EL RECUERDO DE ALEM, YRIGOYEN Y PERÓN

| 07/07/2020

Atilio Feudal: Destacó la honestidad de los líderes históricos del radicalismo

Por Christian Masello
Atilio Feudal: Destacó la honestidad de los  líderes históricos del radicalismo

Atilio Feudal, dos veces elegido intendente de San Carlos de Bariloche, con una dilatada trayectoria dentro radicalismo, también nos dejó su mirada sobre los tres históricos de la política nacional.

El Cordillerano: – ¿Su familia era radical?
Atilio Feudal: – Mi papá era radical, pero yo me adherí al partido por convencimiento. Comprendí, en términos de historia argentina, que el radicalismo era la ideología por la cual yo estaba dispuesto a entregar todo mi tiempo. El día en que me dieron la Libreta de Enrolamiento, antes de llevársela a mi viejo, que en esa época era una cuestión de tradición, pasé por el comité y me afilié. Militaba desde los dieciséis años.

E. C.: – Me imagino que leería bastante sobre la historia radical.
A. F.: – Sí, y en la universidad, donde estudiaba Economía, al ver cuestiones técnicas, me convencía más, no solo por el apasionamiento generado por figuras como Alem o Yrigoyen, sino porque notaba que la ideología tenía un fundamento.

E. C.: – ¿Qué representa Alem para usted?
A. F.: – Una de las virtudes que tenía Alem, aparte de su lucha por el voto secreto, universal y obligatorio, está relacionada con que fue uno de los pocos que se opuso al crecimiento desmedido de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia, porque eso iba en contra del resto del país, pensaba que la Constitución terminaría por tener una apariencia federal cuando la centralización era unitaria; se trataba de un visionario. Uno de sus slogans era “trabajamos en contra del régimen y tenemos la causa de los desposeídos”.

E. C.: – ¿Qué opina de su decisión final?
A. F.: – Fue muy cruda, dura. Alem tuvo problemas desde su infancia. Cuando era muy chico, ahorcaron al padre y él vio su cadáver expuesto. Además, ingresó en una pobreza cruel. La madre se sacrificó muchísimo para que pudiera estudiar. Él, a los cincuenta y cuatro años, casi no tenía para comer, y entró en un grado de depresión que lo llevó a suicidarse frente a lo que en ese momento se denominaba Club del Progreso. Ahora, en Buenos Aires, en la calle Sarmiento casi Paraná, hay un restaurante que se llama así y es una versión actual de aquel, y está la mesa donde descansaron en un primer momento los restos de Alem.

E. C.: – El final de Yrigoyen dicen que también estuvo signado por la austeridad...
A. F.: – Así es. Daban testimonio de la honestidad en la vida pública. Lo mismo Arturo Illia, que nunca cobró el sueldo, y Raúl Alfonsín, que donaba la mitad. Alem e Yrigoyen terminaron en una pobreza tremenda. Creo que los políticos deben tener un salario digno, pero no un enriquecimiento ilícito, como lamentablemente hay muchos ejemplos en la actualidad.

E. C.: – ¿Cómo calificaría la primera presidencia de Yrigoyen?
A. F.: – Fue un éxito. Empezó una caja de jubilación para los empleados públicos; creó YPF; apoyó de tal manera a los estudiantes universitarios que, actualmente, las universidades argentinas son un modelo de conducción en el mundo, con su gobierno tripartito. Reconozco que también tuvo errores y complicaciones. Hubo huelgas que terminaron en la llamada Semana Trágica…

E. C.: – ¿Y la segunda gestión?
A. F.: – Ahí ya estaba grande y no pudo gobernar de forma adecuada. Le pedían que fuera candidato porque todo el mundo sabía que, si se presentaba, ganaba. Entonces dijo: “Hagan de mí lo que quieran”. Y la gente volvió a confiar en él. Después llegó José Félix Uriburu y la década infame.

E. C.: – ¿Quiere contar algún dato de Yrigoyen que no se haya difundido mucho?
A. F.: – Su verdadero nombre era Juan Hipólito del Corazón de Jesús Yrigoyen. Lo comento porque en algún momento se dijo que los radicales teníamos aversión por la religión, ya que el partido buscó fundamentos filosóficos y se basó bastante en Kant (Immanuel, filósofo alemán que vivió entre 1724 y 1804), al que muchos veían como un ateo europeo. Yrigoyen, incluso, fue terciario dominico, es decir un laico que puede usar un tipo de hábitos.

E. C.: – Se dice, en cambio, que Alem era masón…
A. F.: – Puede ser. He escuchado que rozaba algo de eso… Hay versiones que sostienen que sí, pero no lo podría afirmar ni negar.

E. C.: – ¿Qué siente al recordar las figuras de Alem e Yrigoyen?
A. F.: – Hablar tiene que servir para construir futuro. Sé que no vivimos de melancolías, que Alem e Yrigoyen no van a resucitar, pero han sido prototipos muy especiales y lucharon por reivindicaciones que continúan vigentes.

E. C.: – ¿Qué opina de las dos primeras presidencias de Perón?
A. F.: – Tuvo una oportunidad fantástica para la Argentina, y la desperdició. Había dicho: “No podemos caminar por los pasillos del Banco Central, tan abarrotados están de lingotes de oro”. Efectivamente, la Argentina era acreedora del mundo, porque, después de la Segunda Guerra Mundial, le debían plata por los alimentos que había exportado. En vez de hacer un país industrial bien planificado, gastó todo, no lo invirtió. Yo hubiera preferido que generara más fuentes de trabajo en vez de hacer fundaciones que repartían cosas.

E. C.: – ¿Qué opina de sus últimos años?
A. F.: – Cuando volvió no debió haber asumido la presidencia, porque estaba en unas condiciones físicas que le impedían gobernar. La gente puso toda la expectativa en él, ganó con un porcentaje increíble, era la esperanza de la paz en un país convulsionado por las luchas internas. También había expectativas de una recuperación económica. Pero se encontraba mal de salud, y no solucionó ninguno de los problemas que la Argentina tenía.

E. C.: – ¿Cómo recuerda la experiencia de haber sido el intendente del regreso de la democracia en Bariloche?
A. F.: – Ver la alegría de la gente por el retorno de la democracia fue hermoso… Y se pudieron hacer muchas cosas. Al lado mío tenía dos personas que eran mis modelos, el gobernador Osvaldo Álvarez Guerrero y el presidente Raúl Alfonsín.

E. C.: – Y de su última gestión en la Intendencia, ¿qué puede decir?
A. F.: – Me arrastró la ola de Fernando de la Rúa… La presión social era muy grave. Cuando supe que había muertos en Plaza de Mayo me dije que no podía permitirme una sola persona herida en el hospital de Bariloche por querer quedarme en el cargo. Sabía que, si me bajaba, la cosa se calmaría un poco, y renuncié. Tengo la conciencia tranquila de que mi dimisión sirvió, por lo menos, para apaciguar lo que venía desde Buenos Aires, que, desgraciadamente, se llevaba puesto a todo el país.

Por Christian Masello

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