EMOCIONES ENCONTRADAS

| 04/07/2021

La cancha vieja

La cancha vieja

“Yo no cambio nada de mi vida por las cosas que viví en esa cancha. Si volviera a nacer quisiera volver a vivirlas una por una”. Juan Carlos “Cacho” Herrera, sentado junto al hogar, se queda un instante callado, con la mirada fija en el piso, pensando lo que acaba de decir, dejando que cada palabra pese, que cobre su dimensión. Seguramente, escuchando las voces de tantos pibes con los que compartió la infancia y juventud en la cancha vieja. Vaya a saber quien bautizó así a esa manzana entre las calles Albarracín, Anasagasti, Frey y Beschtedt. Vaya a saber si, en sus noches, no ha visto a un niño, parado en la esquina, de pantalón corto, camiseta verde y colorada, con unas viejas zapatillas y la número 5 de cuero bajo el brazo, mirando cómo se levantaba el colegio María Auxiliadora en ese terreno, aplastando huellas y recuerdos.

En esa cancha, rodeada por matas de michay, mosquetas y retamas, además de algunas casas de ese pueblo que, de forma imparable, avanzaba poblándose, dejaron sus huellas niños de ese barrio y de algunos cercanos. Allí, en muchos de ellos, germinó la semilla del amor al fútbol, que los acompañó de por vida. Todos ellos bajo la tutela de don Carmen Gómez, un hombre que pasó como una golondrina por la historia barilochense, dejando en ese puñado de jovencitos escrito su nombre para siempre. Un hombre solo, que se hacía el tiempo para llegarse a la cancha y ser algo así como el dirigente y guía de ese puñado de pibes que levantaban polvaredas corriendo tras la pelota. Don Carmen les dio forma de equipo: los llamó Sacachispas, también Nueva Argentina. Junto a otros dirigentes barriales, armaban campeonatos, con equipos del barrio Lera, de La Cumbre, venían desde El Mallín y de otros lugares.

Carmen Gómez dirigiendo a uno de los tantos equipos formados en la cancha vieja.

 

Los hermanos Herrera vivían a una cuadra de la cancha. Desde allí llegaban: “Coco”, “Tito” (el recordado carnicero del Mercadito Santa Lucía) y Roberto, que aún hoy transita las calles con su taxi. “Nos cambiábamos entre las matas o en la cocina de las casas de ahí cerca. La mamá de alguno de los pibes sabía estar haciendo tortas fritas. ¡Las freía mientras nos esquivaba a nosotros! Teníamos unas camisetas que don Carmen había conseguido", recuerda “Cacho”, quien desgrana algunos nombres de aquella época, una generación nacida entre los años 40 y 50, que hoy, al pasar por allí cerca, inevitablemente revive sus horas en ese lugar. “Trabajé de cadete en Casa Giménez, después en la fábrica de artesanías Luque. Un día, Lueiro, que trabajaba en Casa Soriano, me vino a buscar para jugar un torneo comercial, representando a esa firma. Salimos campeones. Al poco tiempo entré a trabajar ahí". Muchos barilochenses recuerdan la amabilidad de este hombre que, entre venta y asesoramiento en materiales de electricidad, se hacía tiempo para desarrollar esa pasión futbolera que lo llevó a ser uno de los más recordados jugadores barilochenses. Un exquisito 5, emblema de Estudiantes Unidos, que llegó a jugar y ser capitán de la selección de Bariloche.

"Cacho" Herrera. (Foto: Facundo Pardo).

Una infancia pobre, pero feliz. Así se puede inferir escuchando el relato de “Cacho”. Tiempos de salir a vender diarios por la mañana e ir a la escuela de tarde, durante un corto período en el que vivieron en Cipolletti. También de ir con sus hermanos a vender bollitos de pan hechos por su madre, a las carreras de caballos que se hacían en un predio detrás de LU8 (hoy barrio El Cóndor). La cancha detenía su actividad como tal en época de ramadas, por el 18 de septiembre, aniversario de Chile. Entonces, todo el predio se rodeaba de ellas: se tomaba, comía y bailaba ante la atenta mirada de los pibes que, a escondidas, curioseaban, esperando que se vuelva a despejar para seguir con el juego.

 

Los partidos de la cancha eran seguidos por familiares de los chicos, además de dirigentes, quienes de allí sacaban jugadores para los clubes locales. “Era el semillero. Me acuerdo la primera vez que jugué en el Estadio Municipal. ¿Sabés lo que fue? La cancha lisita, regada”, dice “Cacho”, nostálgico. “Me iba desde mi casa hasta allá. Venía por Anasagasti y cortaba por Ruiz Moreno, esquivando las quintas alambradas”. En ese recorrido conoció a “Titina” Barbagelata, su compañera, el amor de su vida. Aquella muchachita que, luego de algunos saludos formales, lo empezó a ir a ver jugar al estadio, para acompañarlo en el regreso, enamorada de la simpatía de ese muchacho de barrio y del talento que derramaba en la cancha. Con ella, luego de muchos sacrificios, levantaron la casa donde vive actualmente, rodeado de recuerdos y fotos de hijos y nietos. “En la otra cuadra de la cancha vivía don Pozas, que tenía zapatería. Cuando se nos descosía el fútbol se lo llevábamos para que lo cosiera. ¡Ni nos cobraba!". Van brotando a borbotones los recuerdos de este hombre que es un pedazo de la historia del fútbol de nuestra ciudad, además de un resguardo de ese patrimonio cultural intangible, que vive en los sentimientos de quienes fueron felices en “la cocina” de nuestro pueblo.

 

La historia de la cancha vieja. Recuerdan algunos que allí fue donde comenzó la Liga de Fútbol de Bariloche, allá por los años 40. Más tarde, don Camilo Garza donó las tierras donde hoy se encuentra el Estadio Municipal, que en sus orígenes se llamó Eva Perón. Hoy José Antonio Jalil. Aquella manzana, casi al final del pueblo, a la que custodiaba algunas casas de material, un racimo de ranchitos de madera y el imponente tanque de agua desde el fondo, fue el semillero de varias generaciones de futbolistas barilochenses, pero también, un marco donde se formaron vínculos indestructibles, de amistad y valores, ante la mirada de hacedores como don Carmen Gómez y otros dirigentes amateurs, que, por solo amor al deporte y a la juventud, dejaron su impronta y largas horas de sus vidas, viendo a aquel puñado de purretes que corría tras la pelota.

Tal vez en estos días, en las galerías del colegio de las monjas (en lenguaje barrial), cuando todo está en silencio, se escuche como un eco: “Pasala morfón. Centro. Marcalo, te llevan” o el inconfundible grito de un gol. Quizás se filtre entre los mosaicos algo del polvo que levantan las zapatillas de aquellos pibes, corriendo detrás de una pelota.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias