15. Diablo

Azuzamos el fuego bajo esa lluvia de saliva que nos abraza. Charcos de estiércol relamidos por la sed voraz e impostergable. Silencios que es mejor no olvidar, espacios de tiempo donde agazaparse hasta sentir el aturdimiento de un alfiler. Pesados los hombros de tanta noche, de tanta luz encandilante; negados los párpados por esa luna que está más cerca de los ojos; la luna que nada eclipsa.

¡Oh, estiércol! (Vuelve orgánica esta calavera).

Sólo la sombra amenaza tu cercanía, tu cáscara reseca, tus abismos circulares como bosques, tus denodadas asimetrías que desvelan astrónomos y escriben poesías en prosa, sobre tarot.

¡Oh olvido! Guarda en tus brazos nuestras cacofonías.

Algunas palabras de este texto fueron halladas en submundos de gran hervor; a ellas se le han añadido, inercialmente, por efectos de la Naturaleza en flagrante expansión, unas flores algo invasivas que el lector sagaz podrá cosechar y paladear en infusiones mientras lo lee.

De las comillas no hablaremos. La fatalidad de último momento nos impide nombrarlas. Ellas saben -su Memoria- que arrancaban primero y cerraban en el primer final.

Diremos algo sí, de su brevedad. De la extensión de los textos poéticos que hablen los libros. De la brevedad de este, que es una lágrima redonda y gigante, cayendo al mar.

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