26/08/2019

Qué hacer con nuestras heridas

Qué hacer con nuestras heridas

Los seres humanos atravesamos cuatro etapas a lo largo de la vida: la niñez, la adolescencia, la adultez y la vejez. Podríamos comparar cada una de estas etapas con un viaje en tren. Cuando llegamos a la estación de destino, el viaje se acaba y tenemos que descender y abordar otro tren para seguir hasta la próxima estación. Y llega el día en el que llegamos a la última estación…

Lo normal sería ir pasando por dichas etapas e ir dejándolas atrás. Pero a veces ocurre que alguien no desea bajar al llegar a la estación porque se siente cómodo en el tren. Hay personas que se resisten a dejar, por ejemplo, la adolescencia y ya adultos siguen siendo eternos adolescentes en su forma de comportarse (porque ser adolescentes les proporciona beneficios). Pero a la larga quedarnos estancados en una etapa, sin pasar a la otra, nos causará problemas porque la vida no se detiene y está en permanente cambio.

También suele suceder que alguien saltee etapas. Es el caso de la gente que no pudo disfrutar de su infancia por algún motivo. Por ejemplo, porque tuvo que trabajar o porque tuvo que cuidar a hermanos menores o porque sufrió algún tipo de abuso. Tanto si permanecemos en una etapa o si salteamos una etapa, porque no la vivimos como correspondía, se produce una herida en nuestra alma que es necesario sanar.

De no hacerlo, continuaremos adelante pero nuestra historia tendrá carencias y necesidades que no nos permitirán crecer, avanzar y construir un futuro brillante. Nos convertimos en jóvenes/adultos cuando dejamos atrás la adolescencia e incorporamos el mañana. Es decir, cuando tenemos el anhelo de proyectarnos en algo, ya sea un estudio, un trabajo o una familia. Precisamente es esta etapa de la juventud/adultez donde tiene lugar la “conquista” de nuestros sueños, proyectos y metas.

Pero, si hay heridas abiertas, aun cuando no seamos conscientes de ello o intentemos disimularlo, es difícil perseguir sueños porque la persona suele sentir que nada de lo que hace tiene sentido. Se limita a esperar que la vida transcurra. Pero la buena noticia es que, nos encontremos en la etapa que nos encontremos, siempre estamos a tiempo de sanar lo que haga falta para continuar proyectándonos hacia lo que está por venir.

Solo estando sanos podemos alcanzar la última etapa, o el “último tren”, con un valor y un sentido único. Es decir, no con temor (como le pasa a muchos) sino sabiendo que es el tiempo de la sabiduría. La vejez tiene mala prensa. Ser viejo, para algunos, es sinónimo de estar acabado. Pero lo cierto es que la vejez no es el final de la vida. La muerte lo es.

En esta etapa tenemos la posibilidad de seguir soñando y proyectando, de aconsejar a los más jóvenes, de compartir nuestra experiencia con otros y lo que es aún mejor: de restaurar nuestra historia y sanarla completamente.

Hayamos vivido lo que hayamos vivido, podemos cerrar toda puerta de dolor aún abierta y disfrutar una vejez extraordinaria, repleta de alegría, sueños y relaciones interpersonales positivas.

Por consultas, podés escribir a [email protected]

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