2022-07-27

A DOS AÑOS DE UNA MUERTE QUE CONMOVIÓ A BARILOCHE

Mario Ruiz, el jefe de patrulla del cerro Catedral al que todos querían

Hace dos años, una noticia enlutó a Bariloche.

Amanecía cuando se supo que el jefe de patrulla del cerro Catedral había fallecido.

Saber que alguien muere mientras desarrolla su trabajo suma más bronca a la que de por sí se tiene ante la llegada de la parca.

Y, si tal como cuentan aquellos que cruzaron su vida con la suya, el que pereció era tan buen tipo, el dolor aumenta.

Su nombre era Mario Ruiz.

Tenía cincuenta años.

Aquel 27 de julio, subió a hacer detonaciones para “purgar” el cerro.

Junto a él, iba Oscar Arellano, quien ese día cumplía años.

De repente, lo impensado: la blancura de la nieve dejó de representar pureza para transformarse en una inclemente dama mortuoria.

“Lo que yo viví, con el arrastre de la avalancha, fue fortísimo. Todo se empezó a mover y no dio tiempo a nada… Pensé que me había agarrado a mí solo… Yo, si bien quedé enterrado, tenía la cabeza afuera. Como él no contestaba, me daba la idea de que podía haber perdido la vida… Lo sufrí muchísimo… Más que un compañero, o un amigo, era como un hermano, además de un profesional muy capacitado”, diría luego Arellano, que sobrevivió.

“Conocí a Mario en 1987. Nos hicimos amigos enseguida. Yo estaba desde 1980. Ingresé en el momento en que se inauguró la confitería. Después pasé a trabajar en otra empresa del lugar: limpiaba los baños del estacionamiento y en la base de Princesa 1”, contó Arellano cuando se cumplió un año del fallecimiento de Mario.

Así, aquella vez explicó: “Cuando vino, me trasladaron a los embarques de las sillas: pasé a ser sillero, y él tomó mi puesto anterior de limpieza”.

Con el tiempo, avanzaron laboralmente.

“Primero, empecé enseñándole a él; después, terminó siendo mi profesor, porque era un tipo muy hábil, una persona inteligente, capaz, laburadora”, señalaba Arellano, para luego desarrollar: “Se preocupaba mucho por hacer las cosas bien, por algo llegó hasta donde estaba”.

“Pasó a ser mi jefe. Era responsable, tanto en relación a la empresa como con los compañeros, con la gente que tenía a cargo. Se preocupaba de que no nos faltara nada”, comentaba el sobreviviente.

Lucas Cava, quien era parte del grupo de trabajo, fue quien halló el cuerpo.

“Mientras lo buscaba con el Aparato de Rescate de Víctimas en Avalancha (ARVA), ya lloraba: había pasado un tiempo y sabía lo que podía hallar…”, evocaba Lucas el año pasado.

“Tuvimos que hacerle reanimación… En medio, el llanto y gritar su nombre para que no se fuera…”, revelaba.

Lucas también explicaba que “la gente, cuando queda mucha nieve, busca los fuera de pista que no estén pisados para ir a esquiar”, y, de esa manera, advertía que “Mario dio su vida para salvar muchas otras”, porque “la nieve estaba muy inestable”.

“Fue un héroe sin máscara ni capa, y así debe ser recordado”, aseveraba el trabajador.

Naomi, en tanto, una de las tres hijas de Mario, en 2021 señalaba: “Mi papá siempre fue muy meticuloso con su trabajo. Ya había pasado por una situación complicada, con algo parecido, pero pudo salir… A veces se despertaba a las tres de la mañana, porque lo pasaban a buscar para tirar avalanchas… Todo oscuro, con una linterna… Sabíamos que era arriesgado”.

Mario, de tres hermanos, era el del medio (tenía, además, tres medio hermanos mayores).

Dos meses después de aquel 27 de julio fatídico, “Cachi”, el hermano mayor, relataba: “Le gustaba mucho la naturaleza, la montaña… La nieve, para él, era mucho más que generar un sueldo. Por ejemplo, cuando empezaba la temporada, era el primero en llegar y el último en irse. Si todos a las seis de la tarde ya estaban en sus casas, él llegaba a las ocho. También se fue a perfeccionar a Chile, en el tema de los explosivos, para prevenir avalanchas. Al principio, el único que había acá, preparado para ese tipo de labor, era él. Tenía un protocolo que respetaba a rajatabla; era muy cuidadoso”.

Pero, quizá celosa de que, durante un tiempo, poco antes, la había cambiado por un centro de esquí en Aspen, Estados Unidos, donde Mario vivió una gran experiencia por un intercambio, aquel lunes ingrato la montaña se ensañó con él.

Dicen que por las noches, aún hoy, se escucha el llanto de la montaña barilochense, en arrepentimiento. 

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