VERSIONES CONTRADICTORIAS

| 08/07/2018

¿Llegó o no Segismundo Guell al Nahuel Huapi?

Un historiador argentino de su propia orden sostuvo que sí pero otro chileno argumentó que no.

¿Llegó o no Segismundo Guell al Nahuel Huapi?
El historiador Guillermo Furlong.
El historiador Guillermo Furlong.

La aguja parece inclinarse del lado del segundo porque tuvo, frente a su mirada, una carta escrita por el propio misionero, quien quiso arribar aquí en 1766.

Hasta fechas relativamente recientes, se tuvo por cierto que el sacerdote Segismundo Guell arribó al Nahuel Huapi hacia 1766. Sin embargo, una carta de su propia autoría que se halló en 1970 evidencia que no pudo concretar su cometido y explica hasta dónde realmente pudo prosperar en su periplo. Ese hallazgo tardío explica por qué buena parte de la bibliografía sobre los viajes de religiosos a estas latitudes se contradice y, aun, se equivoca.

Puede tomarse como caso “Entre los tehuelches de la Patagonia”, libro que escribió a mediados del siglo pasado el historiador jesuita Guillermo Furlong, cuya edición más reciente data de 1992. Al tomar como referencia el abandono que se había producido, anotó que “medio siglo pasó sin que los Jesuitas (sic) pensaran en fundar nuevamente la desafortunada misión del Nahuel Huapi, por más eran no pocos los que solicitaban ser enviados a ella”.

Fue así que “el Padre Segismundo Guell obtuvo esa gracia a fines de 1766, y fue él el postrer jesuita que penetró en el Neuquén y llegó hasta el Nahuel Huapi con el intento de fundar una Reducción indígena. Sabemos que penetró por el camino de Bariloche con doce hombre, y después de muchos trabajos, llegaron los taladrores (sic), esto es, los que hacha en mano abrían el necesario camino a través de las tupidas selvas, llegamos decimos, al Río Blanco que no pudieron cruzar”.

Según la reconstrucción de Furlong, “la impetuosidad de aquel profundo río les cerró toda esperanza de poderle vadear. Pasaron entonces el lago Todos los Santos, donde construyeron una piragua, y así lo cruzaron, y siguiendo la última ensenada del norte, llegaron hasta el Río Peulla, donde hallaron los restos de una población abandonada: huesos de gente, chaquiras, rosarios y pedazos de ollas”.

Para sostener su hipótesis según la cual Guell habría arribado al gran lago, Furlong se basó en “don Martín de Moussy”, a quien consideraba “generalmente bien informado”. Según el jesuita, en su “Descripción de la Confederación Argentina”, el francés “asegura que el Padre Guell llegó en 1766 hasta el lago Nahuel Huapi, que a sus orillas hizo construir una embarcación y en ella se trasladó a la isla [esto es, a la Península Huemul] donde encontró vestigios evidentes de una antigua reducción”.

Polémica entre jesuitas

Pero la versión de Furlong, inspirada en el relato de Moussy, se da de bruces con la que elaboró un tanto más tarde un colega suyo. El libro “La isla de Chiloé, capitana de rutas australes”, tiene como autor al también jesuita Walter Hanisch y se publicó en 1982, en Santiago. La obra refiere a la historia de Chiloé, con énfasis en los viajes que hicieron desde sus puertos los hombres de la Compañía de Jesús.

Encontraremos en sus páginas referencias a los periplos más o menos conocidos por los barilochenses curiosos: los de Rosales, los de Mascardi, los de Felipe de la Laguna y los de Juan José Guillelmo. También los de Francisco Menéndez, quien concretó sus viajes en fechas posteriores al protagonista de esta breve crónica. Menciona Hanisch que “los viajeros no se contentaron con el descubrimiento, sino que escribieron los resultados de sus pesquisas en diarios, informes al gobierno o narraciones. Estos escritos no siempre fueron del dominio público, y algunos, si no muchos, desaparecieron con el correr del tiempo”. Fue el caso del que traemos a colación.

Apunta Hanisch que “hubo un viaje que quedó consignado en una breve carta bastante desconocida y lo suficientemente breve para que no se advirtiera la hazaña que significó en su tiempo. Casualmente dimos en Roma, en el Archivo de la Compañía de Jesús, con el escrito que nos dejó el mismo explorador, la narración de su viaje, con un motivo al parecer superficial, que expresa con estas palabras: Ya que llegamos aquí, quiero poner con la brevedad que puedo el viaje que yo mismo hice el año 1766 y 1767, que no dejará de divertir al curioso lector”.

El autor de “La isla de Chiloé…” dio con la carta de Guell en 1970, 12 años antes de tener la chance de publicar su obra. Hay dudas sobre su origen: aragonés o catalán. Pero se sabe que, hacia 1764, ya tenía destino en la misión de Kaylin, hoy Cailín, al sudeste del archipiélago. Esa fue la primera labor que desarrolló en su nuevo destino; la segunda fue la denominada misión circular, es decir, una gira por todas las capillas chilotas.

En tanto, “el tercer trabajo fue el viaje a Nahuelhuapi para restaurar la misión. El viaje duró, hasta que llegó a Chacao (de Castro había salido) cinco meses y medio, según cálculo del mismo Guell. Conocía los dos caminos, pero con los años de desuso se habían borrado las huellas. Guell va decidido, porque el gobernador Guill y la Junta de Poblaciones tienen interés en que se realice y el plan era de los jesuitas, porque lo había hecho el procurador de la provincia”, dice Hanisch.

A pesar de su decisión, “Guell, en su único viaje, no alcanzó el Nahuelhuapi, como le pasaría al P. Francisco Menéndez en su primer viaje en 1791. Guell sabe todos los nombres geográficos, otros aparecerán después, pero no deja de ser un conocimiento cabal haber llamado todas las cosas por su nombre. La narración de Guell es ágil y viva, y nada tiene que envidiar a las posteriores de Menéndez y Moraleda, inspiradas en la suya. La narración, a veces, da la impresión de que se estuviera escribiendo en Chiloé y no en Italia, como esperando partir de nuevo”.

“En la primavera que viene…”

En su libro, Walter Hanisch invita: “Oigamos a Guell: Y llegué a Chacao a los cinco meses y medio de haber salido, esperando en Castro que pasase el invierno para ir a perfeccionar la obra de la conversión de aquellos desdichados indios… Y prosigue: Desde entonces, ya más de sesenta años, no se pasaba por aquel camino tal cual lo había antiguamente, quedó con terremotos, lluvias y años, tan borrado como hemos visto y tan difícil como se sabe, no dando ni los bosques ni la laguna comida alguna: todos los bosques pantanosos y llenos de horrorosas cordilleras, bien que todas cubiertas de nieve arriba y abajo montuosas… Dios quiera que, en la primavera que viene, se anuncie el evangelio a aquellos infelices del Nahuelhuapi”.

El sacerdote no pudo cumplir con su cometido porque a fines de 1767, la monarquía española dio curso al “decreto de extrañamiento”, es decir, la expulsión de la orden a la cual el viajero poco menos que ignoto pertenecía. Según pudo establecer Hanisch, la mayoría de los jesuitas que se habían desempeñado en Chile, fue a parar a Italia. En particular, Guell habría continuado su vida en Imola. Algo menos de 30 años después, Menéndez reharía sus pasos con más éxito.

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