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| 01/05/2021

Coco, el canchero

Coco, el canchero
FOTO: Facundo Pardo
FOTO: Facundo Pardo

Texto: Edgardo Lanfré Foto: Facundo Pardo

Aquella tarde, en el Estadio Municipal, el partido transcurría por los carriles en que suele hacerlo el juego. Once de un lado, once del otro, árbitro, jueces de línea y la pelota deslizándose sobre el verde. Era un partido más de los habituales. De pronto, sucedió algo que lo convertiría en un hecho especial. Ingresó al campo de juego un hombre de camisa a cuadros y boina que nada tenía que ver con el desarrollo del partido. “¿Qué hace Coco en la cancha?”, dijo un relator. Era “Coco” Parada, el canchero del estadio, quien, ajeno a las acciones del encuentro, observó dos pichoncitos de tero indefensos que corrían peligro. Poco importó para el hombre el entorno, solo quería salvar a esas indefensas aves.

 

Cuando uno se acerca a un estadio a dialogar con el canchero, espera encontrarse a alguien con atuendo deportivo. “Coco” Parada luce pañuelo al cuello y una inconfundible boina en su cabeza, que claramente lo definen como un “tipo‘e campo”. Por eso aquel día acudió al rescate de los teritos. Llegó al mundo en Tecka, Chubut. A los tres días de nacer, falleció su madre, Domitila Sánchez. Lo amamantó la esposa del capataz Villalba, quien le dio los primeros cuidados hasta que su padre lo dio en crianza a una tía en Corcovado.

Definido como “chato´e la zona”, luego de cumplir con el servicio militar en Puerto Deseado, deambuló por diferentes lugares hasta llegar a nuestra zona, procedente de Zapala. Trabajó como ayudante de albañil, peón de obra, aserraderos, pero siempre con una clara identidad campera, la que lo llevó a la estancia El Cóndor, donde se desempeñó como puestero. “Eran tiempos de buen caballo y arreo de ovejas y vacas a puro perro. Ahora los paisanos andan en moto y llaman al patrón por teléfono pa´decirles que vieron un zorro”, dice con acento cordillerano desde sus enérgicos “setenta y algo”. Y sigue recordando: “El pelao Llanos me hizo entrar al Matadero Municipal. Ahí sí que se trabajaba lindo. Dentrábamos a las cuatro de la mañana y pa´las diez ya teníamos carneadas alrededor de doscientas vacas y más de mil corderos, pa´la época de las fiestas. Éramos cerca de veinte. El resto del año bajaba un poco el trabajo, pero no tanto. Carneábamos y depostábamos. Después me tocó carnear chanchos”. 

“Coco” asistió al golpe de gracia al Matadero Municipal que significó el cierre definitivo, por la década del 80. “¿Sabés lo que más pena me dio? La cantidad de gente que comía de ahí. A la mañana temprano hacían cola para llevarse achuras y a la espera de lo que le diéramos. Cantidad de vecinos barilochenses trabajaba en ese lugar que estaba al servicio de grandes y pequeños crianceros de la zona".  

Después de trabajar un tiempo en el Plan Calor, siempre como empleado municipal, llegó al Estadio de la mano de Quique Muena, quien, en ese entonces, era director municipal de Deporte.




Regar, cortar el pasto, limpiar camarines: fue la rutina de “Coco” Parada desde entonces. “Me quedé acá de regalón para ayudar a los muchachos porque ya me jubilé. ¡Yo soy un afortunado de la vida, papá! La gente del fulbo es lo más grande que hay. Soy amigo de todo el mundo, me quieren de todos los clubes. El fulbo me gusta poco, pero me acostumbré. Antes había partido mañana, tarde y noche. En estos tiempos pasan días que no viene nadie”, dice en alusión al presente de pandemia. 

Estuvimos con él justo el día anterior a que se mudara definitivamente: “Saqué una casita allá arriba, estoy orgulloso pagué mi terreno y allá me voy”.

Lindo le queda el nombre “canchero”. Lo es, y no por cuidar una cancha, sino por ser “canchero en cosas del campo”. Sus ojos acostumbrados a los verdes mallines cordilleranos están felices en el verde césped del estadio. Por eso aquel día que acudió en rescate de los teros, también lo hizo por su identidad. El canto de esas aves fue la música que acompañó sus recorridas de puestero y allí estuvo deteniendo el juego por ellos, cuidándoles la vida. 

Seguirá el balón rodando por el campo de juego y muchachas y muchachos corriendo tras él, volverá el público a las tribunas y la vida continuará. Quedará para siempre el recuerdo de aquel canchero de boina y pañuelo al cuello que un día interrumpió el juego para salvar a dos teritos.

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