27/02/2019

Regular consumos “tóxicos” es vital

Primero se habló de relaciones “tóxicas” en el ámbito de cierta psicología mediática, pero el uso del adjetivo “tóxico” se generalizó después de la crisis inmobiliaria estadounidense, puntapié inicial del desparramo que padeció el planeta una década atrás. Sin embargo, no solo las hipotecas eran “tóxicas”, la toxicidad está presente en nuestras vidas, sin necesidad de que haya derrumbes financieros.

El concepto viene bien para ilustrar que las bases del paradigma económico predominante son muy tóxicas. Como consumidores, estamos expuestos a una amplia gama de sustancias químicas y aditivos nocivos que aparecen en juguetes, cosméticos, botellas de agua mineral y un sinfín de productos. Las industrias químicas de Estados Unidos se resisten enérgicamente a la regulación, como también sucedía en el ámbito financiero.

Si tamañas corporaciones no son objetos de controles en la potencia súper hegemónica, que será de nosotros, en un país donde las fiscalizaciones no son el fuerte... Como contrapartida, Europa aplica prohibiciones cada vez más estrictas contra las toxinas más perjudiciales. “Expuestos: la toxicidad de los productos cotidianos y cómo se pone en juego el poderío estadounidense”, es el título del libro que escribió el periodista de investigación Mark Schapiro, quien pudo establecer que ni el esmalte de uñas que se usa habitualmente, ni la sombra de ojos, ni el champú, al igual que otros productos de “cuidado personal”, son objeto de regulación por parte de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA).

El organismo ni siquiera tiene el poder de regular. Durante los últimos 50 años, se realizaron numerosos intentos en el Senado de Estados Unidos para extender su competencia pero todos fracasaron a la hora de tratar una fiscalización sobre la industria de los cosméticos. De hecho, es muy difícil obtener detalles sobre las toxinas. El investigador tuvo que remitirse a nóminas de la Unión Europea.

A raíz de la problemática, se lanzó la Campaña por Cosméticos Seguros (CSC), una coalición de organizaciones sin fines de lucro que promueve la prohibición del uso de sustancias nocivas en cosméticos. La CSC difundió una extensa lista de sustancias químicas que son tóxicas, entre las que se incluyen el plomo y los ftalatos, que se utilizan comúnmente en la elaboración de cosméticos y artículos de cuidado personal.

Los ftalatos ya fueron vinculados a defectos congénitos, entre ellos, el desarrollo genital anormal en varones, la disminución de la concentración de espermatozoides e infertilidad. El plomo está presente en lápices labiales y cientos de otros productos. La CSC informa que “el plomo es una neuro-toxina comprobada, vinculada a problemas de aprendizaje, lenguaje y comportamiento”. Su presencia tiene que ver con “abortos espontáneos, fertilidad reducida tanto en hombres como mujeres, cambios hormonales, irregularidades en el ciclo menstrual y retrasos en el comienzo de la pubertad en niñas”.

El razonamiento de los europeos al poner en práctica las regulaciones no dejó de ser económico, ya que según las cuentas, se reducirían los gastos médicos para el tratamiento de enfermedades con origen en sustancias químicas. Como consecuencia, habría medicamentos que se tornarían superfluos y no se perderían horas de trabajo, con el consiguiente aumento de la productividad, panacea de las corporaciones.

En Europa, el Estado sostiene la cobertura de salud de sus ciudadanos. Por eso, cuando científicos, activistas y grupos sensibles comenzaron a plantear el tema ante los respectivos gobiernos, recurrieron a ecuaciones de conveniencia. Algo así como “si ahora invierten para sacar de circulación estas sustancias, dentro de 10, 20 o 30 años van a ahorrar miles de millones de dólares”. En efecto, la Comisión Europea determinó que regular la utilización de sustancias tóxicas en el mercado de cosméticos le permitirá ahorrar entre 40 o 50 mil millones de dólares en los próximos 25 años.

Hay que remontarse a 2007 para recordar que tuvieron que retirarse juguetes chinos del mercado estadounidense a raíz de su contenido de plomo, medida que tuvo su correlato en la Argentina. Acto seguido, en Estados Unidos se aprobó la Ley de Mejora de la Seguridad de los Productos de Consumo (CPSIA). Hace unos 15 años entró en vigencia una disposición central, que prohíbe que los productos con destino en niños de hasta 12 años contengan plomo o ftalatos.

Cada vez surgen más alternativas seguras de juguetes, cosméticos, champús y otros artículos ante la creciente demanda de productos orgánicos. Pero las toxinas no pueden limitarse solamente por el funcionamiento del mercado. Según el investigador, “si se tiene una ley, los efectos son mucho más equitativos porque todos gozan de la misma protección, aunque no se tengan los medios o los conocimientos para optar por los productos alternativos”. ¿Cómo andaremos por casa? La regulación no solo no es una mala palabra, como piensa el gobierno nacional. Además es vital.

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