11/12/2019

Condenados a la aporofobia y a la xenofobia

La filósofa Adela Cortina menciona a la aporofobia como el miedo a las personas pobres, rechazo a un gran sector de la sociedad que vive en la miseria. Esta mentalidad y, más aún, esta práctica social tiene la capacidad de transformar la realidad, en el sentido de llegar hasta peligrosas consecuencias destructoras de la humanidad. Tiene una enorme influencia que hasta llega a odiar a quienes viven en la pobreza. Esta hostilidad la sufren los migrantes, indígenas, negros, minorías reivindicadoras de derechos sexuales, ambientales, pueblos, etc. 

El término xenofobia va de la mano, ya que se define como repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros. Si nos referimos a los extranjeros pobres vemos que también sufren la aporofobia, mencionamos solo dos hechos que son los inmigrantes que cruzan desesperadamente el Mediterráneo para mejores condiciones de vida, y los desplazados de Centroamérica dirigiéndose a EE.UU. para toparse con la muralla fronteriza entre México y dicho imperio. Pero lo mismo cabe la intención de este artículo al referirnos a lo extraño del pensamiento eurocéntrico, el que explico a continuación.

En el siglo XVI, y los posteriores, llegaron los conquistadores apropiándose de tierras; luego llegaron los inmigrantes europeos a fines del siglo XIX y principios del XX ubicados en su mayoría en el centro del país, con una idea de progreso egoísta, y en estas últimas décadas las multinacionales con sus proyectos extractivistas, todos fenómenos que aportaron un imaginario social de una Argentina blanca y europea. Sueño que siempre intentó copiar y sostener incluso la clase media. Negaron y quisieron exterminar, así, a los originarios de estas tierras anteriores al Estado, a las culturas con sus formas de vida, frenaron proyectos de desarrollos regionales y autóctonos, mutilaron cosmovisiones y espiritualidades donde la dignidad humana y la tierra eran realidades respetadas y adoradas.

Una mentalidad que se caracteriza, todavía, por la xenofobia y la aporofobia, son los condenados a vivir en sus pequeños mundos pretendiendo ser de otro mundo. Son los que justifican los golpes de Estado y su avasalladora violencia, los que aplauden un neoliberalismo causante de desigualdad y pobreza, los que callan ante las injusticias y violación de derechos humanos, los que cuentan una historia que los beneficia o predican una posverdad que los confirma. Pero también son los que no soportan que los pobres salgan de su pobreza, que los excluidos ganen espacios y oportunidades de igualdad y libertad, que los indígenas y negros animen comunidades o gobiernen países.

No aceptan la diversidad y la convivencia fraterna, ya que están sumergidos en una sociedad contractual donde dan en la medida que reciben algo a cambio, por eso son sumamente especuladores; y esto va más allá del campo económico. No arriesgan nada porque no quieren perder nada, “hoy por ti, mañana por mí”. Los pobres no pueden dar nada a cambio quedando excluidos de este juego.

Los aporofóbicos son fácilmente manipulables por los medios de comunicación adueñados por los poderosos locales o extranjeros y engañados por el evangelismo. Se horrorizan de los colectivos que reivindican el reconocimiento de la diversidad sexual y se inclinan por las propuestas conservadoras y discriminatorias. Por lo tanto, no solo el actual capitalismo financiero genera excluidos, sino también estos condenados a la aporofobia y a la xenofobia que cultivan dicha perversidad.

Siendo más detallista de la conducta de los aporofóbicos y xenófobos, suelen reunirse entre los que tienen las mismas características culturales, por ejemplo entre empresarios, entre docentes, entre sacerdotes y religiosas, entre deportistas; habituales vínculos en ámbitos de diversión y negocios que supone una reciprocidad conformista y selectiva, porque allí recibirán algo a cambio de lo que han dado. Más grave son los grupos e instituciones discriminatorias, o el novedoso fenómeno evangélico enalteciendo a los “elegidos” y segregando y culpando a los pobres como castigo de Dios.

Dentro de la Iglesia Católica, y sus congregaciones religiosas, hay un sector que también mantiene esta postura. La explicación, en parte, de su atraso pastoral, de su comportamiento inmóvil y cerrado, de su opinión pública ahistórica y neutral, es por su igual condena. No aceptan ideas de cambio y menos si vienen de los y las diferentes. Su asistencialismo al pobre adormece su conciencia y justifica su limitada generosidad. El compromiso pasa por el colador de la xenofobia y no llega ni a un gesto de atención o respeto por el pobre, más aún, escapan de su lado ya que sienten incomodidad, cierran las puertas de sus casas para sumergirse en la realidad virtual. Desde sus cátedras avalan gobiernos neoliberales agresivos y xenofóbicos sacando a la luz su hipocresía con su actuar encajonado en los rituales del templo, como si no hubiera otra realidad, y es aquella realidad de los desplazados que ellos mismos niegan.

Todos estos son los condenados a la aporofobia y a la xenofobia, sus palabras y acciones los condenan a vivir imbuidos en el desprecio y rechazo de los pobres y marginados de una sociedad por ellos mismos construida, mejor dicho, vivir en el miedo a los pobres.

También dice Adela Cortina que la aporofobia es un atentado a la democracia, por lo que es inadmisible; creo también que es un atentado a la humanidad que debemos frenar y corregir.

Mario Bússolo, misionero claretiano

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