16/01/2019

Nos creíamos cowboys y en realidad, éramos astronautas

La imagen es muy eficaz y permite la fácil comprensión. Durante aproximadamente 30 años, el economista Kenneth Boulding se valió de una metáfora clarísima para ilustrar el curso que seguía la economía mundial y con ella, el medioambiente. Se refería a dos tipos de economías... No, nada que ver con socialismo o capitalismo, sino con la economía del estilo “cowboy” y con la del “astronauta”.

En la primera, sus actores se desenvuelven como si los recursos naturales fueron ilimitados. En efecto, los vaqueros que se largaron al oeste norteamericano aprovecharon sin restricciones la caza que les quedó después de expulsar a los pueblos indígenas, abrieron minas, perforaron pozos y se adueñaron de vastas extensiones de tierras para sembrar sin más limitación que las propias fuerzas. Parecía que los recursos eran tantos que casi nadie reparaba en los impactos ambientales. La economía de los “cowboys” se podía sintetizar en dos conceptos: extensión y crecimiento.

La economía del astronauta es distinta. Imaginemos a un navegante del espacio que viaja a bordo de una pequeña cápsula, con una dotación de recursos muy reducida, incluido el oxígeno. Cualquier actividad que se haga en el interior de los compartimentos puede provocar un impacto ecológico de importancia y consecuencias imprevisibles. El astronauta tiene que preocuparse hasta por los desechos de sus exhalaciones porque si no lo hace, pronto tendrá problemas con su pequeña atmósfera. El sistema del navegante es cerrado, éste debe procurar que no haya desperdicios y está obligado a reciclar casi todo. El economista decía que si la economía “cowboy” se definía por extensión y crecimiento, la del astronauta tenía como palabra clave “metabolismo”.

El final de la metáfora puede adivinarse: hay que concebir a la Tierra como una suerte de gran cápsula espacial donde nosotros somos los astronautas. En consecuencia, para este sistema cerrado, en extremo frágil y limitado, la lógica del crecimiento ya no puede ser la del vaquero. Si se piensa al planeta como un metabolismo que se tiene que autorregular, el punto de partida será el manejo puntilloso de los recursos naturales.

La cosa es más seria todavía. Resulta que la nave planetaria no está tripulada por un astronauta, sino por dos o por tres. Para colmo, en lugar de coordinar acciones y acordar tareas, las partes decidieron confrontar. Protagonizan conflictos que van desde sutiles maniobras hasta brutales matanzas, a tal punto que el mismísimo vehículo está en peligro. Ya no alcanza los mismos rendimientos que años atrás y además, se comporta de una manera rara, con fenómenos extremos que antes no se daban o se espaciaban más en el tiempo.

Para acceder al control de los recursos naturales, los astronautas se valen de varias herramientas: conflictos étnicos, corrupción, competencia estratégica, guerras civiles y agresiones internacionales. Hasta Hollywood puso de relieve la importancia que jugaron los diamantes en una de las periódicas sangrías africanas, pero hay muchas otras excusas para matarse: más minerales, coltan, madera, petróleo o gas natural, entre otras riquezas.

Estudios que patrocinó el Banco Mundial se detuvieron en la relación entre la existencia de recursos naturales y los conflictos que se desatan en determinadas regiones. La mirada no es nueva: donde haya una materia prima que pueda generar riquezas, habrá disputas étnicas, dictaduras, corrupción y tráfico de armas. La historia de América puede explicarse en el marco de ese razonamiento.

Con ingenuidad que nadie le cree, el BM quiso saber por qué una proporción importante de materias primas de la índole que sea, puede conducir a conflictos. Según su descripción, los ciclos se caracterizan por la presencia de un dictador que explota los recursos naturales para cimentar su poder y financiar su aparato de represión. Para derrocarlo, los grupos rebeldes buscan controlar las mismas fuentes de riqueza, con importantes secuelas en materia de muertes y destrucción medioambiental. Supuestamente, la secuencia se suele interrumpir cuando la “comunidad internacional” interviene “humanitariamente” para ayudar a los refugiados y desplazados.

La corrupción y los conflictos interétnicos forman parte del desquicio, pero no son el ingrediente central. El problema con mayúsculas es la economía del “cowboy” o mejor dicho, de “los” cowboys. La catástrofe radica en el funcionamiento del mercado y su inagotable presión sobre los recursos naturales. Tanto el neoliberalismo como las experiencias “progresistas” en retirada se caracterizan por su carácter neocolonial: funcionan con las exportaciones de recursos naturales desde los países pobres hacia los industrializados.

En la competencia entre las empresas de Estados Unidos, la Unión Europea, China, Rusia y Japón, vale todo. Hasta que la cápsula no dé más y se haga añicos contra un asteroide, incapaz de conducirse. Es imperioso que se dejen de comportar como cowboys y empezar a pensarse como astronautas capaces de cooperar entre sí.

 

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