26/11/2018

Se mostrarán los dientes en la Cumbre de Buenos Aires

La Argentina entra en “modo G20”, clima que ya padecimos en Bariloche al realizarse en esta ciudad varias de las reuniones previas. Más allá de las facetas superficiales, quizás haga falta recordar que el espacio surgió como “Cumbre de Presidentes” en el marco de la crisis mundial que se generalizó a partir de 2007 y 2008. No obstante, la estructura ya existía desde 1999 para propiciar el encuentro entre los responsables de las políticas económicas y financieras.

Hasta que detonó la crisis de las “hipotecas basura”, el germen del G20 se había consagrado a tratar los problemas que provoca el endeudamiento eterno de algunos países. A raíz de esas preocupaciones globales fue que se incluyó a países latinoamericanos como la Argentina, Brasil y México, no tanto por el volumen de los respectivos PBI o por su peso específico en la economía global. La Argentina forma parte del G20 sobre todo, porque es una gran deudora. Hoy como ayer.

Claro que en los últimos tiempos, el G20 también funciona como caja de resonancia de las tensiones entre las grandes potencias. En su ámbito, no siempre exteriorizan acuerdos Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, Japón y Canadá. Sin embargo, la voz díscola proviene sobre todo de Asia, porque en términos concretos es China la “emergente” que disputa hegemonía. No sólo por su capacidad de producción económica, sino también por la habilidad que desplegó al establecer relaciones comerciales y financieras con países que antes eran “patio trasero” de Washington. Además, no se limita a intensificar exportaciones e importaciones, va más lejos con sus alianzas.

Durante la semana que pasó y a días del comienzo de la Cumbre de Buenos Aires, China y la Unión Europea demandaron a Estados Unidos ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) a raíz de las restricciones arancelarias al comercio del acero que dispuso la Casa Blanca. Pero además, hay que puntualizar las buenas relaciones que mantienen China y Rusia. Los dos gigantes también tienen como interlocutor a Irán y a otros países que tienen capacidad de intervención en la economía global a través de ventajas como la producción petrolera o su poderío militar.

En realidad, la situación podía preverse. Fue Estados Unidos a instancias de su presidente quien inauguró la guerra comercial contra China y otros países tradicionalmente aliados, como los que se agrupan en la UE. Desde Asia, responden con un renovado impulso contra el dólar a través de la instalación del yuan como divisa internacional. La globalización de la moneda china procura terminar con la hegemonía verde en el sistema monetario internacional.

Por otro lado, el despliegue militar de China y sus aliados sirve para contener las agresiones estadounidenses que hasta no hace mucho, se ponían en práctica sin ningún contrapeso y como en el caso de Irak en 2003, contra la determinación del Consejo de Seguridad de la ONU. Si el Pentágono no se hace presente sin sutilezas en Venezuela o no profundiza sus acciones en Siria, no es por falta de voluntad.

A la Cumbre de Buenos Aires, el G20 llegará inmerso en este clima. Para la opinión pública argentina serán trascendentes las reuniones bilaterales que pueda mantener el presidente, que aún insiste con aquella “lluvia de inversiones” que prometió al comienzo de su mandato, aunque ahora no recurra a la metáfora climática. Pero en el contexto global, las angustias y aspiraciones argentinas son de importancia relativa.

En el planeta se disputa poder, no solo en el ámbito económico y político, sino también en el militar e incluso en el cultural. Como no sucedía desde los tiempos de la Guerra Fría, está en juego qué potencia o qué grupo de potencias irá a decidir sobre el conjunto de la humanidad. Bastante más importante que los vestidos que vayan a ponerse las primeras damas y los seguros exabruptos que vayan a cometer los mandatarios más proclives.

Difícilmente en Buenos Aires, los y las mandamases planetarios puedan avanzar hacia soluciones que terminen o al menos moderen las tensiones internacionales. Seguramente, los pronunciamientos del final contarán con las frases habituales de la diplomacia internacional, pero poco resultado tendrán sobre la vida concreta de los pueblos que padecen, es decir, la mayoría. Integren el G20 sus gobiernos o no.

Para el gobierno de Cambiemos resulta atractivo codearse con el poder mundial. Insiste con la intención de atraer inversiones y además, su membrecía dócil le permitió acceder a los 57 mil millones del FMI mientras al mismo tiempo, consiguió que China ampliara el crédito “swap” por otros 19 mil millones. Su “modelo” no puede funcionar sin la asistencia financiera permanente del exterior, cuyos resultados económicos y sociales para las grandes mayorías ya están a la vista.

 

Te puede interesar
Ultimas noticias