LUCAS CARO

| 22/07/2021

Aymará: el inicio del noviazgo y el final impuesto por la barbarie

Aymará: el inicio del noviazgo y el final impuesto por la barbarie
Fotos: Matías Garay.
Fotos: Matías Garay.

“Nos reencontramos en febrero de 2019, en Playa Bonita”, cuenta Aymará Fernández, la novia de Lucas Caro, que caminaba tomada de su mano la noche en que Matías Vázquez atropelló y mató al joven, en febrero de este año.

Ese volver a verse remite a que ambos habían compartido jardín de infantes y parte de la primaria.

Aquella jornada de playa, ella estaba con amigas, y él también se encontraba acompañado por otros chicos.

Más allá de haber coincidido alguna que otra vez en cumpleaños de conocidos, no se habían vuelto a frecuentar. 

–¿Cómo estás? Tanto tiempo… –se saludaron. 

“Ese mismo día, por la noche, me empezó a escribir”, apunta Aymi, como la llaman sus allegados.

“Comenzamos a hablar seguido”, señala.

Y, tras verse en varias ocasiones, el muchacho se animó a proponer que la cosa tomara el rango de noviazgo.

“El 27 de marzo, nos pusimos de novios”, puntualiza ella.

“Con Lucas, todo era súper divertido. Él tenía una chispa especial, era muy alegre. Nunca te aburrías, siempre buscaba algo para hacer… No se podía quedar quieto”, sonríe.

Así, habla de caminatas, de ir a tomar mate a la plaza, paseos por la playa, reuniones familiares, encuentros con amigos…

Y llegó el último sábado…

“La noche anterior, Lucas, mi mamá y yo habíamos ido a ver la luna a Playa Bonita. Cuando nos despedimos, no sé bien por qué, le dije: ‘Algún día me gustaría que me despertaras con el desayuno listo’”, expresa, para luego completar: “El sábado me sorprendió con una bandeja en la que había café con leche, una rosa y bizcochitos”.

Esos bizcochitos venían con una historia detrás.

Aquella mañana, Lucas se levantó con la idea de cumplir el deseo de Aymará.

Luis, su papá, que tenía que llevar a Verónica, la mamá de Lucas, hasta el trabajo, primero lo alcanzó a la panadería, para que el joven comprara facturas.

“Pero estaba cerrada”, comenta Luis.

Como el local demoraba en abrir, llevaron a Verónica, para que no se le hiciera tarde. 

Luego volvieron y esperaron en el auto -escuchando música de los noventa, un gusto común entre padre e hijo-, pero el negocio permanecía con las persianas bajas, así que desistieron y marcharon rumbo al barrio donde reside Aymará.

En el camino, vieron una panadería abierta.

Luis le dijo que bajara a buscar lo que quisiera.

“Lucas volvió trompudo, porque no había facturas”, devela el papá. 

– Solo conseguí bizcochitos -resopló Lucas.

El padre lo llevó hasta la entrada del barrio militar, zona donde Aymará vive con su mamá.

– Gordo, cuidate, a la noche te llamo –se despidió Lucas.

– Volvé a casa temprano… Mandale saludos a Aymi –contestó el papá.

Así que sin facturas, pero con bizcochitos y una rosa, el joven sorprendió a su novia.

“Estuvimos todo el día juntos”, expresa Aymará.

“Nos quedamos en casa, y por la tarde fuimos a una exposición de arte de mi abuela: la ayudamos a colgar sus cuadros, que a él le gustaban mucho”, continúa.

La jornada pasó entre risas.

Luego, regresaron a la casa de la novia, con la mamá de la chica, Claudia Blasi, quien evoca: “Cuando volvíamos, subimos por un caminito y él tuvo el gesto de ayudarme; me acompañó todo el sendero sosteniéndome”.

Ya en el hogar, consultaron con diversos deliveries, pero no llegaban hasta esa dirección.

Finalmente, tras diversos juegos que realizaban para ver qué comerían (incluidos recortes de papelitos con la pretensión de cada uno, e incluso una rueda de "papel, piedra o tijera"), los tres decidieron cenar afuera.

A la vuelta, ocurrió lo inimaginable. 

“Todo pasó en pocos segundos. Sentí una especie de aceleración… Escuché el golpe y vi tierra por todos lados… Gritaba porque no entendía nada…”, rememora Aymará.

La chica habla de “desesperación”.

“No comprendía qué sucedía”, manifiesta.

Verbaliza la imagen que retiene a fuego de aquella noche: “Vi que Lucas volaba por arriba mío y caía”.

Su mamá expone: “Todos los sábados es volver a ese día; puedo estar haciendo cualquier cosa, que ese instante regresa a mi cabeza, con el grito de Aymi, y la búsqueda de Lucas, porque el revuelo de tierra no permitía encontrarlo”.

“Yo sentí como si me hubieran arrancado el brazo”, remarca Aymará, quien precisamente caminaba con su novio tomada de la mano.

Siguieron instantes confusos, con vehículos que sospechosamente no frenaban. “Pasaron dos camionetas y no pararon”, puntualiza la joven.

Después, un auto que se detiene. Alguien que dice que trabaja en la guardia del Sanatorio San Carlos. Actividades de reanimación, y la joven que ve que el estómago del muchacho, ante ese accionar, se hincha: “Creí que respiraba; nunca pensé que estaba muerto”, confiesa.

La actualidad la encuentra ensimismada: “Siento angustia; lo extraño”, suspira.

“Veía un futuro a su lado”, sintetiza.

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