20/06/2020

EMOCIONES ENCONTRADAS: En el nombre del padre

EMOCIONES ENCONTRADAS: En el nombre del padre
De chico con papá.
De chico con papá.

Leí alguna vez por ahí, que ser padre es la única profesión en la que primero se obtiene el título y luego se cursa. Reniego bastante de estas convenciones de tener “El día de…” para correr a comprar regalos, que a veces lo que logran es dejar afuera a gente que no tiene para adquirirlos, pero que tal vez tienen (o han tenido) un padre que merecería el mejor de los regalos. Parece que fuera una orden, tal día recordarlo; pero también es bueno detenerse a pensar un poco en el padre.

Hay momentos en que los hijos nos hacen “caer la ficha” (también logran eso, que incorporemos términos que ellos utilizan) de lo que representa su padre. Recuerdo a uno de mis hijos, que al hallarse por primera vez frente al mar, me tomó fuerte de la mano y se abrazo a mi pierna, buscando refugio ante algo tan inmenso y desconocido. Nos hacen preguntas que, como al abnegado padre de Mafalda, nos dejan mirando el techo en noches de insomnio, tratando de explicarlas, aun para nosotros. Somos de esa generación que temía a los padres y ahora temen a los hijos. Aquellos padres nos decían: “usted así no va a salir a la calle”, ahora los hijos nos dicen: “papá, anda a cambiarte”. Ellos a veces se fastidian por tener que explicarnos hasta el hartazgo algo de la compu o el celu y a uno le dan ganas de recordarle las infinitas veces que debimos contarles la misma historia o leerles el mismo cuento. Ese papá al que un día vimos como Superman, porque nos bajaba la pelota del techo, el mismo que después nos hace rezongar porque hace cosas que ya no debe y que no asume la edad que carga. Pero esa edad es sabiduría, es paciencia para explicarle a los nietos y dedicarles ese tiempo que la urgencia no nos deja, a nosotros, los nuevos padres. Es esa experiencia que, ante la desesperación, te dice “todo pasa”.

Tengo guardado el recuerdo de cierta tarde que estaba preparándome para salir y uno de mis hijos, hablando por teléfono con un amigo, decía: “tengo que acompañar a mi viejo”. Fue la primera vez que escuché esas dos palabras que vinieron para quedarse.

“Cuando niño poco entendí a mi padre, cuando joven dudé de sus posturas, ya maduro empecé a dudar de mí y hoy, consulto su recuerdo ante una duda”, dice Berbel en una copla. Y así nomás es; cuántas veces uno piensa “¿Qué habría hecho el viejo?” Cada tanto nos hacemos una escapadita hasta donde descansa, a llevarle alguna flor y de paso consultarle algo.

Más que recomendarles a nuestros hijos que vean por dónde caminan, debemos cuidarnos nosotros, de ver bien por dónde vamos, pues ellos siguen nuestros pasos. Ese viejo con el que desandamos el camino que él anduvo con nosotros, cuando nos custodiaba nuestros primeros pasos, al comenzar a caminar, desde un cuidado extremo hasta soltarnos. Nosotros los vamos tomando a ellos, cada día más, hasta el cuidado extremo. “Pa, Papi, Papá, Viejo…” cada una es una forma de llamarte y vos, padre, sabés qué viene detrás de cada una de ellas.

Capaz que cada uno de los padres que ha leído hasta aquí, casi seguro pensó en el suyo, si es que aun lo tiene o miró al cielo tratando de encontrarlo. Yo recuerdo al mío, el respeto a la vocación de sus hijos, la cual puso por delante de todo interés, con la única preocupación de que fueran felices e hicieran su camino y en ello, llevarlo a él. Quizás los hijos, esos que nos hacen padres, nos hacen recorrer la vida dos veces.

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