EL RECUERDO DE UN SUEÑO QUE QUEDÓ TRUNCO

| 16/02/2021

Ruben Pablos, un excombatiente de Malvinas que quiso “curar” el bosque

Christian Masello
Ruben Pablos, un excombatiente de Malvinas que quiso “curar” el bosque

Ruben Pablos vivía en la zona sur del gran Buenos Aires.

Hubo, en su vida, un punto de inflexión: “En 1982, fui como soldado a defender a la Patria”, dice, en alusión a su intervención en la guerra de Malvinas.

Tras aquella participación en el conflicto bélico, las cosas no volvieron a ser iguales.

“Cada vez se me hizo más difícil vivir en la gran ciudad”, recuerda.

Así, en camino tras cierta espiritualidad que calmara su ser, recaló en la Patagonia.

“Iba en busca de paz, por eso elegí Bariloche”, indica.

Llegó en 1990, y la década que se iniciaba estaría plagada de incendios.

“En un momento, si te parabas en el Centro Cívico, y hacías un giro de trescientos sesenta grados, veías fuego por todos lados, incluso enfrente, en Villa La Angostura”, recuerda.

Pero, en vez de quedarse como un espectador del infierno en el paraíso, decidió poner manos a la obra.

“Participé activamente como bombero forestal voluntario, al igual que muchos otros vecinos”, menciona.

Aclara que, por aquel entonces, las instituciones de combate contra el fuego, tanto provinciales como nacionales, “todavía no estaban muy aceitadas”.

“Una guerra deja muchas enseñanzas, una de ellas es tratar de ser más solidario, revertir situaciones que uno ve mal, preocuparse por lo verdaderamente importante, y, en ese momento, cuando observé los incendios, dije: ‘Algo hay que hacer’”, señala.

También reconoce que su acercamiento a la naturaleza, sobre todo con la intención de reparar los daños que los incendios forestales dejaban, tiene mucho que ver con algo así como el exorcismo de los demonios que el combate en el Atlántico Sur había incorporado en su alma.

Ese en sentido, luego de combatir las llamas en varias zonas de Bariloche, vio que “no se hacía nada para revertir la situación del bosque incendiado”.

“Entonces puse en marcha una idea acerca de cómo reproducir plantas y llevarlas a la montaña, para recuperar lo quemado”, cuenta.

Pero no era un erudito, y, en aquel tiempo, la información acerca de cómo llevar adelante esa tarea era escasa (casi nula).

Fue así que se transformó en un autodidacta.

“Empecé a investigar, a realizar análisis… todo era en forma empírica”, apunta.

Más allá de alguna consulta en El Bolsón, con el ingeniero Oscar Lebed, que poseía un vivero y era uno de los pocos que entendían sobre el tema, se las rebuscó a pura “prueba y error”.

“Construí, en mi casa, un invernáculo grande, y empecé a reproducir plantas nativas”, indica.

“Iniciamos un seguimiento, y, a partir de un par de años, comenzamos a tener gran variedad y cantidad”, añade.

En ese sentido, afirma: “Llegamos a producir cincuenta mil plantas anuales”.

De esa manera, surgió el Proyecto de Restauración del Bosque Nativo Andino Patagónico.

Ruben había comenzado a trabajar en la temática en sus ratos libres; luego, prácticamente, se dedicó de lleno a esa labor.

“Veía que había muy poco conocimiento de la comunidad acerca de la importancia de los bosques nativos, de lo que significa la masa boscosa, no solo para nosotros, sino también para otras provincias, y sentí la necesidad de informar, de difundir y compartir esa cuestión”, narra.

“Por eso creé la asociación civil Sembrar, y empecé a ir a las escuelas, donde encontré muy buena recepción”, rememora.

El excombatiente convocaba a los alumnos y daba charlas.

“Venían chicos de todos los colegios, tanto públicos como privados. Les dábamos un taller de educación ambiental, contando la importancia del bosque, y al final los nenes sembraban una bandeja con plantas nativas”, explica.

“Al cabo de dos o tres años, cuando esas plantas ya estaban en condiciones, las llevábamos a la montaña, y así nacieron las campañas de reforestación”, añade.

Más allá de volver a poblar de verde las zonas que habían sido arrasadas por las llamas, Ruben intentaba brindar “educación ambiental”. En tal punto, reflexiona: “Me parece fundamental que la ciudadanía se comprometa con eso”.

Se trataba de crear conciencia: “Era demostrar que, frente al desastre, algo podíamos hacer. Y ese algo, en ese momento, era llevar plantas a la montaña para restaurar las áreas incendiadas”, manifiesta.

Con orgullo, Ruben dice: “Durante casi veinte años, fuimos con miles de chicos de todas las escuelas. Cada nene, junto con su familia o el docente, restauraba las zonas quemadas. Así, fuimos creando conciencia ambiental”.

Pero, claro, no todo se puede sostener solo con voluntad.

“Mantener la asociación Sembrar fue una lucha permanente”, asevera.

A veces se conseguía apoyo económico de alguna empresa u organización, incluso internacional, pero, la mayor parte del tiempo, era rebuscársela como se pudiera, en pos de conseguir el dinero para que el proyecto continuara.

Por ejemplo, vendían plantas.

Reconocimientos, hubo muchos.

Incluso de instituciones gubernamentales.

Pero no se traducían en aportes.

“Después de tantos años, la economía se hacía cada vez más difícil, y no pudimos seguir sosteniendo el ritmo… tuvimos que cerrar”, se lamenta Ruben.

En el camino, quedaron otros proyectos, como “la creación de un banco de germoplasma, es decir de semillas de plantas nativas andino patagónicas”.

“En el país no había ninguno. Se sabe mucho de genética para producir y guardar maíz, trigo, papa… pero no de un coihue, por ejemplo”, expone.

Se trabajó con muchos técnicos locales, pero las instituciones no aportaban dinero…

“Yo tomé la asociación como un nexo para poder trabajar en conjunto con el Estado”, afirma el excombatiente, que, si bien es verdad que solía conseguir apoyo formal, eso no se traducía en un sostén económico.

“Una cosa que sí pudimos crear, cuando nació la Universidad Nacional de Río Negro, fue la Tecnicatura en Viveros, que pusimos en marcha nosotros”, informa.

Desde hace tres años, Sembrar es pasado, un sueño que se evaporó. Quedan los logros, pero, a la vez, cierto sabor amargo en la boca.

“Faltó una política de Estado que acompañara; para un privado, es muy difícil”, sostiene.

“Llegamos a tener técnicas de reproducción de más de ciento treinta especies”, suspira, ante la evidencia de lo que quedó trunco.

“Cuando cerramos el vivero, donamos las plantas a la Municipalidad; por ejemplo, los arrayanes que están en la calle Mitre eran nuestros”, agrega.

Cuando se le consulta si se podría llevar adelante una tarea de reforestación en El Bolsón, donde el fuego arrasó una gran superficie, reflexiona: “Se puede y se debe hacer, pero hay que realizar un proyecto serio de recuperación de plantas, y comprometer a la sociedad y el Estado”.

Para que se comprenda lo que se pierde con cada incendio forestal, Ruben dice: “Si desapareciera lo que tenemos en la alta montaña, millones de personas estarían sufriendo una situación crítica”.

“Los bosques de altura y la flora preservan las cuencas de las montañas, que con la nieve se llenan; durante el año, regulada por el propio bosque, el agua subterránea baja y alimenta arroyos, ríos y lagos cada vez más grandes. Y esos lagos, a la vez, alimentan, por ejemplo, el Limay, que tiene la represa hidroeléctrica que abastece a distintas provincias”, se explaya.

En la actualidad, a Ruben, escogido por sus compañeros excombatientes como director provincial de Veteranos de Malvinas, le queda el recuerdo del esfuerzo realizado junto a su esposa e hijas, en pos de concientizar y recuperar lo que el fuego se llevaba.

Y las gratas instantáneas mentales de ver a chicos que, al inicio de su camino en primaria, habían puesto una semilla y, al llegar a séptimo grado, acompañaban a los pequeños de primero y les explicaban la necesidad de proteger los bosques.

 

Christian Masello

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