13/05/2018

EMOCIONES ENCONTRADAS: El Cóndor

Los pobladores de la colonia se habían acercado desde temprano a “La Alemana”, esa construcción a la que, de a poco, todos comenzaron a llamar “San Carlos”, por aquel gringo que así se dirigió a Carlos, confundiendo el “don” por “san”. Era un día muy especial, pues llegaría ese vapor que tanto había promocionado el dueño del comercio y que sería la primera nave de envergadura que navegaría el Nahuel Huapi. Un improvisado cartel escrito a mano en la puerta de entrada al local lo anunciaba desde hacía un tiempo. Carlos Wiederhold se paseaba entre los concurrentes con su andar nervioso, ese día cargado de ansiedad, invitando algo de beber a los concurrentes. Se fue hasta la orilla del lago, distante a unos doscientos metros. En el camino, recordó aquel viaje a Chile, dos años atrás, cuando en Puerto Varas conoció a Otto Mühlenpfordt, ese alemán propietario de un astillero. Carlos tenía la idea de transportar mercadería para su compañía del otro lado de la cordillera, por tierra, con carros y, luego, navegando por los lagos hasta llegar a orillas del Nahuel Huapi donde se había establecido. Esto le permitiría abaratar costos y acortar tiempos; comerciar con Viedma o Rawson le demandaba siete semanas o más de espera. Con este proyecto, contando con la embarcación, serían, a más tardar, diez días de demora.

-Mirá, Carlos, –le había comentado Otto, en ese duro castellano atravesado por su lengua natal– este plano me ha llegado hace unos años y estoy por comenzar a construirlo. Se trata de un vapor que puede transportar hasta 40 toneladas.

-¿Tú crees que puedes cruzarlo por la cordillera? –, preguntó Carlos, entusiasmado por el desafío, pero también por el rumbo que tomaría su comercio.

-Tú sabes Carlos que se ha formado la compañía Chile-Argentina, que tiene mucho interés en armar una cadena de comercio entre Nahuel Huapi y Puerto Montt. Tú podrías sumarte con este vapor.

-¿Y cómo conseguiríamos transportarlo? –, preguntó el joven, ya claramente interesado.

-Ellos lo transportarían desarmado por el paso de los lagos, partiendo por Pérez Rosales. Tienen a Vargas, que posee tropa de bueyes para los tramos de tierra.

-¿Y así llegarían a Nahuel Huapi? –, comentó Carlos, mirando un mapa que se encontraba sobre una de las mesas.

-Iá. Allí armaríamos el vapor y lo llevaríamos hasta tu comercio.

Y ahí estaba, el inquieto comerciante, a orillas del lago, esperando aquel barco.

Lo llamó Ingrid, la esposa de un estanciero cercano a la colonia, habían llegado temprano movidos por la curiosidad, como tantos otros.

-Acérquese, Carlos. Hemos preparado algo de mate cocido y unas tortas–, le dijo, sirviendo una taza.

-Sí, claro. Estoy bastante ansioso. La última vez que hablamos quedamos que el 10 de marzo estaría aquí. Calculo que este alemán tan puntilloso dejará la vida con tal de llegar hoy.

Un silbo lejano quebró el aire del mediodía. Venía desde lejos, pero se dejó oír claramente. Un par de niños fueron los primeros en llegar a la orilla, donde estaban amarrados los botes de Wiederhold y otros pobladores. Vieron venir esa nave envuelta en el vapor, haciéndose cada vez más grande. El día parecía haberse asociado, dejando el lago quieto. Un ballet de gaviotas era la escolta de honor de aquel barco. En media hora, estuvo frente a ellos, amarrado a unos cincuenta metros adentro del lago. Arrogante, parecía mirarse en el agua, con todo su esplendor: el casco pintado de negro, otras estructuras y las chimeneas de blanco, contrastando con las maderas barnizadas. Parado sobre la proa, Otto Mühlenpfordt agitaba su sombrero.

Carlos soltó uno de sus botes, con capacidad para albergar hasta ocho personas, y se acercó a aquella embarcación a la que había decidido bautizar “Cóndor”. Pronto, Otto y su tripulación estuvieron en tierra firme, donde fueron recibidos por un cerrado aplauso.

-Bienvenido, Otto, – dijo un exultante Wiederhold, alegre por el buen término de la empresa emprendida hacía un tiempo en Puerto Varas, pero también por el panorama próspero que se abría para su empresa.

-Vaya, vaya –, dijo el recién llegado mirando hacia el este–. Esta colonia crece cada día más.

-Es cierto –comentó uno de los vecinos–. Este verano, llegaron tres familias nuevas.

-Hace un tiempo, pasaron algunos integrantes de la comisión limítrofe, -aportó Wiederhold mirando el insipiente caserío–. Uno de ellos, de apellido Frey, creo, un muchacho agrimensor que dijo haber estudiado en Suiza, recomendó ordenar el emplazamiento de las casas, para trazar futuras calles.

-Todo este lugar está llamado a ser una floreciente comunidad, Carlos – dijo Otto, volviéndose hacia el chileno–. Y tú serás un gran protagonista –, sentenció mirando el establecimiento.

-¡Que así sea!–, dijo levantando la voz Wiederhold, e invitando al ingeniero a ingresar a su casa.

Te puede interesar
Ultimas noticias