18/03/2019

Máscaras para que sea posible respirar

Hasta que se desmoronó el Muro de Berlín, eran cuantiosas en el mundo del cómic o del cine las narraciones que transcurrían en el futuro, después de la previsible hecatombe nuclear. En varias de ellas, los sobrevivientes tenían la obligación de respirar a través de complejas máscaras o equipos, ya que como consecuencia de la deflagración, la atmósfera se había tornado irrespirable para los humanos.

Con el desvanecimiento de la ex URSS, esos argumentos perdieron espacio ya que supuestamente, el peligro se había disipado. Cuatro décadas atrás, pocos podían sospechar que caminábamos despacio hacia otro horizonte seguramente menos virulento, pero no menos inquietante y de una potencia destructiva que se desconoce.

Gracias al trabajo de los científicos sabemos que como consecuencia de los gases de “efecto invernadero”, es cada vez mayor la presencia de dióxido de carbono en la atmósfera. Pero no goza de idéntica difusión la consecuencia que le sigue lógicamente: la disminución del oxígeno. Sobre todo, si se tiene en cuenta que estamos frente a un elemento ante cuya carencia, la vida humana no es posible.

Las evidencias están a la vista. Las investigaciones establecieron que hace 10.000 años, la cubierta vegetal del planeta doblaba a la que existe en la actualidad. Quiere decir que los bosques que sobreviven hoy emiten la mitad del oxígeno que diseminaban por aquel entonces. Pero además, hay que tener presente que el deterioro no terminó porque la desertificación y la deforestación aceleran la disminución de las fuentes de oxígeno.

El panorama es similar en el mar. En el norte del Pacífico las grandes concentraciones de fitoplancton que son productoras de oxígeno, totalizan un 30 por ciento menos que en los 80. Es decir, estamos frente a un enorme descenso que se produjo en menos de cuatro décadas. Por otro lado, se sabe de la existencia de unas 150 “zonas muertas” en diversas áreas de todos los océanos, sitios donde se vierten o vertían aguas residuales y desechos industriales, fertilizantes agrícolas y otros contaminantes.

Estas sustancias reducen el nivel de oxígeno en una extensión determinada, donde las criaturas marinas ya no pueden vivir. No necesitamos que nos cuenten esa historia: aquí en la Argentina tenemos el desastre de la Cuenca Matanza – Riachuelo, cuyos cauces se caracterizan, justamente, por carecer de oxígeno. En consecuencia, no es posible la vida.

Por otro lado, hay investigadores que se detuvieron a estudiar los niveles de oxígeno que se daban en tiempos prehistóricos. Analizaron químicamente las burbujas de aire que quedaron atrapadas en el ámbar de árboles fosilizados. Esos estudios permiten afirmar que los humanos respiraron un oxígeno muchos más rico hace 10.000 años. Pero además, hace 65 millones de años, el 29 por ciento del aire era oxígeno. Son varios los científicos que concuerdan a la hora de sostener que en tiempos históricos, la magnitud de oxígeno presente en la atmósfera osciló entre el 30 y el 35 por ciento. En la actualidad, ese guarismo solo trepa al 21 por ciento.

Los niveles son todavía menores en las zonas céntricas de las ciudades más contaminadas y densamente pobladas. En esos sitios y en cercanías de grandes centros industriales, el oxígeno solo representa el 15 por ciento de la atmósfera. Puede que menos, inclusive. Como sabemos, buena parte del cambio climático acelerado, tiene que ver con la actividad económica que se comenzó a desarrollar durante la Revolución Industrial, con la quema de combustibles fósiles. Durante el siglo anterior la humanidad en su conjunto se consagró a bombear cantidades crecientes de dióxido de carbono a la atmósfera, al consumir carbón, petróleo y gas natural.

El proceso también se caracterizó por el consumo de oxígeno y la destrucción significativa de la vida vegetal. Entonces, mientras por un lado diseminamos dióxido de carbono por la atmósfera, por el otro eliminamos las “fábricas” de oxígeno. Hasta donde sabemos, no se conoce a ciencia cierta qué consecuencias traerá aparejada la disminución de oxígeno en la atmósfera. No conocemos si realmente será importante, si habrá consecuencias en la vida práctica, ni qué repercusiones tendrá sobre el organismo o cuáles sobre la salud.

Es muy probable que el ritmo de pérdida de oxígeno se haya acelerado significativamente, con la industrialización de China, India, Corea del Sur y otros países. Si la atmósfera solo contiene entre 12 y 17 por ciento de oxígeno en las grandes ciudades, será difícil para los residentes tomar el oxígeno que se necesita para mantener la salud. Si no ingresa al organismo el oxígeno que éste demanda, las células del cuerpo y el conjunto del sistema inmunitario, dejarán de funcionar a pleno. Incluso sin pasar por el trámite de las conflagraciones nucleares, igual harán falta máscaras para la básica tarea de respirar.

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