Se sabe que las exigencias en el mundo del modelaje han llegado a extremos crueles. Se exige estar dentro del canon de belleza hegemónica que tiene a la delgadez como norma. Esto ha generado trastornos alimenticios en un alto porcentaje de trabajadoras. Salvo contadas excepciones la carrera profesional pende siempre de un hilo. La opinión de un productor o el juicio estético de un fotógrafo pueden dejar sin trabajo a una modelo en cualquier momento. Que opinen sobre cuánto hay que pesar o cuantos centímetros debe medir una cintura es moneda corriente. Muchas ingresan a este mundo muy jóvenes tentadas para hacer un casting, un desfile o una campaña publicitaria. Aceptan canje de ropa como moneda de pago y jornadas extendidas con tal de seguir en carrera. Una verdadera precarización laboral. Saben que pueden ser reemplazadas con facilidad. En algunos casos los contratos son leoninos involucrando el dominio de la propia imagen en todo momento. 

Por eso Brenda Mato, modelo y activista por la diversidad corporal, decidió impulsar una campaña local para que los fabricantes de indumentaria incluyan a los talles grandes en sus producciones. Esto derivo en la ley Nº 27.521 bajo la consigna “El talle único no es el único talle”. Es un paso más en los cambios que se avecinan y cuyos frutos comienzan a aparecer. En Nueva York las modelos menores deben estar acompañadas todo el tiempo por un tutor y se limita las horas de trabajo. En Francia la legislación exige un certificado médico que indique que la talla y peso guardan proporción saludable respecto de la masa corporal. Hay agrupaciones que compilan denuncias de maltrato y toman cartas en el asunto.

Las figuras de los maniquíes representan a una minoría.