“El bichito de la Independencia”
El Tucu soñaba. Soñaba dormido y soñaba despierto. El Tucu soñaba más que los otros bichitos de luz o, quizás, tenía sueños más grandes.
Cuando Curucusí y Cocuyo[1] le preguntaban:
-Tucu, Tucu, ¿adónde vas?
-¿Adónde vas vos, Bichito?’
Él siempre les contestaba:
-¡Compatriotas, a brillar!
¡Brillar como farolitos!
Después, comentaban entre ellos:
- No entiendo por qué nos llama
“¡compatriotas! ¡compatriotas!”
- ¡Copia a esos congresales
que la rebelión complotan!
Hacía meses que un grupo de hombres viajaba desde distintas provincias a Tucumán y se juntaban a debatir en el salón de la Casa de Doña Francisca. Al Tucu, que vivía en el jardín del fondo, no le bastaba con revolotear entre las flores. Siempre estaba soñando nuevas maneras de ayudar con su luz. Si las velas de cebo se consumían, se ponía cerca para iluminar. Si alguien leía en la penumbra, se iba ubicando al pie de cada renglón para que pudiese seguir leyendo. Si una dama perdía una piedra preciosa de su alhaja, volaba a completar el hueco y se ponía a brillar.
Aquel martes soleado y frío, el Tucu se despertó con una idea en mente. Se imaginó a cada uno de sus amigos sentados en las escarapelas de los diputados.
-Hoy es el 9 de julio.
¡No es un día cualquiera!
Podemos ir al salón
¡y ser sol de escarapelas!
-Ay Tucu, ¡qué presumido!,
¿tan chiquito y ser el sol?
-¡Es para alumbrar de cerca
los colores de la Nación!
Dicho esto, el Tucu se fue volando a la casa mientras sus amigos se quedaban jugando en el jardín. El salón estaba lleno de hombres de traje y levita; la gente se agolpaba afuera y miraba lo que ocurría a través de las ventanas.
El Tucu entró y se sentó en la escarapela de Laprida, que presidía la reunión. Escuchó cada palabra hasta que la voz de Juan José Paso trazó el comienzo de lo que sería un país en el silencio del Salón:
"Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos: declaramos a la faz de la tierra que es voluntad unánime romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente…
El cuerpo del Tucu brilló de emoción. Al terminar la Declaración de la Independencia, Don Manuel Belgrano se acercó a Laprida y le dijo:
-Como que me llamo Manuel
José Joaquín del Corazón Belgrano[2],
que ahora que somos libres
tocaremos el cielo con las manos.
En las calles, los hombres y las mujeres de Tucumán gritaban: “¡Viva la Patria!” y no paraban de cantar.
Los festejos se extendieron y continuaron al otro día. El Tucu llevó su luz por toda la ciudad, que estaba repleta de flores y guirnaldas, y bailó al compás de las zambas y cielitos que tocaban unos paisanos guitarreros. Mientras tanto, se preparaba el Salón de la Casa de Francisca para la fiesta de la Independencia que se celebraría a la noche.
Al caer la tarde de ese 10 de julio de 1816 el Tucu vio que las nubes empezaban a cubrir el cielo y pensó:
“Hoy no podemos tener
una noche tan cerrada
¡Esta Nación necesita
nacer bien iluminada!”.
Así que voló más alto y preguntó:
- “Qué pasa, Señora Luna,
que anda usted tan apagada?”
- “Me di un bañito de lluvia
¡y anochecí muy resfriada!”
- ¡Linda sábana de nubes
que la mantiene abrigada…
¿Podría soltarla un rato,
para estar más despejada?
-¡Oh! No, mi querido Tucu
mire usted: si yo estornudo
¡qué gran tormenta se haría!…
¡Daría la vuelta al mundo!
El Tucu volvió muy pensativo mientras el cielo seguía encapotado. El gran baile tendría lugar en minutos y no se veía una sola estrella.
-¡Compatriotas, los bichitos,
llenos de luz en el pecho,
no podemos permitir
que se oscurezcan los hechos!
El clamor fue tan hondo y sentido que acudieron todos los bichitos de luz de Tucumán, los de Córdoba, los de La Rioja, los de San Juan y los de Santiago del Estero.
Curucusí se apuró a preguntarle:
-¿Qué estás queriendo decir?
¿Qué brillemos como estrellas?
-¿No ves que somos pequeños?
¡Nunca seremos como ellas!,
agregó Cocuyo.
El Tucu les contestó:
-Una gotita en el mar
no es más que una sola gota
pero un sinfín de gotitas
¡son el mar que no se agota!
Mientras el Tucu y sus amigos seguían hablando, los bichitos seguían llegando. Venían de Buenos Aires, de Corrientes, de Mizque, de Charcas, de Chichas y de Mendoza.
El Tucu dijo, emocionado:
-Esto es la “Independencia”:
el soñar y ejecutar
los sueños y reinventarse
sin dejarse limitar.
Para un sueño no hay fronteras
ni para la libertad
de ejercer la propia esencia,
que es brillar para alumbrar.
Ahora estaban llegando los bichitos de Catamarca, de Salta y de Jujuy.
Los Bichitos de Luz de las Provincias Unidas en Sud América titilaron el gran sueño del Tucu y resplandecieron bajo la sábana de nubes.
Tan cercanas y vivas estuvieron las estrellas aquella noche que Don Manuel, al llegar, las contempló por un buen rato. De pronto, extendió el brazo y sintió que un brillo le rozaba los dedos.
Después, el General entró al Salón. El Tucu se había sentado en la solapa de su traje y le oyó decir, cuando Laprida se acercó:
-Como que me llamo Manuel
José Joaquín del Corazón Belgrano[3]
que en esta noche de fiesta
toqué el cielo con las manos.
FIN
[1] Tucu, Curucusí y Cocuyo son diversas maneras de referirse a los “bichitos de luz” en distintas regiones de Argentina.
[2] El nombre completo de Manuel Belgrano es: Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y González. En el texto fue reducido a fin de ajustar las rimas de los versos.
[3] Ibidem.