03/01/2021

EMOCIONES ENCONTRADAS: El balsero

EMOCIONES ENCONTRADAS: El balsero

Las represas que se han levantado sobre río Limay, han tapado su cauce natural y también el de sus afluentes, como el Traful o el Collón Cura. Al ver esos inmensos espejos de agua artificial uno imagina, allí por debajo, el corazón del río sujeto a su camino milenario.

Hay épocas del año en las que, vaya a saber porque decisión técnica, la represa deja salir más agua de la habitual y se produce un “desagote” del embalse, lo que deja al descubierto al viejo cauce de los ríos, los antiguos puentes que yacen en la profundidad y las siluetas de algunos árboles que no lograron huir de la inundación y allí quedó en pie su testimonio. Es un paisaje desolador para quienes conocimos esos lugares en su estado natural.

Iba pasando por Collón Cura, por la ruta 40, en el tramo que va hacia La Rinconada. Allí, después del cerrito Piñón, se encuentra el lugar donde estuvo la balsa. Era una de las de la zona, junto con las de paso Miranda y paso Flores, que también sucumbieron ante las represas. Pasos obligados en la ruta entre Bariloche y Zapala o Neuquén. En la margen de enfrente se veía aun la rastrillada de lo que fue la antigua ruta 40 (que quedó dentro de una propiedad privada), la que luego de cruzar la balsa subía la loma y desde allí tomaba hacia la Rinconada.

Don Serafín Corbalán se crió junto a la balsa, hijo de un catalán llegado a fines del siglo XIX y afincado por la zona. Con el único objetivo de no pasar más hambre, aquel hombre probó todos los oficios, desde mercachifle a puestero de estancia pasando por peón de vialidad, para finalmente ser balsero en paso Limay, oficio que heredó su hijo mayor.

En su casa de Junín de los Andes, don Serafín solía desgranar recuerdos de su vida bandeando el río; doña Lidia, su esposa, lo escuchaba en silencio, aportando datos o corrigiendo algún detalle de las narraciones de su compañero de toda la vida. Junto al río llegaron recién casados y criaron a sus siete hijos.

- No era mucho el trafico que había en esas épocas, salvo pa´los veranos – recuerda Serafín recibiendo un mate de manos de Lidia – se bandeaba mientras había luz y los domingos solamente alguna emergencia.

- Contále la historia del puestero Maidana – lo invita ella.

Serafín fue relatando con silencios y detalles lo sucedido aquella noche, cada tanto su mano temblorosa recorre el camino entre el bolsillo de atrás de su bombachas hasta sus ojos que lagrimean desde esos ojos humedecidos por los recuerdos.

Corría el mes de septiembre. Aunque el calendario marcaba la incipiente llegada de la primavera, el  aire aun estaba helado. Ya se habían acostado cuando los despertó la bocina de un vehículo, acompañada de gritos, desde la otra orilla; Corbalán prendió la vela y miró la hora, era casi la medianoche. Se vistió con urgencia, cualquiera fuera el motivo por el que aquel vehículo y su ocupante estuvieran allí debía averiguar de qué se trataba. Si era alguien de la zona debería estar transitando alguna emergencia para haberse llegado a esa hora. Sus perros ladraban. Cuando la persona que se hallaba junto al vehículo vio que salía alguien de la casa junto a la balsa, gritó:

- ¡Tengo a mi mujer por parir, voy a lo de doña Delicia! – la voz de aquel hombre marcaba la urgencia de la situación.

Serafín soltó la balsa de los palos que la sujetaban y se aferró a la manija para hacer girar las poleas que la sujetaban a los cables de acero tendidos sobre el río. Estaba helada y le causó dolor en las manos. Corrió hacia atrás, dejando que derive el noble casco de madera, cortando el agua por delante. Por suerte había algo de luna y dejaba ver las cadenas que con pulso seguro y presuroso Serafín iba manipulando. Al llegar a la otra orilla, aquel hombre lo esperaba y mientras lo ayudaba a amarrar la balsa, le contó de su esposa que estaba por dar a luz. Era Maidana, un puestero de la estancia. En el interior de la vieja Ford A se encontraba recostada aquella mujer.

- Doña Delicia dijo que cuando sintiera que venía la criatura vayamos a su casa, para que la ayude en el parto, pero parece que se adelantó – dijo aquel hombre con preocupación.

Delicia era la matrona de la zona, que vivía un par de leguas, a orillas del camino. Presurosos subieron la camioneta a la balsa y Serafín comenzó las maniobras para bandear el río nuevamente.

Lidia lo esperaba en la orilla. Ella se había levantado al ver salir a su esposo e intuía que aquello debía ser una urgencia. Cuando la camioneta estuvo en tierra firme ella se acercó a ver a la mujer, algo más joven que ella. Entre ambas evaluaron la situación.

- La criatura está por nacer, no van a llegar a lo de la Delicia – sentenció segura Lidia – Serafín, encendé la cocina y poné agua a calentar – le ordenó a su marido, haciéndose cargo de la situación – ayúdeme a bajarla – le pidió a Maidana y juntos la ingresaron a la casa.

- No habrían llegao a lo´e la Delicia – comentó Serafín en la cocina – el traqueteo del camino la habría hecho parir antes – concluyó, alcanzándole un mate al preocupado futuro padre.

La madrugada sintió quebrado su silencio con el llanto de aquella criatura que llegó a la vida en la casa del balsero, a orillas del Collón Cura. A lo lejos cantó un gallo, como una salva de honor, saludándola  en medio de las soledades.

Don Corbalán se quedó en silencio, mirando por la ventana de su humilde casita en Junín, levantada con esas manos que transitaron toda una vida aferrada a las cadenas de la balsa, bandeando el río una y otra vez, día a día, durante años. Aun allí, en el pueblo, sus noches le dejan oír el golpeteo del agua contra las maderas de la balsa de ese río, que cada tanto sale a la luz desde las profundidades del embalse.

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