Hablemos de poder

Muchas personas se preguntan si el poder es algo positivo o negativo. En realidad, no es algo ni bueno ni malo sino neutro. Podríamos compararlo con una herramienta. Es la mano de quien la sujeta la que decide cómo la va a utilizar. Lo mismo sucede con el poder, el cual deberíamos aprender a administrar con inteligencia, en las situaciones y con la gente adecuada. 

Muchos se sienten atraídos hacia el poder, quizás por los beneficios que este brinda, en especial la mirada y el aplauso de los demás. Pero el poder debería pesarnos más que cualquier beneficio que este nos otorgue. ¿Qué significa esto? Que una persona emocionalmente sana debería ejercer el poder con más responsabilidades que derechos.

Hay quienes tienen la creencia de que ellos “son el poder”. Se fusionan con el poder, ya sea que se trate de una posición importante o de bienes materiales, sin darse cuenta de que este siempre es temporal. Hoy podemos tenerlo y mañana puede pasar a manos de otra persona. Cuando esto último ocurre, aquel que estaba fusionado con el poder seguramente se deprimirá porque tendrá la sensación de haber perdido una parte de sí mismo.

Saber administrar el poder sabiamente implica percibirlo como un instrumento o un medio para lograr algo, no como un fin o un punto de llegada. El poder debería servirnos para lograr metas y objetivos, nunca para dominar a otros desde un lugar de superioridad, o para llenar un vacío emocional interior. No es lo mismo tener un auto para usarlo como medio de transporte que para exhibirlo ante los demás y sentirse valioso.

Todos los seres humanos vamos detrás del poder. Esto es así porque fuimos diseñados con el anhelo de superarnos, de crecer y avanzar en la vida. Está comprobado que aquellos que poseen “una sensación de poder”, que se sienten empoderados, tienen un mejor desempeño en el área donde se mueven. Porque alguien que se siente poderoso de manera sana no busca engrandecerse a sí mismo sino engrandecer su tarea y el lugar donde la desempeña. En esto radica la diferencia entre el poder como un medio y como un fin.

¿Qué significa tener poder?

No significa de ningún modo gritar, ni decir: “Acá se hace lo que yo digo”. Dicha actitud es sinónimo de autoritarismo, no de autoridad. Una persona con autoridad (con poder) está abierta al diálogo, al consenso, al trabajo en equipo. Mientras que alguien autoritario solamente busca imponer su voluntad, sin importarle la opinión de los demás.

La autoridad es algo que se construye o se gana. ¿De qué manera? Por el reconocimiento de la gente. A diferencia del poder que puede derivar de un rol jerárquico. Por eso, alguien puede tener poder, pero no autoridad.

Además, es posible ejercer dos tipos de poder:

1. El poder coercitivo, aquel que provoca miedo al castigo en el otro (y logra que haya obediencia o sometimiento).
2. El poder persuasivo, aquel que es la capacidad de influir sobre el otro y es totalmente sano.

Por lo general, el término poder tiene mala prensa porque se lo asocia con el autoritarismo y el abuso. Pero todos los seres humanos nacemos con poder, es decir con la habilidad o la posibilidad de hacer. Bien entendida, desarrollada y utilizada es una herramienta extraordinaria que puede traernos grandes satisfacciones.

Ahora, tener más poder no quiere decir ser más que el resto. Tampoco ser omnipotente (aquel que todo lo puede y no precisa de nadie). El poder es necesario para tomar decisiones y accionar. Quien no tiene poder resulta ser:

a. Impotente: incapaz de hacer algo por sí mismo y, como resultado, se volverá codependiente. El poder nos brinda la capacidad de contar con alternativas para hacer.
b. Víctima. Quien se siente impotente se parará frente a la vida en el papel de la víctima, responsabilizando a todos y a todo por lo que le sucede y sufriendo por ello.

Ya sea que nos demos cuenta o no, la vida es un juego de poder. Todos en alguna manera lo buscamos y todos podemos aprender a construirlo de manera sana y equilibrada.

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