03/02/2019

Poner a resguardo la urbanización

Durante mucho tiempo, vocablos como urbanidad o urbanización fueron sinónimos de progreso, de bienestar material o de comodidad. Pero, en la segunda década del siglo XXI, hay que tomar precauciones. Según establece Unicef, “la experiencia urbana conlleva, muy a menudo, la pobreza y la exclusión. Aproximadamente una tercera parte de la población urbana del mundo vive en tugurios y, en África, esa proporción es superior al 60 por ciento”.

La organización internacional llama así a los asentamientos que, en Buenos Aires y las grandes ciudades del país, se denominan “villas miseria” o, eufemísticamente, “villas de emergencia”.
En la realidad patagónica, sabemos que muchos de los “asentamientos” que se apiñan en la periferia de las ciudades, comparten características similares: ausencia de servicios públicos, precariedad en la vivienda, irregularidad en la tenencia de la tierra y otros rasgos.

Lejos estamos de un fenómeno exclusivamente nacional. Unicef proyectó que cerca de 1.400 millones de personas vivirán en asentamientos precarios y “tugurios” en 2020. En ese marco, las dificultades que enfrentan los pobres se agravarán a raíz de factores como la ilegalidad, la participación limitada en la toma de decisiones y la falta de seguridad en la tenencia de la tierra urbana.

Por otro lado, sabemos que la discriminación por razones de género, origen étnico, raza o discapacidad subraya la exclusión. Si bien Unicef aclara que no todos los pobres urbanos viven en barrios marginales y que no todos los habitantes de un barrio marginal son pobres, “los asentamientos precarios son una expresión de la privación y la exclusión”. También, una respuesta práctica ante los dos fenómenos.

La definición de “urbanidad” no es igual en todos los países y, además, puede adquirir significados diferentes en sucesivos momentos de la historia, circunstancia que dificulta las comparaciones. Una zona urbana se puede definir a partir de criterios administrativos o límites políticos, por ejemplo, al formar parte de una determinada jurisdicción municipal. También, a partir del tamaño de la población, la densidad demográfica o la función económica.

Al comenzar la década en curso, vivían en zonas que se consideraban urbanas 3.500 millones de personas. El tema es que, al carecer de una vivienda adecuada o de seguridad en la tenencia a raíz de las políticas económicas y sociales en vigencia, los sectores empobrecidos tienen que recurrir al alquiler, a la construcción de viviendas ilegales y, muy frecuentemente, improvisadas. También hay que tener en cuenta la incidencia que tiene en el fenómeno la inequidad de las reglamentaciones sobre el uso y la gestión del suelo.

Como correlato, las condiciones de hacinamiento e insalubridad facilitan la transmisión de enfermedades, especialmente neumonía y diarrea, las dos principales causas de muerte entre los niños menores de 5 años a escala planetaria. Los brotes de sarampión, tuberculosis y otras enfermedades que se pueden evitar a través de vacunas, también son más frecuentes en los “tugurios”, donde la densidad de población es alta y los niveles de inmunización son reducidos.

Las personas que viven en barrios marginales se enfrentan con frecuencia a la amenaza del desalojo y a los malos tratos que derivan incluso, de la intención de las autoridades de “limpiar” las zonas. Los desalojos causan trastornos importantes y pueden destruir sistemas económicos, sociales y redes de apoyo que suelen funcionar desde hace tiempo. Dice Unicef que, entonces, es preciso prestar atención para minimizar el grado en que la realidad y el miedo a los desplazamientos pueden perturbar la vida de los niños. Junto con los adolescentes, aquellos se encuentran entre los miembros más vulnerables de una comunidad y suelen sufrir de manera desproporcionada la pobreza y la falta de equidad. Además de los niños y niñas pobres de los tugurios, los que viven y trabajan en la calle, los que fueron objeto de trata y los que trabajan merecen una especial atención para que lleguen a su alcance soluciones específicas.

La experiencia de la infancia es cada vez más urbana. Más de la mitad de la población mundial -incluidos más de mil millones de niños y niñas- viven en ciudades grandes y pequeñas. Aunque, desde hace tiempo, las ciudades se asocian con el empleo, el desarrollo y el crecimiento económico, la verdad es que cientos de millones de niños y niñas en las zonas urbanas crecen en medio de la escasez y las privaciones.

No obstante, una mejoría es posible y se torna impostergable ya que, cada año, la población urbana mundial aumenta alrededor de 60 millones de habitantes. Se calcula que, en 2050, 7 de cada 10 personas vivirán en ciudades grandes y pequeñas. Es de esperar que la desigualdad no aumente en la misma proporción. Y como ciudad que no deja de crecer, Bariloche tiene que tomar nota de las tendencias.

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