11/09/2020

“La señorita Jardín”                                                                         

“La señorita Jardín”                                                                          

Aquella mañana, Camila bostezaba a cada rato. Se había despertado muy temprano. Apenas abrió los ojos, había saltado de la cama. Buscó un bolso grande y lo llenó con pinceles, plasticolas, témperas y fibrones de colores. Después se fue derechito a la escuela.

El patio estaba lleno de flores que empezaban a brotar con la cercanía de la primavera y el cielo, radiante, parecía sonreírle. Era el día perfecto.

- Bueno, chicos, hoy vamos a hacer algo distinto, ¿qué les parece?, -les dijo Camila a sus alumnos mientras se ponía en el hombro el bolso lleno de pinturas. – ¡Ahora… ¡nos vamos todos al jardín!

- ¡Biennnn! Gritaron los chicos y fueron tras ella.

Se sentaron en el suelo, en ronda, alrededor de la Seño Camila y conversaron un rato.

- ¡Bueno, bueno! ¡Vamos a hacer silencio!, dijo la señorita en medio de un bostezo. - ¡Miren todo lo que les traje!

Los chicos se abalanzaron sobre el bolso y se repartieron los colores. Mientras tanto, la maestra se fue poniendo cada vez más cómoda. Primero, estuvo sentada. Después, se recostó sobre el pasto, que estaba algo crecido y que parecía un colchón.

- ¿Qué les parece si dibujamos las flores del jardín y las pintamos sobre el blanco…? – La seño Camila estaba por decir “sobre el blanco papel”, pero no llegó a decir “papel” porque, de sopetón, se quedó dormida.

Los chicos entendieron muy bien la consigna: tenían que pintar sobre una superficie blanca. Con el sueño que tenía, la Señorita se había olvidado de pedirles que llevasen sus cuadernos al patio. Por eso, lo único de color blanco que encontraron fue ¡el delantal de la maestra!

Entonces, las nenas y los nenes se pusieron a dibujar. Cada uno pintó una flor distinta. Al terminar la tarea, la tela estaba cubierta de hierbas y de flores tan igualitas a las que crecían ahí que era imposible distinguir dónde terminaba el delantal y dónde empezaba el pasto.

Mientras tanto, la Seño Cami seguía durmiendo. Se la veía tan plácida que ninguno se atrevió a despertarla. Cuando sonó el timbre, los alumnos de la escuela se fueron a sus casas. La portera cerró la puerta, como siempre, sin darse cuenta de que la maestra se había quedado dormida en el jardín.
Camila, por fin, despertó. El sol se estaba escondiendo y la primera estrella empezaba a brillar.

-¿Qué hago acá?, se preguntó.

Quiso levantarse, pero no pudo. El delantal estaba pegado al pasto y todo se había convertido en una inmensa alfombra verde y floreada. Su primera reacción fue hacer mucha fuerza para desprenderse del piso. Pero, no hubo manera de levantarse.

- Estoy atrapada- Camila pensó en Rafael, su esposo, y en sus hijos que se preocuparían por su ausencia. De pronto, una brisa la despeinó. Olía a nardo. Ese aroma la tranquilizó. De inmediato, oyó que alguien hablaba.

- ¡Yo, el Nardo, doy inicio a la Primera Asamblea Floral!

Camila no sabía si estaba despierta o si estaba soñando. De repente, un estallido de aplausos y fragancias interrumpió sus pensamientos.
Después, el Nardo dijo:

- Toma la palabra la Señora Rosa Roja.

Una voz de terciopelo habló con aroma de rosas:

- Lo que estuve yo observando
mientras ella, acá, jugaba,
fue la cara de Candela
que estaba muy apagada.

Si me permite Don Nardo
-a mí no me cuesta nada-
pondré rojo en sus mejillas
con un par de pinceladas.

Cada flor fue opinando, a su turno:

- Señoronas, señorones,
quien habla es el Buen Jazmín,
quiero llenar de energía
al tranquilo Benjamín.

- Lucas anda preocupado
por su mamá y su papá
¡qué mejor que regalarle
la Alegría del Hogar”!

- Yo vi a Felipe con ganas
de bailar con Marisol
Aquí estoy yo con mis giros,
¡el famoso Girasol!

Hoy la vi muy desprolija
a la lindísima Eugenia
yo le adorno los cabellos
con mi gracia de Gardenia.

- No se preocupen, señores,
por el resto de la banda
porque a todos tranquilizo
con mi aroma de Lavanda.

Camila estaba de lo más asombrada. Las flores parecían conocer a los chicos en lo profundo de sus corazones y ella, que veía a sus alumnos cada día, no se había dado cuenta de nada.

La imponente voz de Don Nardo interrumpió, una vez más, sus reflexiones:

- Ahora viene lo importante:
el tema: “Corte de tallo”,
pues se irán de este jardín
apenitas cante el gallo.

Si ustedes quieren brindarse
de algo tendrán que privarse
y después de hacer su obra
pues… habrán de marchitarse.

El Lirio exclamó:

- Yo prefiero hacer el bien,
y regalar mis talentos;
¡a los chicos de este mundo
darles mi aroma y mi aliento!

- Marchitarme en el jardín
no tiene ningún sentido
¡vivo para perfumar
hasta el último latido!

Con estas palabras del Jacinto, el Nardo dio por terminada la Asamblea Floral y un nuevo remolino de aromas se mezcló con el aplauso de las flores.

La Seño Camila, que se había olvidado por un rato de sus preocupaciones, intentó despegarse del pasto pero, esta vez, tampoco lo logró. Miró las estrellas que titilaban y se dejó acunar por ellas. Después de tantas sorpresas, no tardó en quedarse dormida.

La maestra se despertó con el cantar de un gallo. El rocío del amanecer había desprendido el guardapolvo del pasto. De un tirón se despegó del suelo y logró pararse. Estaba rodeada de aquellas flores a quienes había oído hablar durante la noche.

- Con permiso, le dijo Camila a la rosa. Esta asintió con una inclinación de cabeza. La Señorita cortó su tallo. Lo mismo hizo con el Jazmín, con la Alegría del hogar, con el Girasol, con el Lirio, con el Jacinto, con el Nardo, con las Lavandas y preparó, con ellos, un ramo precioso.

Con las flores entre los brazos le avisó a su familia que estaba bien. Después, recibió a los chicos que empezaron a llegar a la escuela. La Seño Cami sabía bien a quién le correspondía cada flor y se las fue entregando a las nenas y a los nenes. Vio encenderse las mejillas de Candela y brillar de entusiasmo los ojos de Benjamín; se sorprendió con la alegría de Lucas y con el baile de Felipe y Marisol; miró a Eugenia enhebrarse la Gardenia blanca en el cabello y a los más traviesos del aula andar tranquilos llevando sus lavandas. Aquel día sus alumnos estuvieron más dichosos que de costumbre.

Después, la Señorita volvió a su casa. Su familia la recibió con besos y abrazos.

Más tarde, inspirada en la sabiduría de las flores, Camila notó un dejo de inquietud en los ojos de Rafael, y, en el oído, le dijo:

- Todo va a estar bien.

Pudo percibir cuánto la había extrañado Thiago, el menor de la casa, y lo abrazó. Sintió el miedo de su hija Micaela que estaba por rendir un examen y se quedó con ella a estudiar.

Después de la cena, se sentaron los cuatro en el sillón del living. Entonces Camila les contó un extraño y largo cuento acerca de un grupo de flores reunidas en Asamblea que debatían para hacer felices a las nenas y a los nenes de su escuela. Cuando terminó de contarlo, apoyó la cabeza en el hombro de Rafael y se durmió.

Aquella había sido una larga jornada. Aún llevaba puesto el delantal de pasto cubierto de flores y la Señorita se parecía a un jardín.

FIN

Autora e ilustradora: Sarah Mulligan (Todos los derechos reservados)

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