13/12/2020

EMOCIONES ENCONTRADAS: Los viejos LP

Edgardo Lanfré
EMOCIONES ENCONTRADAS: Los viejos LP
Foto: Facundo Pardo.
Foto: Facundo Pardo.

Para quienes hemos pasado los cincuenta, hablar de un disco de vinilo, Larga duración o Long Play es habitual. Las nuevas generaciones, de las aplicaciones y dispositivos para escuchar música, ven esas placas redondas y negras, con una etiqueta en el centro y tal vez les cueste entender que de ellas salía música.

En mi casa había un combinado, que era un mueble de importantes dimensiones, al que se le habría una tapa, de la que se asomaba la radio y en la otra estaba el plato para hacer girar los discos. Más tarde, ya en mi adolescencia, una bandeja más sofisticada, con unos parlantes de madera que se podían retirar, para escuchar claramente el sonido estereofónico.

Era un ritual acercarse a la disquería o casas de electrodomésticos, donde estaban las bateas con los discos. Algunos comercios tenían una cabina adaptada, donde se podía escuchar un adelanto de algún intérprete nuevo o curiosear las características del material grabado. Llegar a casa e invitar a un par de amigos a escuchar el nuevo disco; sacarlo del sobre y del celofán o nylon que lo protegía y dejar que la púa despierte las notas dormidas en esos surcos, mientras mirábamos una y otra vez la tapa y contratapa y como buenos críticos, luego de la primer escucha, volver a hacerlo ya con más detenimiento. Recuerdo la compra de algún Simple, con un tema por lado, o un doble, los que cumplían la misión de adelantados. Generalmente traía el Hit que llamaba, para luego ir por el album entero.  Si había una reunión o necesidad de escuchar música para acompañar, se procedía a poner en el “fierrito” del centro de la bandeja (seguro que no se llamaba así) unos dos o tres discos, para que el mecanismo los dejara caer al concluir la escucha del que surcaba girando.

Aun hoy, a pesar del paso de los años, recuerdo algunas tapas. Tenían unos diseños maravillosos. Una repisa cercana al tocadiscos los guardaba prolijamente puestos uno al lado del otro (no encimándolos, pues se deformaban), en algún lugar cercano la infaltable franela amarilla para retirar algunas partículas de polvillo, o un paño que venía enrollado en un cilindro, para los mismos fines. Un agudo oído permitía saber cuándo se debía cambiar la púa. A Algunos discos se les agrandaba en agujero del centro, lo que provocaba que los cantores “lloraran” a la gira de manera irregular. Ni qué hablar de un involuntario “rayón” que hacía saltar el brazo, o es “fritura” que se escuchaba a raíz del prolongado uso. Más de un allanamiento en épocas dictatoriales acarreo con esos LP o fueron escondidos por sus propietarios, por el “peligro” que encerraban la música allí grabada. Recuerdo a algún disquero contar que un larga duración de Los Olimareños, el cual estaba prohibido, era vendido dentro de la funda de uno de Héctor Varela y su orquesta de tango. Se cuentan varias anécdotas en ese mismo sentido.

El recorrido generalmente consistía en escuchar en la radio alguna canción nueva, esperar que el locutor diga su titulo y el intérprete para correr a la disquería a comprarlo, si es que estaba disponible o esperar la llegada. Lamentablemente hoy, en casi la mayoría de los medios, se escucha música y no se dice quien es el interprete ni el nombre de la canción.

Uno de mis hijos  siendo pequeño, vio mi colección de Lp´s y me preguntó: “Estos son esos que les pones un palito arriba y suenan”. Por más que hoy en un pequeño Pendrive entre toda una discoteca o en un teléfono haya descargada más música que en las repisas de todos nuestros amigos de la juventud, déjenme homenajeara aquellos discos negros, que en sus surcos nos deparaban tantas horas felices y que, como tantas cosas, el progreso ha condenado al olvido.

Edgardo Lanfré

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