LA BÚSQUEDA DE “FRACTURAR” LA REGIÓN HISTÓRICA

| 22/11/2019

Cuando los “intereses nacionales” se llevaron puestos los números de Bariloche

Adrián Moyano
Cuando los “intereses nacionales” se llevaron puestos los números de Bariloche
Allá lejos, temporadas eran las de verano.
Allá lejos, temporadas eran las de verano.

Que la zona cordillerana de Río Negro dejara de mirar hacia el Pacífico para orientarse hacia la Pampa Húmeda fue consecuencia de una decisión premeditada que se adoptó en Buenos Aires. Configuración “excluyente” que subsiste.

El calendario y las temperaturas casi estivales de los últimos días hacen que las miradas se dirijan hacia la próxima temporada de verano, renovación de las esperanzas económicas de la ciudad. El nuevo cepo cambiario, la cotización relativamente alta del dólar y las convulsiones en países vecinos, contribuyen a que Bariloche vuelva a estar en el centro de las predilecciones turísticas de argentinos y argentinas. En el turismo vuelven a depositarse si no todas, casi todas las expectativas de bonanza. No siempre fue así.

En la historia económica de la ciudad, “surgieron actividades económicas promisorias pero destinadas, no obstante, a agotarse en el tiempo: la ganadera, la forestal-maderera y la de cereales y derivados”, ilustra el texto “El desarrollo de la economía en Río Negro: la región andina, zona atlántica y puerto de SAO y la meseta”. Es su autor Héctor Rey, historiador y docente universitario en el Centro Universitario Regional Zona Atlántica (CURZA) de la UNCo al momento de su elaboración. Su análisis se incluyó en “Horizontes en perspectiva. Contribuciones para la historia de Río Negro. 1884-1955. Vol. I”, que editaron en 2007 la Fundación Ameghino y la Legislatura de la provincia.

Sigue el estudio: “Por ejemplo, la actividad ganadera, fundamentalmente de producción precordillerana (departamentos de Ñorquinco y Pilcaniyeu), se agotó por los obstáculos comerciales con la transcordillera (sic) chilena y por su canalización -ferrocarril mediante- hacia el océano Atlántico; la actividad forestal no subsistió por déficit de masa maderable en el bosque circundante (menos de 15 por ciento) y por las dificultades para el transporte de los productos más allá del mercado regional; y la de cereales -fundamentalmente trigo hasta la década de 1940- por no poder competir con la producción proveniente de la pampa húmeda”. Los sucesivos agotamientos fueron contribuyendo “a la supremacía absoluta del turismo en la zona estrictamente cordillerana rionegrina”, concluye.

Claro que las decisiones gubernamentales que se adoptaron en Buenos Aires no fueron ajenas a que ciertas actividades prosperaran y otras no. “En la transcordillera chilena el paisaje es similar pero con algunas diferencias importantes: mayor precipitación y, especialmente, proximidad a excelentes puertos del océano Pacífico como Puerto Montt y Valdivia”. La antigua comunión no obedeció solo a “la conformación de una región geográfica entre ambas faldas de los Andes conectadas, por lo demás, por pasos como los de Cochamó, Pérez Rosales y Puyehue. Se trata de la configuración histórica de una auténtica región económica con fuertes relaciones socio-culturales entretejidas secularmente” a pesar de “las elevaciones andinas y de las diferencias étnicas como estatales. A fines del siglo XIX, tras las campañas militares contra los indígenas -realizadas en ambos lados de los Andes- la región fue subsumida formalmente en dos jurisdicciones nacionales, la de Chile y la Argentina”.

Fractura

En la reconstrucción de Rey “por esto, y desde entonces, la región se puso en tensión creciente hasta fracturarse en la década de 1930. El instrumento fue la aplicación de políticas concretas: aduaneras arancelarias y para-arancelarias, transportes y comunicaciones, entre otras. Todo en pos de sendos ‘intereses nacionales’ que en el caso argentino tendían a reorientar las relaciones económicas de la cordillera nordpatagónica (sic) a la pampa húmeda y el Atlántico El punto de inflexión de ese proceso puede encontrarse en 1920 cuando se instaló la Aduana en San Carlos de Bariloche, institución de clara -aunque no definitiva- eficiencia en este proceso”.

Según el historiador, “la relativamente larga sobrevivencia de la región puede explicarse, desde el lado argentino, por la débil presencia estatal con escaso control sobre una frontera montañosa, prolongada, despoblada, comunicada por múltiples ‘boquetes’. Si a estas circunstancias le agregamos la deficiencia de medios de comunicación y transportes con el litoral atlántico, agravada por las enormes distancias a los centros económicos y políticos allí establecidos, al aislamiento de la región andina con respecto a otros centros poblados se podía medir temporalmente en semanas, cuando no en meses”.

Como contrapartida, “los puertos chilenos sobre el Pacífico estaban a escasos días de distancia y con caminos y transportes adecuados. Esta cercanía justificaba el consumo de productos industriales mucho más baratos que los pretendidamente provenientes de los puertos del Atlántico. De hecho, por aquella vía también llegaban al Nahuel Huapi inmigrantes y hábitos culturales, inversiones y bienes industriales mientras que se exportaba bovinos, al tiempo que se producían maderas, cereales y derivados para el consumo local. Como era previsible -nos dice el autor- esto generó fuertes y naturales intereses que justificaba, junto a otros factores, la escasa eficiencia de las normas administrativas aduaneras imaginadas para fracturar la antigua región”.

Así las cosas, “en 1934 se concluyó la construcción de la línea ferroviaria entre Bariloche y San Antonio Oeste (SAO), que conectó con Capital Federal, con lo que puede considerarse consolidada -aunque no acabada- la ‘nacionalización’ de la región cordillerana rionegrina. Esta ‘nacionalización’ se reforzó con la política económica proteccionista de las décadas de 1940 y 1950, en momentos en que los territorios nacionales se transformaron en provincias con plena participación en el mercado y en el gobierno de la Nación”, argumenta el texto de Rey.

Fue en esa coyuntura que comenzó a moldearse el Bariloche que más conocemos. “Paradójicamente, este éxito de la política nacional significaba para la región cordillerana reorientar la producción ganadera, crecientemente ‘ovinizada’, hacia el Atlántico; limitar de nuevo la producción forestal al mercado local y liquidar la de cereales, incapaces de competir con la producción pampeana”, añade el estudio.

La crisis fue significativa: “al mismo tiempo, conllevaba un fuerte encarecimiento de los bienes de consumo de origen extra-regional. Pero, en forma ambivalente, compensó con creces a la economía cordillerana al potenciar el turismo que se consolidó como la actividad económica prácticamente excluyente del Nahuel Huapi hasta nuestros días”, completaba Rey en 2007. Muy significativo que utilizara el vocablo “excluyente”.

 

 

 

La postal que quiere repetirse.

Génesis y vaivenes

Globalmente, la historia del turismo se remonta hasta mediados del siglo XIX, “cuando el desarrollo del capitalismo industrial incidió en la actividad turística”. Ésta “tiene como prerrequisito la existencia creciente de sectores sociales con una renta que les permita estar en condiciones de financiar un determinado tiempo de ocio, en marcos naturales o culturales, atractivos como distantes, con servicios gratificantes y confortables”, completa la contribución de Héctor Rey.

“Esta transferencia de ingresos significa para el mundo receptor un movimiento económico múltiple: inversiones inmobiliarias, producción y consumo de bienes variados, construcciones, alimentos, tejidos, suvenir, servicios -transportes, hoteles, comercio-, todas actividades correlacionadas y concatenadas y generadoras de empleo”, juzga el trabajo.

Pero ocurre que “como en todo sistema las partes involucradas estatales y privadas, deben funcionar coordinada y equilibradamente. En el caso del turismo, cualquier imponderable o desajuste -un brote de inseguridad o una epidemia- provoca un fuerte impacto negativo del flujo, sobre una estructura de inversiones con productos no ‘stockeables’ que, por lo demás agrava la naturaleza estacional de la actividad. Se trata del riesgo de la sobre inversión en tanto un café no servido o mesas y camas no utilizadas, no son pasibles de acumular”. Si sabemos de esas experiencias…

Adrián Moyano

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