02/08/2020

EMOCIONES ENCONTRADAS: Algo más que un gimnasio

EMOCIONES ENCONTRADAS: Algo más que un gimnasio
Una de las tantas ediciones de la Cena del Deporte, en 1989.
Una de las tantas ediciones de la Cena del Deporte, en 1989.

Hay lugares y edificios por los que inevitablemente alguna vez hemos pasado quienes vivimos en Bariloche, construcciones emblemáticas que le han dado un perfil particular a la ciudad: El Centro Cívico, la Catedral, los edificios de Parques Nacionales. Uno de ellos es el gimnasio de Bomberos Voluntarios. O simplemente “Bomberos”. Gimnasio, teatro, salón de fiestas, de exposiciones y algunas cosas más.

Sería imposible contar la historia de este edificio sin escribir antes unas líneas respecto del cuartel de Bomberos, aquel que en principio iba a estar ubicado en los terrenos donde después se levantaría la Catedral Nuestra Señora del Nahuel Huapi (aún se encuentra allí la piedra fundamental). Finalmente se decidió mudar el emplazamiento del cuartel unos metros más arriba, en la intersección de las calles Moreno y Beschtedt, donde estaba “El Zanjón”, que fue rellenado para levantar el cuartel de Bomberos que necesitaba aquella pujante aldea, que crecía sin parar. Pronto el cuartel necesitaría financiamiento: rifas, empanadas, quermeses y cuanta idea hubiera para sostener el voluntariado de los abnegados bomberos que socorrían a la comunidad en momentos tan difíciles como son los incendios.

Siempre detrás de una gran idea hay gente con empuje, que deja su impronta. Pedro Estremador, Julio Ferrarons y José Jalil, entre otros, imaginaron la construcción de un gimnasio que, además de satisfacer la necesidad propia de un lugar para el deporte bajo techo, sirviera para financiar con sus ingresos al cuartel.

Estas líneas no pretenden ingresar en rigores históricos, simplemente trato de hacer un pequeño homenaje a ese coqueto gimnasio por el que, como decía, todos hemos pasado. Su particular techo redondeado, además de haberse pensado para la nieve de los inviernos, también lo fue para ahorrar materiales, esa maravillosa creatividad que surge a partir de la falta de recursos. Con cabreadas de madera, que algún “tano” imaginó y al que un equipo de constructores, entre los que se destacaba el arquitecto Martin, llevó a la práctica. Fueron dos años de construcción, con fondos de empanadas, bailes, rifas y cuanta ocurrencia hubiera, más el aporte del tesoro nacional, surgido a partir del asombro de un funcionario que andaba de paso por nuestra ciudad, quien al ver la envergadura del emprendimiento, decidió tramitar un subsidio. Se inauguró en el año ‘68, el que sería el gimnasio más grande de la Patagonia, que podía albergar a 1.800 personas.

Ya sea en la cancha o en sus tribunas, hemos pasado momentos memorables dentro de ese cascarón inmenso, con tanta historia. Las clases de gimnasia de la escuela, las noches de box, con Kid Gambita, El Patito Agüero, los Hernández, El “Mono” Roa y tantos otros. La platea que vio coronar a tantas jóvenes como Reinas de la Nieve; las fiestas del Chocolate, donde se pesaba en el escenario a la estudiante ganadora, igualando su peso en una balanza. Las paredes guardan eco de las voces de innumerables artistas, nacionales e internacionales, exposiciones (desde tractores hasta perros San Bernardo), circos, con malabaristas trepando por las columnas hasta el techo, ballet, obras de teatro. Las memorables campañas basquetbolísticas de Gastronómicos. El coqueto piso flotante y la nueva tribuna de Beschtedt. Los Bingos, que comenzaron sorteando autos usados hasta llegar a hacerlo con 0 km.

Tal vez, ese edificio extrañe aquella sirena que desde la esquina anunciaba los mediodías del pueblo o llamaba a los voluntarios a trepar a las autobombas, para salir a atacar un incendio. Ya no ve el pesado andar de Upa (esa tremenda autobomba con sus diez mil litros de agua, la que a veces para maniobrar necesitaba dos al volante); ni a“Chiquito”, el perrito mascota que desfilaba orgulloso sobre el techo. Se ha marchado el camión Dodge con la grúa y el Jeep.

En el silencio de la noche, cuando todos se han ido y las puertas estén cerradas, el viejo cascarón suspirará en el crujir de sus maderas o haciendo sonar la campana, aquella de las veladas boxísticas que aun cuelga del techo, y esperará el nuevo día con las voces que lo habitaran para una nueva aventura.

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