EMOCIONES ENCONTRADAS

| 04/04/2021

Homenaje Malvinero

Homenaje Malvinero

Desde esta página escribo ficciones, historias o crónicas. En esta oportunidad me tomaré la licencia de compartir algo personal.

Aquel 2 de abril de 1982, la voz del coronel Rito Burgoa, segundo comandante de la VI Brigada de infantería de montaña con asiento en Neuquén, retumbó entre las paredes de la plaza de armas del edificio que ocupa una manzana en los altos de la ciudad. “El clarín de la patria está llamando”, gritó, enérgico. Era Jueves Santo, habíamos llegado del campo de instrucción hacía dos días. Esa jornada y las siguientes íbamos a salir de franco. Nuestra primer salida después de dos meses de ingresar al servicio militar obligatorio. Para los neuquinos, rionegrinos y porteños que estábamos bajo bandera en esa unidad, Las Malvinas eran unas islas lejanas de las que rara vez se hablaba. En lo personal recuerdo haber sabido de ellas a través del poema de Atahualpa Yupanqui, La hermanita perdida, al que vi recitándolo sentado en una piedra junto al mar en una de la películas Argentinísima. Siguieron días de arengas, infaltables “baúles y raneadas” e instrucción. Todos los días despertábamos con la Marcha de Malvinas, que salía desde los parlantes de la cuadra y en el comedor, en las radios que escuchábamos y en la televisión; también la entonábamos mientras marchábamos.

Manifestaciones patrióticas en las plazas, banderas por doquier, discursos, declaraciones que seguíamos por radio y televisión, nos fueron haciendo ver y entender de a poco, que aquello pasó de ser una ocupación para transformarse en un inminente inicio de una guerra. Una guerra, nada menos. Los que quedamos en el continente vimos como pibes de nuestra misma edad eran transportados en trenes y camiones hasta puertos y aeropuertos que se los llevaban rumbo a las islas. Allí estaban “los pibes”, los que no eligieron ir a la guerra, expertos en saltos de rana y orden cerrado pero con escasa instrucción. Aterrados, sin certezas, sin saber que vendría, metidos en un pozo de zorro, aferrados a la foto de una mamá, una novia, con un crucifijo en las manos, escuchando las descargas y la metralla sobre sus cabezas. Los que quedamos en los cuarteles nos contábamos sensaciones: ¿suerte o desgracia no estar allá? Tanta arenga, marcha e instrucción, habían despertado en nosotros las ansias de dar pelea, de marchar al frente.

La aceitada industria de la guerra, la mejor flota pirata estaba en frente de unos muchachos, con frío y hambre. La vida los puso frente a la realidad de entender el delirio, dentro de él. Las guerras apenas comienzan, hacen que el diálogo caiga derrotado, que las armas se lleven puesta la capacidad de ponerse de acuerdo. Que la razón caiga herida de muerte. Recuerdo estar descargando desde camiones y camionetas las cajas y bultos del “Fondo patriótico”, ingresándolos a los galpones del cuartel. Todo aquello era un torbellino en las desordenadas cabezas de camaradas de entre 18 y 20 años que no entendían bien lo que sucedía y, por qué no decirlo, víctimas de la manipulación y la desinformación. Mientras tanto, allá, “los pibes” regaban las islas con heroísmo y coraje, apretando los dientes, bajo las ordenes de oficiales y suboficiales que sí habían elegido la vida militar y el camino de las armas.

Cada 2 de abril, algo se mueve en mi alma, algo me hace fluir la sangre de un modo distinto. Lo he hablado con otros camaradas de aquel tiempo y, a quien más a quien menos, nos pasa lo mismo. El paso del tiempo, tener hijos, nos hacen sentir lo mismo y entender a aquellos padres y madres desesperados por el destino de sus hijos. En el año 2010 tuve oportunidad de estar en Río Gallegos, formando parte de un festival artístico. Fue la vez que más cerca estuve de las islas. Mientras escribo, recuerdo haberle pedido a un taxista que me acerque hasta la costa. “Desde acá veíamos salir los aviones” me dijo, marcando el rumbo. Le pedí que me esperara y me quedé frente al mar, mirando al cardinal de Malvinas. Era una noche de julio, el frío vino a envolverme y hacerme sentir algo de lo que sintieron nuestros paisanos, allá, en el suelo malvinero, con ese mismo frío calándole los huesos, sin sentir las manos ni los pies. Se me piantaron algunas lágrimas. Recé un bendito antes de subirme al auto, de regreso al hotel. Aquel hombre comprendió mi silencio.

Por estos días, la noche previa, en las plazas de las ciudades, se elevan las llamas de una hoguera, a la que los veteranos y conciudadanos observan en silencio. Ese fuego que convoca e impregna con el humo, como a quienes estuvimos bajo bandera nos impregnó un amor patrio que llegó para no irse más. Un sano fervor patrio. Algunos no han podido superar la guerra; otros andan con dolor y falta de reconocimiento a cuestas. Algunos se han quitado la vida, hartos del olvido y el abandono. Otros caminan orando por la paz.

Cuando veo a un excombatiente, me asalta la imagen de que le tiendo una alfombra por delante, para que camine sobre ella. Que sea celeste y blanca, o del color que pueda tener la dignidad. También lo veo con la figura de la patria a sus espaldas, como un ángel de la guarda, que lo abraza y lo consuela. Sé que ella está orgullosa de su hijo.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias