UN TEMA QUE ARDE

| 23/11/2020

Revelan los secretos que rodean a los incendios que se producen en Bariloche

Christian Masello / Fotos: Facundo Pardo
Revelan los secretos que rodean a los incendios que se producen en Bariloche

“La detección temprana de un foco posibilita una acción rápida para apagarlo”, sostiene Alejandro Beletzky, reconocido ecologista de la ciudad, con un pasado en el que resalta su camino como guardaparque, donde varias veces tuvo que enfrentar incendios que hacen que sepa exactamente de qué habla cuando se refiere al fuego que suele azotar a Bariloche como una plaga bíblica hecha para repetirse año a año.

Beletzky diferencia, antes que nada, lo que es el foco primario de lo que, ya propagado, se convierte en un incendio con todas las letras, mucho más difícil de combatir.

“Cuando un turista da la alerta por fuego, en general, es porque ya está esparcido”, señala.

En ese sentido, indica cómo cree que se debería trabajar para una detección temprana.

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Lo curioso, o no tanto, si se utiliza el sentido común, es que Alejandro no apunta a grandes complejidades tecnológicas, sino a una vuelta a las bases. Así, sostiene que las cámaras no siempre conforman un apoyo adecuado, como sí lo hace el tradicional torrero.

El ecologista, entonces, nos hace dirigir la mirada a una profesión que, por vieja, no deja de ser efectiva: sobre un atalaya, un hombre con binoculares otea la zona encomendada, para, a la primera señal de humo, avisar a los encargados de apaciguar el aliento ardiente.

Los individuos dispuestos en altura, para hacer esa labor, antes eran algo normal; Beletzky lamenta que en la actualidad no se los utilice.

Aclara que tampoco sería cosa de desparramar personal por todos lados. Simplemente, con que, desde la primera luz del día, hasta el anochecer,  algunas personas estuvieran en puntos estratégicos, en cuanto a la posibilidad de visibilidad, como, por ejemplo, en el Catedral, el Campanario y el Otto, el ecologista considera que sería suficiente.

“De esa manera, estaría cubierta la zona crítica de presencia humana, que además es la más peligrosa”, reflexiona.

Eso no quita que ese trabajo destinado a ubicar posibles focos sea acompañado por el recorrido de patrullas y móviles dispersos, que, por un lado, puedan detectar, también ellos, por su parte, alguna humareda, o incluso frenar a quien esté preparando fuego en algún sitio prohibido, para que el asado no se transforme en incendio.

De acuerdo a Beletzky, esa actividad sobre el terreno debería incrementarse “en los días críticos: cuando hay viento, está seco, pasaron varias jornadas sin lluvia, y el índice de peligrosidad de propagación de un foco es muy alto”.

Pero, sobre todo, destaca la actividad de los torreros, que, ante la presencia de algún inconveniente, pueden avisar pronto, para arribar con rapidez.

En ese sentido, expuso: “De esa forma, tenés la posibilidad de que en quince o veinte minutos lleguen al foco, no a un incendio”.

“Con vientos de treinta kilómetros, sequedad, y veinticinco grados de temperatura, si no llegás en los primeros minutos, te vas a encontrar con un incendio, y ahí ya hay que ir con todo lo que tengas, para tener la opción de apagarlo”, añadió.

“Un foco apagado a tiempo son diez metros cuadrados quemados; un incendio equivale a miles de hectáreas”, redondeó.

Y remarcó otra equivocación que suele producirse: luego de enfrentar el fuego, no suelen dejar lo que se denomina “guardia de cenizas”, es decir efectivos dispuestos en el área quemada, para detectar posibles rebrotes. “Lo apagan, se van, y después prende de vuelta”, se lamenta Alejandro.

En cuanto al modo de combatirlo, el ecologista recordó el año 1982, cuando operó como guardaparque con el apoyo de aviones anfibios que, en aquel momento, funcionaron a partir de una contratación del Estado.

Rememora la fuerza con que lanzaban el agua, y recalcó la diferencia con la acción que llevan adelante los aviones que se emplean en la actualidad: “Los que se usan ahora son fumigadores, transformados en apagadores, pero, para grandes incendios, no sirven”.

Las aeronaves que destaca Beletzky las hacía la empresa Canadair, una fábrica nacional de aviones civiles y militares de Canadá, que, en 1986, se privatizó y pasó a funcionar como Bombardier.

Entre los logros de Canadair, se incluye haber llevado adelante el primer avión anfibio contra incendios, el CL-215, cuyo vuelo inicial fue en 1967.

Luego, en 1993, llegó el CL-415, con una capacidad de almacenamiento de 6.137 litros, que retira el líquido de cualquier superficie de agua lo suficientemente grande como para que el avión realice una toma y pueda despegar. La absorción la hace durante el aterrizaje, mediante dos sondas retráctiles montadas tras el rediente de la quilla, operación que realiza en movimiento, mientras navega a unos sesenta nudos, lo que permite el llenado de los depósitos en doce segundos.

“Entre que levanta el agua del lago, la tira, y regresa a cargar, demora dos o tres minutos”, explica Alejandro.

“Los otros tardan alrededor de quince, si el tiempo está bueno y están cerca del aeropuerto, porque recargan en tierra, además de que, si hay mucho viento, no salen”, añade.

A todo eso, suma la cantidad de agua que pueden llevar uno y otro: los anfibios cargan el doble que los que se utilizan en la actualidad.

Beletzky cuenta que la decisión de no usar los anfibios responde a una cuestión de costos, pero, para él, en realidad, se gastaría menos si el Estado argentino comprara tres de esas aeronaves y las distribuyera por el país de acuerdo a la época de incendio, ya que el gasto que implica afrontar lo que pasa por no contar con el equipamiento adecuado es mucho mayor. En ese sentido, se pregunta retóricamente: “¿Cuánto cuestan el avión y el equipo necesario para su funcionamiento?, ¿y cuánto vale lo que se quemó, la plata para intentar sin éxito apagarlo, las casas que arruinan, las vidas que se pierden?”.

“Es irracional que digan que no se puede pagar… ¿Cuántos aviones se podrían haber comprado con lo que se ha gastado hasta ahora?”, dice.

Sobre el origen de los incendios, sostiene que “históricamente el noventa y ocho por ciento se debe a causas humanas”.

Y, de ese alto porcentaje, donde el hombre interviene en forma directa, manifiesta que “la mayoría es intencional”. De los pocos incendios que no los son, muchos surgen por cuestiones como “fogones mal apagados”. En ese sentido, apunta que, cuando se realiza esa acción, “no hay que enterrarlos, porque vuelven a prenderse, por ejemplo por la hojarasca. Deben echarles agua y poner la mano: si está apagado, no hay por qué quemarse”.

En cuanto a los intencionales, advierte que responden a múltiples motivos, “desde vendettas personales hasta la intención de recolectar madera y leña, ya que, en los bosques quemados, después entran con la motosierra”.

Además, apunta que no hay que olvidar “los negocios inmobiliarios”.

Asevera que "todo eso existe, no son mitos”.

Y si acá se quema para conseguir madera, “en el norte se desmonta para colocar soja”, agrega.

La introducción del elemento “soja”, aunque parece no relacionado con Bariloche, lo está, y mucho.

En principio, por el daño que se está haciendo a partir de ella. “La soja sobrevive y se hace en Argentina porque es ochenta por ciento agua, y el agua es escasa, en el mundo hay una crisis en relación a ese tema. Otro quince por ciento lo conforman minerales del suelo, y el porcentaje restante es la soja en sí. Estamos vendiendo suelo y agua por dos mangos. El pasivo ambiental es todo eso, que se exporta brutalmente: si entran cien millones de dólares, perdemos doscientos cincuenta. Cuando le dan de comer esa soja húmeda a los cerdos, le entregan nuestra agua, y también minerales”, desarrolla.

Además, desliza que existen “intentos de formar una semilla resistente a la sequedad”, lo que traería soja a la Patagonia…

En lo que hace a la intencionalidad por intereses económicos, Beletzky festeja que el proyecto que limita el uso privado y comercial de tierras incendiadas, impulsado por Máximo Kirchner, haya obtenido media sanción en la Cámara de Diputados. La modificación de la Ley 26.815, de manejo del fuego, prohíbe, durante treinta años, el desarrollo de emprendimientos inmobiliarios u actividades de cualquier tipo que sean distintas al uso que esos terrenos tenían al momento del incendio, lo que evitaría quemar por tales fines.

En cuanto a los pocos incendios que responden a causas naturales, por estos días se habló mucho de aquellos provocados por rayos.

En tal sentido, hubo quien afirmó que siempre existieron.

El ecologista, si bien indica que es cierto que, en el pasado, se producían, considera que la frecuencia ha aumentado notoriamente.

“En los setenta, cuando yo entré a Parques, los rayos eran una eventualidad. En los ochenta, empezaron a verse algunos más. En la actualidad, se observan tormentas eléctricas todos los veranos”, reflexiona.

El experto menciona “el cambio climático”. Y se explaya: “Argentina, en el pasado, tenía un ochenta por ciento de bosques. Ahora queda menos de un diez por ciento. Al desmontar la selva, quemarla, la lluvia se evapora, y aparecen las nubes del norte, con tormentas eléctricas, y llegan más al sur porque la tierra está compactada, no absorbe más, se ha alcanzado el nivel de que el agua corre… Por eso, antes, acá, llegaba solo el aire caliente, que ahora viene acompañado de nubes y rayos”.

Así que, principalmente, culpa a la deforestación, que propicia que “el calor, que antes arribaba a la Patagonia seco, ahora desembarca húmedo, y, cuando se apoya contra la cordillera, hay convección atmosférica, se generan cumulonimbos, y se produce la descarga”.

Resalta que, ante tormentas de ese tipo, “debería haber un avión que saliera a primera hora, con combatientes especializados, para recorrer la cordillera, en la zona donde hubo rayos, para detectar focos”.

Antes de despedirse, Beletzky regresa a los incendios, para recomendar: “Todos los ciudadanos de Bariloche deben estar al tanto de que si ven humo, si observan a alguien que hace un asado en el bosque, tienen que denunciarlo. Eso no significa que entren en choque, que discutan, sino que avisen al SPLIF (Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales) o a Parques Nacionales”.

Luego muestra folletos y manuales de un curso en el que formó parte de la organización, hace más de veinte años, donde figuran trazos del recordado dibujante Gabino Tapia, que, a su manera, con humor, trataba el peligro del fuego.

Christian Masello / Fotos: Facundo Pardo

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