HISTORIA DE VIDA

| 11/02/2019

A Carlos Romero la calle le enseñó todo lo que sabe

Susana Alegría
A Carlos Romero la calle le enseñó todo lo que sabe

El encontrarnos con historias y anécdotas de vecinos barilochenses siempre deja alguna enseñanza, este es el caso de Carlos Romero, quien nació en la costa del río Paraná, en Santa Fe. Lo conocemos bien porque es el panadero que una vez al año, trabaja más de 12 horas diarias amasando el Pan Dulce Solidario, pero tiene detrás, un pasado duro y difícil de olvidar.

“Nací en Colonia Mascías pero me anotaron en un pueblo que está a 15 kilómetros de ahí porque no tenía ni Registro Civil” dijo describiendo su lugar de origen.

Por parte de madre tuvo 24 hermanos y él es el mayor, “mi mamá me tuvo a los 15 años y a mi papá lo borraron del mapa, cuando tenía ocho meses me entregó a una cuñada de ella” se lamentó. “Mi madre era una niña con un niño en sus brazos, por eso no le reprocho nada” justificó.

Ella luego formó otra pareja. “Él no me quiso, por eso me entregaron, en el campo hacían fuego con una rama y la apagaban en mi cuerpo, yo tenía ocho meses y eso sucedió hasta el año y medio” dijo mostrando aún las cicatrices de la tortura que sufrió siendo un bebé. “Además tenía graves problemas de desnutrición, me veía como los nenes de África según me contaban mis hermanos de crianza”.

Las consecuencias también fueron espantosas, su cuerpo no crecía, pero sus órganos sí, entonces no tenían espacio para desarrollarse bien. “Luché para sobrevivir, después para llegar a cumplirle el sueño a quien me rescató y que tuviera una casa digna”, dijo emocionado.

“Debido al maltrato que sufría, me rescató mi madrina, que era la segunda mujer de mi abuelo y me llevó a San Javier cuando yo tenía un año y medio. Con ellos estuve hasta los seis y me llevaron a la ciudad de Santa Fe, fue la última vez que vi a mi mamá, cuando firmó los permisos necesarios para mis estudios” describió.

Tiene once hermanos de crianza, los adultos trabajaban en los campos de arroz y talleres de costura y a él, cuando todavía no cumplía cinco años, ya lo mandaban a las chacras a vender pan casero y tortas negras.

A los diez años trabajaba de lustrabotas en el Mercado de Abasto de esa ciudad, pero el centro de compras a los dos años se trasladó a un lugar más alejado, “conocía a la gente de la panadería y ellos me enseñaron a trabajar la masa”.

En un momento decidió irse de la casa de la familia porque la situación era insostenible “yo era el único que trabajaba y bancaba todo, eran veinte contra uno y no me la banqué más”, señaló.

“Además era el único que no tomaba ni fumaba y hacía deportes, era la oveja negra”, expresó. Con 17 años ya tenía a medio construir lo que sería su propia panadería, pero decidió terminarla para sentir que, de esa forma, le devolvía algo a la mujer que lo había criado.

El 27 de febrero del 89 se vino a Bariloche. Tenía un conocido que le dijo que existía la posibilidad de trabajar en lo que él hacía, al quinto día de llegar tenía cuatro trabajos, al tiempo dejó uno porque “era demasiado”.

Después conoció a su señora, que tenía una hija no vidente y luego tuvieron tres hijos más. “Un compañero de trabajo nos presentó, fui a su cumpleaños y desde entonces llevamos 26 años de casados” contó muy orgulloso, y es ella quien lo acompaña en la tarea del Pan Dulce Solidario.

Desde el año 80 hasta ahora continúa ejerciendo el oficio de panadero.

El atletismo en su vida

Una de sus hijas practicaba el atletismo, hace 23 años, pero se quedó sin entrenador, entonces Carlos empezó a interiorizarse y estudiar acerca de este deporte. “Siempre digo que fui el boxeador más flojo que existió porque nunca salí a correr, es más, me reía de los que lo hacían por Costanera y de golpe, gracias a mi hija, empecé a correr”.

Su primera carrera fue de 11 kilómetros en Lago Puelo, “al principio entrenaba a seis chicos y después llegué a tener 55”. No solo se trataba de la actividad física, sino que, además, “les daba una merienda reforzada para que se alimentaran bien, en casa les hacía la leche, del costado de la ruta cosechaba manzanas y les hacía budín casero”. En un momento se hizo insostenible porque eran siete cajas de leche por día y nunca les cobró por entrenarlos, “estaba acumulando deudas y el bolsillo no daba para más”, aseguró.

Seguir creciendo

La meta de seguir creciendo está latente en la vida de Carlos, es por eso que ahora está aprendiendo a instalar paneles solares y construcción con botellas de plástico. “Hay mucha necesidad en la gente y la idea es poder enseñarles algo que sea autosustentable”, explicó.

Panes

A Nicolás Martínez lo conoció en el año 1994, “él tenía una radio que se llamaba Solidaridad, a mí se me quemó mi casita por una garrafa que perdía gas, hacía un año que me había casado y perdimos todo”. Tenía dos hijas ya y llegó a la radio pidiendo ayuda, “después compartimos el deporte y una vez me dio 50 panes para mis nenes de atletismo”.

Cuando fue a retirarlos preguntó cuánta gente estaba haciendo los panes y al enterarse, no dudó un instante “yo tenía lo que él necesitaba que era mi oficio y desde entonces, nunca más lo dejamos solo con los panes solidarios” comentó.

No pudo dejar de mencionar los comentarios que se hicieron públicos de un funcionario del municipio, “me pegó muy mal porque es una persona que no conoce lo que hacemos, nunca lo vimos mientras los estamos haciendo” dijo.

Susana Alegría

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