haya hecho una carrera universitaria, doctorado, con trabajos publicados en el exterior… La verdad que veo que mis padres me dieron herramientas para poder construir todo esto”.

Y puntualiza: “Mi madre es una persona que me dio mucho empuje en mi vida; me estimuló mucho”.

El estomatólogo, entre la abuela materna y la madre.

Brandizzi se traslada en el tiempo y manifiesta: “Yo estudié en el viejo Jorge Newbery, la escuela técnica. A partir de cuarto año teníamos una actividad en el Centro Atómico Bariloche, una pasantía, con becas técnicas que, generalmente, se le daban a la gente de mejor promedio”.

“Así que, durante tres años, hice la parte teórica en el colegio y las prácticas en el Centro Atómico”, detalla.

Hurgando en su pasado, añade: “Mi padre tenía una casa de electrónica llamada Orfeo, una de las dos que había en Bariloche (la otra era Puma), y antes había tenido una casa de artículos para el hogar…”.

Junto a su padre.

Sincerándose, expresa: “La verdad es que a mí no me gustaban tanto las cuestiones que tenían que ver con la ingeniería”.

De esa forma, su vida giraba en torno a esos devaneos existenciales, con una beca técnica de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) e incluso cierta atracción por la guitarra (pero esa es otra historia).

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Al mismo tiempo, había un tema que lo preocupaba: “Yo tenía un gran lío en la boca que la odontología de Bariloche no había podido solucionar. Me acomplejaba mucho desde lo estético. Estuve con una colega que me hizo una cosa intermedia… Ahí fue que me conecté con la odontología”, cuenta a la vez que puntualiza: “Mi primer sueldo en el Centro Atómico lo utilicé para hacer una consulta con un ortodoncista”.

Por aquellos tiempos, comenzó a dudar entre estudiar arquitectura u odontología, pero aquello ya señalado -lo de recurrir a su propia historia para desarrollarse, con todo lo relacionado a la salud incluido- lo hizo volcarse para el lado del cuidado de la boca: “Somos cinco hermanos, y mi padre no tenía cobertura médica. Mi vieja se las arreglaba como podía para las cuestiones médicas. Cada vez que arrancaba un año, y había que presentar los certificados de salud bucal, a las seis de la mañana nos llevaba al hospital para sacar un turno”, rememora.

Sexto grado en la Escuela N° 16, en 1981.

“La odontología de toda mi adolescencia me la hacía en una salita periférica de La Cumbre, donde había un gran odontólogo. Tuve amalgamas de este colega, hecho en salud pública, hasta avanzados mis treinta años”, narra.

“Ese fue mi contacto con la salud, y a uno esas cosas le comienzan a marcar el camino”, reflexiona.

“Mi padre por ahí quería que me quedara en Bariloche, junto a él, pero mi vieja me impulsó mucho, al igual que mi grupo de compañeros del Centro Atómico y otros amigos”, dice.

En Buenos Aires terminó de comprender que lo suyo era la salud bucal.

Tuvo entre sus formadores a una excelencia como Rómulo Cabrini. Este académico graduado en Medicina con Diploma de Honor fue investigador emérito de la CNEA, donde realizó actividades gerenciales, de investigación y desarrollo. También fue Académico de Número, presidente de la Academia Nacional de Medicina, profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires y titular de la cátedra de Anatomía Patológica en la Facultad de Odontología de esa institución. Autor de más de trescientos trabajos de investigación publicados en revistas internacionales y de varios libros, en 1981 obtuvo el Premio Brachetto Brian, otorgado por la Academia Nacional de Medicina, y fue Premio Konex en 1993 a las Ciencias Biomédicas Básicas. 

Cabrini falleció en 2017, al igual que Héctor Eduardo Lanfranchi, profesional destacado en el ámbito mundial en el campo del estudio del cáncer bucal que también fue importante en la formación de Brandizzi.

Esas eminencias lo acogieron como a un par.

“Incluso, en una etapa, entre 2005 y 2009, cuando se creó lo que hoy se llama Región Latinoamericana de Investigación Odontológica, que en aquel momento se denominaba Federación, el doctor Lanfranchi fue su presidente y yo secretario”, indica Brandizzi, cuyo currículum es extenso y sus logros van más allá de las fronteras. 

Entre sus aportes, figura describir por primera vez la caracterización histopatológica de la osteonecrosis de maxilar en la revista oficial de la International Academy of Pathology, Histopathology 2012, como también la publicación del único trabajo que estudia la sobrevida de pacientes con cáncer bucal en la Argentina en Oral Medicine 2008.

Estomatología en Bariloche; Fundación INTECNUS.

Pero, más allá de los laureles, no olvida sus orígenes y colabora en un proyecto de la Fundación Instituto de Tecnologías Nucleares para la Salud (INTECNUS), en una manera de volver a las raíces.

Y la actividad le está deparando varias sorpresas que, justamente, remiten a sus raíces: “El otro día vi a un paciente que me derivaron los oncólogos en INTECNUS que había sido jardinero en la Villa Llao Llao y conocía a mi padrino. Además, en una de las primeras supervisiones por videoconsulta una mujer me preguntó: ‘¿Qué sos de Reynaldo Brandizzi?’. Y era mi abuelo…”, expone con emoción.

Sus abuelos paternos.

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