2022-03-20

EMOCIONES ENCONTRADAS

El Bellavista

Hay lugares de nuestra ciudad que son emblemáticos, edificios donde los viajeros se detienen a observarlos y los vecinos, cada tanto, vuelven a mirarlos como a una postal. Cuántos turistas deben tener atesorada esa foto que se sacaron sentados en el muro del hotel Bella Vista.

Desde la calle Moreno se observa ese edificio que tiene tantos años y que alguna vez tuvo un jardín con rosales coloridos que obligaban a desviar la mirada a quienes pasaban por la vereda o transitaban por la calle. También fue un clásico, allá por los diciembres, el inmenso pino que preside el solar, adornado con luces multicolores.

Detrás de esa construcción hay una historia de gente llegada a Bariloche cuando pocos imaginaban un perfil turístico ni el inmenso desarrollo alcanzado hasta estos días. Allá por los años 20, llegó Alfredo “Fredy” Sauter, vienés de nacimiento, junto a sus padres. Su progenitor, quien había estudiado hotelería en Suiza, llegó a la Argentina junto a tres amigos, para desarrollar dos importantes hoteles en Buenos Aires. Luego decidió rumbear a ese lugar en el sur que ya comenzaba a llamar la atención. Le compró una casona a Castillo y la ubicaron en el solar que perteneciera a un vecino de apellido García. Allí comenzaron a explotarla como hostería mientras se construía el hotel, el cual se inauguró en 1935 y al que llamaron Belle Vue.

“Con los años se cambió a Bellavista porque era difícil de pronunciar y lo hacían de cualquier manera”, recuerda sonriendo doña Inés Knapp de Sauter, a sus 95 años, con una lucidez que asombra, trayendo a la conversación fechas y nombres sin titubear.

“Papá era inglés. Llegó a Patagones para la construcción del puente ferroviario. Allí se casó con una maragata. En el 23 llegaron a Bariloche”. Inés se casó con Alfredo Sauter en el 45, cuando ya el edificio de madera era uno de los más importantes de la ciudad. “El hotel era todo de madera. En el 69 se comenzó a reemplazar por material, hasta completar lo que hoy se puede ver. Son setenta habitaciones, con comedor para 150 plazas. En los veranos traíamos personal del hotel Alvear de Buenos Aires y también pasteleros y cocineros desde Suiza.

"En aquellos años, el orden de importancia en la ciudad era, el hotel Parque, nosotros, el Suizo y más tarde el Italia”, dice con orgullo Inés, mientras sirve un café en su chalet de la calle Rolando; construido en uno de aquellos solares de un cuarto de manzana que se ofrecían de la calle Elflein hacia arriba y adquirido a un vecino chileno, su anterior propietario.

Hoy, invita a la contemplación un imponente jardín al que siempre cuidó Inés, que heredó de su madre el amor por las plantas. También recibió enseñanzas de un jardinero japonés que cuidaba las del hotel. Una orgullosa abuela le enseñó y delegó esa tarea a su nieta. En la esquina de Rolando y Elflein siguen en pie las secuoyas, que ya tenían cuarenta años cuando las plantaron en 1951.


Conversando con Inés Knapp de Sauter.

Además de la administración de su hotel, Freddy se daba tiempos para diversas actividades en la comunidad: fue un recordado arquero, no solo en el equipo que formaba junto a sus empleados, sino también en la liga. Llegó a ser presidente de alguno de ellos. Además, formó parte de varias instituciones a las cuales fundó, como el Canal 3 de televisión, del que fue propietario. Era de circuito cerrado: funcionaba en un edificio contiguo a la casa.

“Formé parte del grupo de profesores que fundó el Colegio Nacional hace más de setenta años. Empezó a funcionar en la Biblioteca Sarmiento en 1944. Después se vino a Quaglia y Gallardo, en las casitas de madera. Yo daba clases de Historia, Música, fui secretaria. ¡Hasta di Educación Física! El rector era Spoturno. Luelmo llegaba a dar clases en su bicicleta, con dos troncos de leña para la estufa. Yo me iba caminando y llevaba en una bolsita algunos palos también. En el 49 quedamos cesantes por cuestiones políticas casi todos los docentes. Me llegó una nota de la Municipalidad notificándome y a la par, de la misma Municipalidad, un ofrecimiento para ser secretaria de Cultura”, recuerda con una sonrisa, esta mujer que, entre otras actividades, fundó Lalcec Bariloche, la asociación de mujeres empresarias, trabajó muchos años en el Camping Musical y estuvo donde el quehacer cultural llamara.

“En el 67 viajamos a Estados Unidos. Estuvimos en San Francisco. Allí vimos la calle en zig zag y a mi marido se le ocurrió que se podía hacer algo parecido en la bajada de Rolando, al lado del hotel. Él la hizo hacer y pagó los trabajos. La Municipalidad colaboró con la maquinaria y movimientos de tierra”. Inés hace un largo silencio al recordar los tiempos amargos en que quebró una empresa que alquilaba el hotel, trayendo malos tragos y el deterioro del edificio.


Cinco generaciones: Inés con su madre, una de sus hijas, nieta y bisnieta.

Hablar con Inés Knapp en el remanso de la sala de su hogar es estar cara a cara con la historia de esta ciudad, a la que se ve por el amplio ventanal que da al jardín. Allá va, con sus urgencias, tan alejada de aquel puñado de casas al que llegaron Alfredo Sauter y ella, por separado, pero que al unirse dejaron su impronta. Por momentos parece que vinieran a sentarse junto a nosotros muchas mujeres y hombres ilustres de Bariloche, que dan nombre a calles e instituciones, también a silenciosos personajes de la época, a los que Inés conoció y trató, a los que su memoria trae como al pasar, como si estuvieran en la soleada tarde de marzo que ilumina los recuerdos. Ella y su compañero dejaron grabado su nombre en el edificio que es un emblema del centro de Bariloche, junto a una calle zigzagueante, tal vez como el destino de nuestro pueblo.

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