24/01/2019

Peñaloza, unitarios y federales

El 11 de noviembre de 1863 murió a consecuencia de un lanzazo, ya entregado e indefenso, el general Ángel Vicente Peñaloza, caudillo riojano de notable prestigio, apodado “Chacho”, que luchó denodadamente para defender su terruño. Nació en el caserío de Guaja, departamento de la Costa Alta de Los Llanos (provincia de La Rioja), en 1799. Casado con Victoria Romero, riojana del pueblo de Tama, quien se unió a la causa que defendía el “Chacho” y se convirtió en una montonera más, peleando y arriesgando su vida en las luchas que ensangrentaron el suelo argentino durante el siglo XIX.

En la aldea de Loma Blanca -a 175 km al sureste de la villa de La Rioja (Argentina)-, murió “Chacho” ya entregado e indefenso. El caudillo riojano tenía entre su gente un notable prestigio y luchó para defenderse del centralismo unitario. Una vez asesinado a lanzazos y decapitado, la cabeza de Peñaloza fue clavada en un poste en la plaza de Olta. Una de sus orejas presidió por un tiempo las reuniones de la clase culta de la villa de San Juan, una vez finalizada la resistencia contra el gobierno de Buenos Aires.

Las grandes diferencias en Argentina son de vieja data, las luchas territoriales, económicas y políticas entre los unitarios y federales llenan gran parte de la historia de este país. Aún hoy los políticos y otros dirigentes declaman que es necesario instalar un fuerte federalismo, pero el centralismo sigue apostado en la “gran capital”.

Se cuenta en la Argentina histórica que cuando estalló la revolución de Mayo en 1810, los hombres de Buenos Aires reclamaron para esa ciudad la sede de una autoridad general que debía sustituir al desaparecido virrey.

Los pueblos del interior se opusieron pues no aceptaban su subordinación, querían ser tratados como iguales, exigiendo su lugar en las decisiones del futuro gobierno nacional. Por eso hablaron prontamente de Federación o Confederación de provincias. Es así que, al poco tiempo dos modelos de nación comenzaban a enfrentarse en el escenario político del país.

Uno de ellos, el que defendía los intereses políticos y económicos de la ciudad de Buenos Aires, intentaba establecer una organización nacional sobre la base de una constitución centralista que estableciera la supremacía sobre el resto de los pueblos del interior del ex Virreinato del Río de la Plata. Se sostenía el libre comercio que enriquecía a los habitantes de la ciudad-puerto, y arruinaba paulatinamente a las economías provinciales. Sus propulsores, los unitarios, eran legalistas y grandes imitadores de todo lo europeo.

Eran una minoría, quizás bien intencionada en sus comienzos, que terminó más tarde por perder el contacto con la realidad del país, y cometió grandes errores políticos. El otro modelo de país, lo proponían los pueblos del interior, que acompañaron entusiasmados el nacimiento del primer gobierno patrio, deseaban participar en la obra de diseñar un destino común, sobre la base de un país real, con identidad nacional propia y sin desconocer la herencia recibida. Se llamaban federales, y conformaban un movimiento que nació en todos los pueblos del Río de la Plata. Sus principales intérpretes eran los caudillos, quienes comprendían que a la hegemonía española se la pretendía suplantar por otra hegemonía, la porteña.

Además, explica Alejandro Jasinski, que las provincias en primer lugar, aspiraban a organizarse bajo la responsabilidad de sus propios habitantes. No admitían que desde Buenos Aires se le designara un gobernador, por eso rechazaron todas las constituciones o estatutos que desconocieran este principio. Aceptaban un gobierno general siempre que respetara las autonomías y las economías provinciales.

Sin embargo, en 1862, el levantamiento del legendario caudillo riojano Ángel “Chacho” Peñaloza cuestionó al centralismo porteño. Nacido en época del virreinato, en 1798, en los llanos del sur riojano, recibió educación de parte de un tío sacerdote y pronto se integró a las filas de Juan Facundo Quiroga, formando parte de las guerras civiles que comenzaban a dividir a unitarios y federales.

Su carrera como militar lo llevó desde comandante del Departamento de Los Llanos a general de la provincia, desde donde tuvo una marcada influencia sobre los acontecimientos políticos que sacudieron a las provincias de Cuyo y noroeste del país. Hacia finales de la década de 1850, acompañó al presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, interviniendo la provincia en varias oportunidades.

Pero después de la batalla de Pavón, las misiones unitarias pusieron en jaque a los gobiernos federales, derrotándolos uno a uno, en campañas sanguinarias, que fueron apoyadas por Domingo F. Sarmiento, entonces gobernador de San Juan.

Ángel Vicente Peñaloza inició la resistencia con un numeroso ejército, pero resultó derrotado en varias oportunidades en 1862. Luego de firmar un armisticio con el gobierno mitrista, se levantó nuevamente en mayo de 1863.

Entonces, no fue reconocido como ejército federal en combate, sino como una simple cuestión policial. Urquiza no respondió al llamado de Peñaloza, quien fue, derrota tras derrota, obligado a replegarse. Tras desorientar al ejército nacional, intentó avanzar sobre San Juan, pero fue vencido en la entrada de la capital. Luego de haberse rendido y entregar las armas, fue asesinado brutalmente.

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