ALGO MÁS QUE PALABRAS

| 02/06/2019

El inmaculado aire es el que nos da la vida

(*) Víctor Corcoba Herrero

 

Dejemos al inmaculado éter de la vida que nos dé aliento y nos ponga alas para sentirnos más del cielo que de esta atmósfera terrenal, verdaderamente infectada por nuestras injustas acciones, pues no acertamos a discernir lo que es saludable de lo que es enfermizo para nuestro propio espíritu andante. Por desgracia, todas las soberbias que nos rodean nos impiden ver los horizontes limpios y, así, poder alzar el vuelo hacia otros espacios más armónicos y cristalinos, que nos impriman en el corazón, paz y sosiego. Ya está bien de sembrar lamentos por doquier, de esparcir crueldades y miserias humanas, de propagar irresponsablemente agentes sucios y corruptos.

Hasta nuestros hogares son fuente de contaminación. Por otra parte, se comenta que alrededor de 3.8 millones de muertes prematuras son causadas por la polución cada año, la gran mayoría en países en desarrollo.

Necesitamos, por tanto, una economía que esclarezca y ennoblezca, no una economía que nos degrade y desprecie. Es cuestión de cambiar de hábitos. De lo contrario, nuestra propia extinción como especie llegará más pronto que tarde.

Sea como fuere, aún estamos a tiempo de actuar, pero hemos de hacerlo con contundencia, en cuanto a la conservación y mejora del medio. Téngase presente, que nueve de cada diez personas en todo el globo están expuestas a niveles de contaminación que superan los señalados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin ir más lejos, en muchos países la producción de energía corrompe el hábitat. No olvidemos que lo que el aire es para la propia existencia nuestra, lo es también para nuestro interior, que, en estado putrefacto, se envenena con tanta furia, hasta el extremo de hacernos fenecer. La metáfora del viento impetuoso de Pentecostés, que diría un creyente, hace pensar en la necesidad de inhalar un soplo nítido, tanto con los pulmones (el viento físico), como con el corazón (la corriente mística), la expresión saludable del espíritu, que es el amor. También para una persona escéptica, el cuidado de la casa común es esencial, al contemplar que esa belleza natural se ha ido derrumbando, por otra creada por nosotros, que nos deja sin espacio para respirar.

En consecuencia, el cuidado de nuestro inmaculado vaho, que es el que nos da sustento para el camino, supone una acción que va más allá de nuestras devociones, de nuestros intereses mundanos; y, por ende, mediocres.

Pensemos que toda criatura de este mundo, al que le alienta el aura y el agua le reaviva, tiene derecho a que lo dejen vivir y a ser protegido por sus análogos. Ahí está el sector del transporte mundial, que representa casi un cuarto de las emisiones de dióxido de carbono relacionadas con la potencia energética, una proporción que está aumentando. Las emisiones del transporte se han relacionado con casi 400.000 muertes prematuras. Únicamente, por esto, tenemos que luchar para liberarnos de esta degradación ambiental, que hemos construido entre todos, unos de una manera activa y otros con el talante de la complicidad, o si quieren, de la indiferencia. No es de recibo echar abajo el verde natural de los bosques, contaminar las aguas, el suelo o nuestra misma respiración, pues cualquier insensatez contra la naturaleza, de la que formamos parte, es una decadencia contra nosotros mismos.

Por eso, quizás sea el momento oportuno de imprimir otro garbo en nuestras actuaciones y de restablecer la cordialidad entre culturas diversas. Pido franqueza entre la ciudadanía y su clase política, naturalidad entre los seres humanos y las instituciones, sinceridad entre los Estados y las organizaciones internacionales. Todo esto nos exige, indudablemente, activar la comunicación entre todos. Dejemos de ser islas. No levantemos muros entre nosotros. Seamos como esa brisa renovadora, que todo lo purifica y engalana, con la fuerza trascendente de la savia. Es una pena lo poco agradecidos que somos al entorno. Nuestro distintivo contexto natural está desbordado por nuestras manos irresponsables. Pongamos, por caso, la quema de residuos a cielo abierto y los desechos orgánicos en los vertederos, un problema que se agrava en las regiones que se están urbanizando y en los países en desarrollo.

A propósito, se me ocurre reflexionar sobre la última devastación causada por los ciclones Idai y Kenneth, que azotaron Mozambique en un espacio de apenas semanas, una verdadero llamado de atención sobre el cambio climático, que está causando más tormentas tropicales de alto impacto, inundaciones costeras y lluvias intensas; cuestión que han advertido expertos de la Organización Meteorológica Mundial. A partir de estas lamentables situaciones que nos sobrevienen, con la convicción de que en el mundo todo está interconectado, pienso que ha llegado el instante preciso de proponer otros estilos de vida más naturales, con una mayor implicación de todos los gobiernos y de toda la ciudadanía. Una buena práctica de inicio siempre es el auténtico diálogo, al menos para poder comprometernos en garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales, que buena falta nos hace.

(*) El autor de la columna abierta es escritor
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(*) Víctor Corcoba Herrero

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