MÁS DE CLEMENTE ONELLI EN BARILOCHE 121 AÑOS ATRÁS

| 14/04/2024

Un muelle florido en península San Pedro, ni pena ni gloria en Puerto Moreno

Un muelle florido en península San Pedro, ni pena ni gloria en Puerto Moreno
Puerto Moreno en 1898, cinco años antes de la visita de Onelli. Foto: Leo Wehrli en Archivo Visual Patagónico.
Puerto Moreno en 1898, cinco años antes de la visita de Onelli. Foto: Leo Wehrli en Archivo Visual Patagónico.

El italiano llamó San Carlos de Nahuel Huapi al poblado y ponderó a los empresarios de origen alemán que transformaban al “desierto”. También elogió trigales y comió frutillas silvestres.

Un atracadero en península San Pedro al que rodeaba un festival de flores, ausencia de comentarios para puerto Moreno y elogios para el industrioso San Carlos de Nahuel Huapi. Tales fueron las impresiones que recogió Clemente Onelli al término de su primer viaje por estas latitudes, el que llevó a cabo en 1903. Al año siguiente, el italiano las plasmó en “Trepando los Andes. Un naturalista en la Patagonia argentina” (Ediciones Continente-2007), su libro más difundido. Nótese que no se valió de la denominación Bariloche para describir el poblado.

Después de zarpar de puerto Blest y pasar por puerto Anchorena en la isla Victoria, el vapor que conducía al futuro director del Zoológico porteño hizo una escala en la península más célebre del ejido municipal actual. Anotó que, en dirección al pueblo, “después visitamos por pocos minutos el encantado puerto San Pedro, donde una casita de madera está rodeada por una fiesta de colores de las anémonas andinas, de las rosadas y blancas corolas de las espesas enredaderas y por los rojos cálices de la fucsia, que es indígena de esta región; un jardín, en fin, de flores preciosas, que cuesta tantos primores cultivar en nuestros climas”.

La embarcación no se detuvo demasiado en esa florida estación portuaria, “visitamos puerto Moreno y llegamos al fin a San Carlos de Nahuel Huapí (sic), donde la casa Hube y Achelis y el señor Luis Horne han iniciado la civilización de ese lago poco conocido, con chalets, molinos, casas, caminos, muelles y el vapor mismo en que navego”, apuntó Onelli. Esos avances se lograron “a pesar de los tropiezos inherentes al desierto”, consideró.

En las líneas siguientes, el viajero se inmiscuyó en una de las polémicas de la época, que objetaba el origen extranjero de los empresarios en cuestión. Inmigrante él mismo, resaltó que las dificultades propias del supuesto “desierto” eran magnificadas “por los malévolos informes de los haraganes de la comarca, que comunicaban y comunican aún al Gobierno el inmenso daño que hacen esos esforzados ocupando algunas hectáreas de tierra con sus huertas y edificios”.

Cabe recordar que dos años antes, el diario La Nación de Buenos Aires había amplificado una denuncia recibida por el Ministerio de Agricultura, según la cual la empresa Hube & Achelis no solo extraía madera de los bosques cordilleranos de manera ilegal, sino que además la contrabandeaba a Chile. Federico Hube, socio de la compañía y cónsul de la Argentina en Puerto Montt, replicó que “no había ninguna necesidad de internarlas del lado opuesto de la cordillera, puesto que aquí se obtienen en abundancia a precios sumamente bajos”.

Evidentemente, Onelli tomó partido por los empresarios, que tenían fuertes vínculos con Chile y Alemania. “El general Roca, que con las armas afirmó la soberanía sobre ese lago y que tiene un verdadero culto por esa joya andina, es lástima que en sus giras presidenciales al Sur no haya vuelto a esos parajes divinos, para facilitar con su influencia la obra civilizadora y enérgica de esos valientes que han empleados allí importantes capitales”, interpretó el italiano.

Después de ponderar al viejo San Carlos, el nacido en Roma siguió su periplo. “Caminito de la costa, perdido entre el follaje y las flores de esa Corniche (cornisa) andina, me dirigí hacia el desagüe del lago, a la boca del río Limay. Me detuve en el camino admirando los trigales, los tomates y los melones de un colono alemán, e hice resollar mi caballo a la sombra de un manzano silvestre, cuyas frutas eran todavía muy agrias, y me desquité picoteando las perfumadas frutillas, de cuyo jugo, al sentarme en el suelo, había observado estaban ensangrentados los cascos blancos de mi valiente tordillo”, poetizó Onelli.

Acto seguido, experimentó una momentánea confusión. “En la marcha, vi a la izquierda unos chatos y enormes hormigueros de tierra que me hicieron recordar los edificios similares que esos insectos levantan en el Chaco y Corrientes. Al acercarme noté mi equivocación: eran casas y cuarteles de barro abandonados, edificados en el año anterior por las fuerzas militares de guarnición en ese punto”.

Aclarado el entuerto, “continué mi camino hacia la boca actual del lago, denunciada ya desde lejos por farallones violentamente cortados, embotados después de sus accidentes menores por la tierra y la vegetación que sobre ellos ha crecido; sobresalen aún allá arriba los espolones de roca viva por donde, quién sabe por dónde, quién sabe cuántos cientos de siglos atrás, el lago túrgido y lleno, de orilla a orilla del valle, empezó a labrar el cauce del río Limay, que ahora corre 300 metros más abajo”. Qué diría si viera la multitud de emprendimientos inmobiliarios que hoy aprietan los orígenes de tan histórico río…

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