16/11/2019

La cordillera se caracterizó como objeto de deseo

Adrián Moyano
La cordillera se caracterizó como objeto de deseo
El mapa de Rohde, según el cual la Argentina terminaría en el Seno de Reloncaví.
El mapa de Rohde, según el cual la Argentina terminaría en el Seno de Reloncaví.

Como la línea de las más altas cumbres no coincidía con la divisoria de aguas, se acumuló conocimiento para disputarle jurisdicción al país vecino. Durante el proceso, la zona del Nahuel Huapi se convirtió en espacio codiciado.

Después de que se firmara el tratado general de límites entre Chile y Argentina en 1881, a medida que “crecía el conocimiento detallado de la zona cordillerana, se advertía que la línea de las más altas cumbres de los Andes no coincidía necesariamente con la divisoria de aguas entre las vertientes de los océanos Atlántico y Pacífico. En busca de un mayor provecho para la Argentina resultaba pertinente generar una representación favorable tanto de una como de otra línea”.

La observación precedente fue acuñada por Pedro Navarro Floria en el texto que tituló “Utopías rionegrinas. Miradas y proyecciones de viajeros, exploradores y funcionarios que configuraron el Territorio de Río Negro entre 1880 y 1900”. Su contribución se incluyó en “Horizontes en perspectiva. Contribuciones para la historia de Río Negro 1884-1955. Volumen I”, que tuvo como coordinadores a Martha Ruffini y Ricardo Freddy Masera, con publicación en 2007.


Eduardo O´Connor.

El asunto consistió en “mostrar un caudal consistente de información que demostrara una divisoria de aguas lo más oriental posible –lo que la invalidaría como límite internacional, al separarse claramente de las altas cumbres-, o bien una línea de altas cumbres lo más occidental posible de tal modo que diera, al menos en algún punto, acceso a la Argentina a la costa del Pacífico”, historió el investigador, tempranamente fallecido.

“En este contexto, y en nombre del IGA (Instituto Geográfico Argentino), el mayor germano-argentino Jorge Rohde salió en busca del paso Bariloche, ubicando la divisoria de aguas apenas al sur del Nahuel Huapi –entre los lagos Gutiérrez y Mascardi– y proponiendo que la línea de altas cumbres, en cambio mucho más al oeste del Tronador, atravesaba el seno de Reloncaví y, por lo tanto, le permitía a la Argentina tener puertos sobre el Pacífico”, reconstruyó Navarro Floria.

La aseveración de Rohde “dio lugar a una larga polémica con exploradores chilenos en la que también intervino Ramón Lista y tuvo dos resultados. Uno, inmediato y evidente, fue el de contribuir a sostener la posición argentina y a lograr un laudo arbitral favorable. El otro, indirecto, fue la identificación del objeto en disputa, es decir de las tierras situadas entre las dos líneas propuestas como límite internacional –la de las altas cumbres y la divisoria de aguas-, como parte de la ‘Suiza argentina’ y como las más fértiles de la Patagonia”. Es decir, el espacio geográfico donde se levanta Bariloche.

Interés regional

Como se sabe, el diferendo comenzó a encauzarse “después del laudo de 1902”. A partir de entonces, “la abundante información reunida, sistematizada y publicada sobre la zona limítrofe contribuiría a la representación de la zona andina norpatagónica como principal objeto de interés regional. Por ejemplo, Lista produjo entonces la primera descripción del Valle Nuevo (actual valle de El Bolsón), destacando su potencialidad agrícola”, continúa la narración.

La idea previa de Desierto comenzaba a hacerse añicos. “La fascinación por la franja andina se dio paralelamente con la admiración de la potencialidad agrícola de los valles fluviales del Colorado y, sobre todo, del Negro y sus afluentes. Sin embargo, la necesidad de obras para la regulación de los caudales, la nula disposición del Estado liberal para emprenderlas y, finalmente, la experiencia trágica de la devastadora creciente del río Negro en 1899, contribuyeron a que las miradas de la época se concentraran en la zona andina”, razonó Navarro Floria.

“Esta atención se volcó en una serie de exploraciones, mapas y descripciones realizadas por ingenieros militares, viajeros civiles y agrimensores. La descripción del corredor de los lagos aparece compuesta por el ingeniero militar Jorge Bronsted, desde Pulmarí al Nahuel Huapi, por el capitán de la Armada Eduardo O’Connor, en torno al gran lago, y por Rohde –concentrado en la cuestión del límite internacional– en lo referente a la zona sur del Nahuel Huapi”, según el recuento del investigador.

La historia nos toca muy de cerca. O’Connor escribió “Exploración del Alto Limay y del lago Nahuel Huapi”, texto en el que “aparecen muchos de los perfiles característicos de las exploraciones patagónicas de fines del siglo XIX. En primer lugar, los antecedentes y testimonios históricos sobre la zona hasta los inmediatamente anteriores al autor –Falkner, Villarino, los jesuitas de Chile y Menéndez, Hess y Fonck, Cox, Ramírez, Guerrico y Obligado-, son relativizados como falsos, erróneos o intrascendentes”, balanceó el historiador.

La obra “también contribuye a poner de relieve la tarea exploratoria del autor, la representación de la expedición misma como empresa riesgosa, navegando a la sirga contra la fuerte corriente del Limay y recordando el naufragio de Cox y los esfuerzos inmensos, incluso con el costo de vidas, de las expediciones anteriores. En consecuencia, la propia experiencia es exaltada como empresa nacional e internacionalmente significativa, comparable a las de Livingstone y Stanley en África (…)”, ironizaba Navarro Floria.

Ningún Desierto

“En segundo lugar, la zona explorada –el lago Nahuel Huapi y su entorno– es recreada como lugar novedoso: ‘… completamente desconocido del hombre civilizado (…) durante el largo período de tres siglos (…) también muy poco frecuentado por el hombre americano antes de Colón (…) en ningún sitio encontramos la huella del hombre’, etc.”. Nos dijo el historiador que “en O’Connor, la imagen del imponente escenario natural recientemente vaciado de población, a juzgar por los ‘… muchos restos de toldos y corrales destruidos’ o por las piraguas ‘abandonadas allí por los salvajes, que alguna vez surcaron aquellas solitarias y apartadas regiones’, es cargada de un nuevo simbolismo nacional por la descripción del izamiento de la bandera, de la presencia de las tropas y del silencio solemne del momento”.

Según el docente e investigador, “ese vacío imaginario de conocimiento y de población es remediado discursivamente mediante la descripción sistemática de la superficie del terreno: las medidas del Nahuel Huapi, su ubicación, altura, extensión, topografía, profundidad, lecho, temperatura, corrientes, la altura de sus aguas, sus islas, los bosques que lo rodean los arroyos y los ríos Grande, Chico y Blanco, que desembocan en el Nahuel Huapi” y un largo etcétera.

En sintonía, “el renombramiento de los accidentes naturales –el lago Moreno en honor al primer argentino que divisó la gran cuenca; la isla Victorica (actualmente llamada Victoria) en honor del ‘progresista ministro’ de Guerra protector de las exploraciones– es otro gesto de apropiación intelectual característico”, juzgaba Navarro Floria.

El último párrafo de la edición que hacemos para esta crónica es muy ilustrativo. “En definitiva, la cordillera norpatagónica aparece en estas primeras descripciones como una región con características propias, como una unidad de análisis centrada en un objeto destacado –el lago Nahuel Huapi y las tierras agrícolas circundantes–, vacía de población preexistente, básicamente desconocida para la ciencia, incorporada ahora por la ‘civilización’ –es decir el Estado argentino y sus fuerzas armadas– al mundo conocido, riquísima en recursos naturales, apropiada y renombrada por la Nación a través de sus agentes y símbolos, comparable con otros escenarios del desenvolvimiento del capitalismo en climas templados, disponible para el trabajo productivo e imaginable como lugar de desarrollo futuro. Esta representación de la subregión persiste con escasas variaciones hasta hoy”. Sería hora de revisar esos conceptos.

Sobre el autor

Oriundo de Buenos Aires, Pedro Navarro Floria obtuvo el Doctorado en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid (1988). Al año siguiente se instaló en Neuquén, donde se desempeñó como becario e investigador del CONICET en la Universidad Nacional del Comahue hasta 2008. Al fundarse en Bariloche y resto de la provincia la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), se instaló entre nosotros junto a su esposa, la también historiadora María Andrea Nicoletti.

Su investigación se centró en la historia argentina entre los siglos XVIII y XX, en particular la de Patagonia. Su línea más reciente fue “La construcción ideológica de la Patagonia. La Patagonia Norte en las políticas nacionales de planificación. 1943-1960”, que profundizaba dirigiendo dos proyectos interdisciplinarios: “Sociedad, naturaleza y desarrollo en la Patagonia Norte. 1916-1957” y “Cultura y espacio: contribuciones a la diacronización del corredor Norpatagonia-Araucanía”. Falleció en un lamentable accidente, en 2010.

Adrián Moyano

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