EL EXPRESIDENTE INGRESÓ AL MUNDO POLÍTICO DE SU MANO

| 10/03/2024

Entrevista a Asseff: “Alberto Fernández es un mal bicho”

Entrevista a Asseff: “Alberto Fernández es un mal bicho”
Fotos: Eugenia Neme.
Fotos: Eugenia Neme.

Alberto Asseff, creador del Partido Nacionalista Constitucional - Unir, pasó por Bariloche, donde brindó una charla para sus seguidores.

De extensa trayectoria, su último cargo fue como diputado nacional hasta el 10 de diciembre.

Más allá de los puestos (tuvo varios), Asseff ha sido parte de la historia política argentina al ser requerido por diversos protagonistas de las grandes ligas, candidatos que vieron en su figura a un líder de una estructura de tinte nacionalista que podía serles útil para sus campañas y eventuales gestiones.

En un hotel céntrico barilochense, el político recorrió parte de su vida y dio su visión sobre el presente.

–¿Cuántos años tiene?

–Ochenta.

–¿Cuándo comenzó a incursionar en política?

–Desde muy chico, porque tenía una vocación natural. Además, siempre fui alto, por lo que me daban más edad de la que tenía, así que podía meterme con los más grandes.

–Usted se inició en la Unión Cívica Radical.

–Así es…

–¿Cómo ve al radicalismo de estos tiempos?

–No lo observo bien.

–¿En qué sentido?

–Lo noto desorientado, sin un perfil claro. No sabe si es socialdemócrata o moderno y liberal, en todos los aspectos. Desconoce si tiene un origen criollo, federal y nacional, o es socialista de la Internacional. Está muy marcado por diferencias de pensamiento que hacen imposible que cobre un perfil claro.

–Claramente, usted estuvo más cerca del perfil liberal que del socialdemócrata…

–Sí, siempre fui más cercano a la idea liberal y nacional del radicalismo que a la socialdemócrata. De joven, cuando tenía unos dieciséis años, me recomendaron varios libros para compenetrarme en filosofía política. Todos eran de liberales, porque el partido tenía un sentido liberal. Yo le agregué el concepto nacional, genéticamente importante en el radicalismo, que, sobre todo, lo expresó Hipólito Yrigoyen cuando dijo: “Yo he venido al movimiento nacional” (“con mi cerebro caldeado en la inculcación de un ensueño infinitamente superior e irreductible, y con mi alma inflamada hacia todas las justas y legítimas grandezas de mi patria. En ese propósito santo y puro, que he mantenido incólume, está toda la savia de mi vida”). El rojo de la bandera radical tiene que ver con el federalismo y el punzó de los federales vernáculos.

–Dice, entonces, que usted sumó una idea nacional…

–Pero quiero aclarar que el nacionalismo tiene una diferencia sustancial con el estatismo. Yo soy antiestatista. Apoyo un Estado funcional, sin que se lo agrande y se transforme en un elefante ingobernable y carísimo.

–¿Habla de nacionalismo desde los sentimientos?

–Y desde los intereses. Esos intereses pueden ser defendidos por una empresa privada, no necesariamente por una estatal. Un poco como el modelo norteamericano, donde los intereses estratégicos se alinean, y si no lo hacen, desde el Estado los llevan a alinear. Pero no estatizan todo. Incluso, ahora, están privatizando parte de la NASA, porque saben que para el objetivo descomunal que tienen, que es conquistar el espacio, no alcanza con sus recursos y deben asociarse con la iniciativa privada. Pero eso no es para que después cada uno haga lo que quiera, sino para que se responda a los intereses estratégicos de Estados Unidos. Ese el modelo nacionalista del que hablo.

–¿Pero fue esa idea de añadir lo nacional lo que lo llevó a crear un partido propio?

–No, porque el radicalismo estaba lleno de nacionales. Siempre los hubo, desde su origen. Aun cuando expresamos disidencias, había mucha gente que nos seguía. De hecho, cuando planteamos la diferencia inicial con las autoridades radicales, me paraban dirigentes del partido para decirme que si veían que estaba un una línea acertada me seguirían. Y eso de la “línea acertada” quería decir que triunfáramos frente a la que representaba Ricardo Balbín. Y la línea nuestra triunfó frente a la de Balbín, pero Juan Domingo Perón lo buscó a él porque era más fácil, debido a lo que representaba su figura histórica, que tomarse la tarea que quería emprender –pero no le alcanzaba el tiempo– de hacer una argamasa nueva, un tercer movimiento político que sintetizara todo y generara un nuevo ciclo. Perón hablaba de eso, pero prefirió el abrazo con Balbín… Incluso así, no desconoció la tarea que nosotros habíamos hecho para llegar a esa confluencia, que no tenía sólo el sentido de cogobernar, sino, fundamentalmente, de generar una unión nacional que abriera un ciclo nuevo para el país, cosa que se frustró con la muerte de Perón y porque Balbín nunca terminó de representar de manera fuerte una movilización nacional.

–Pero usted era más cercano a Balbín que a lo que se transformó, dentro del partido, en el Movimiento de Renovación y Cambio…

–Sí, por supuesto. De hecho, yo era balbinista.

–Y luego, entonces, creó el Partido…

–Nacionalista Constitucional, y lo de “constitucional” no es casual, porque refería al nacionalismo legal. Siempre entendimos que, además de los intereses estratégicos, una de las cosas pendientes en la Argentina es cumplir a rajatabla y cabalmente con la Constitución, algo que hasta el día de hoy no sucede. Si se hiciera, este sería otro país, porque habría un sistema institucional más sólido y los derechos se verían en la práctica cotidiana, contaríamos con transparencia…

–¿Es cierto que Alberto Fernández se inició en su agrupación?

–Sí. Era sobrino de una persona que yo conocía, Antonio Pérez, el hermano de su madre. Ese hombre era mayor que yo, tendría unos sesenta y pico de años mientras que yo contaba con alrededor de treinta. Entre nosotros había cordialidad, empatía, y un día, cuando comenzó a gestarse nuestro partido, me llamó por teléfono y dijo: “Tengo un sobrino que se llama Alberto Fernández, estudia derecho –en ese momento todavía no se había recibido de abogado–, quiere meterse en política, así que le dije que hablara con usted”. Vinieron a verme y dialogamos. Alberto se afilió ahí mismo; está la ficha. Enseguida comenzó a tener un protagonismo muy grande con la juventud. En aquel momento, en el partido había muchos jóvenes. Él resultó ganador en una votación para elegir al presidente del sector. En algunos actos que hicimos, era orador. Todo marchaba muy bien. Era un protagonista del partido naciente. Alrededor del momento en que Bernardo Grinspun renunció al Ministerio de Economía y asumió Juan Vital Sourrouille (febrero de 1985, durante el gobierno de Raúl Alfonsín), llegó un día y expresó: “Vengo a decirle que me voy a retirar”. No dijo nada más. Después supe que, en realidad, su retiro obedecía a que lo habían acercado a Sourrouille y, como para ese momento ya se había recibido de abogado, lo nombraron en la Dirección Jurídica del Ministerio de Economía. Ahí empezó su carrera con el radicalismo. En los hechos se transformó en radical. Tiene fotos con Raúl Alfonsín... Cuando Domingo Cavallo fue a Economía, lo encontró ahí.

–Había permanecido en el puesto tras el cambio de gestión…

–Claro. Ahí, ya con Carlos Menem como presidente y Cavallo como ministro, termina ascendiendo a la Superintendencia de Seguros.

–¿Cómo siguió la relación?

–Algunas veces me lo cruzaba, lo saludaba pero no hablábamos. En 2002, un dirigente nuestro de Mendoza, que era diputado provincial, me dijo que había estado con Néstor Kirchner, quien le explicó que quería hablar conmigo. Así que después Kirchner y yo conversamos. Me dijo: “Seguramente voy a ser candidato. No creo que en 2003 tenga éxito, será una entrada en escena con vista al 2007. La única posibilidad sería que Eduardo Duhalde, por descarte, me apoyara. Ya lo invité al Calafate para que venga a pescar… Por ahí, si me respalda… Y si lo hace, yo no tengo partido, necesito el tuyo”. Le contesté: “En principio, te diría que sí. ¿Sabés por qué? Porque si hay algo que no quiero es que vuelva Menem”. Me dijo que, si se daban las circunstancias, el primero que se enteraría sería yo, ya que tomaba lo conversado como una media palabra para empezar a trabajar juntos. Al final, Duhalde fue a Calafate y le dio su apoyo. Entonces me llamó Cristina Fernández. Fui al Senado, porque ella en ese momento era senadora, y me dijo: “Ya hablaste con Néstor, así que hay que ponerse a trabajar para preparar el acuerdo. El que va a armar todo es Alberto Fernández”. Ante un gesto mío, ella expresó: “Quedate tranquilo, eso no existe más, está totalmente superado”. Sabía lo que había pasado; evidentemente, él se lo había contado. Llegué a mi oficina y tenía un mensaje de Alberto en el telefax. Ahí volvimos a encontrarnos, pero después hizo lo mismo de siempre… Él bombeó –a esta altura, puedo decir que por suerte– cualquier participación nuestra en el gobierno de Kirchner. 

–¿Por qué?

–Porque es un mal bicho, un tipo cínico. No tiene principios.

–¿Qué piensa de la presidencia de Néstor Kirchner?

–Él tuvo mucho a favor, pero lamentablemente estuvo rodeado de gente que hacía negocios con la función pública. La demostración es su relación estrecha con Lázaro Báez…. Kirchner contó con una gran oportunidad, pero la desaprovechó absolutamente.

–¿Y Cristina?

–Fue la peor gobernante del país. Muy cerrada, rencorosa. Una mujer sin ninguna bondad.

–Vayamos más atrás: ¿qué opina de las presidencias de Menem?

–Fue un hombre que empezó con la hiperinflación y terminó gestando la bomba que estalló después, en 2001. Así como empezó, terminó. En el ínterin nos calzó el corsé del uno a uno, con lo cual hizo magia, pero las soluciones de un país no se dan por magia, sino por estructuras de fondo.

–¿Y ese corsé del uno a uno no sería, en una versión moderna, lo que pretende llevar adelante Milei con la dolarización?

–No, es distinto. Yo no estoy adscripto a la idea irrestricta de la dolarización, pero es otra cosa. Lo anterior era transformar el valor del peso en un dólar, y la dolarización, hoy, sería de uno a mil. Del uno a uno, de Cavallo y Menem, al uno a mil hay una diferencia numérica muy grande.

–¿Unir sigue formando parte de Juntos por el Cambio?

–La verdad es que Juntos por el Cambio, sin que se haya firmado el acta de defunción, está muerto. Ya no tiene sobrevida. Lo que sí la tiene es la reconfiguración del escenario político que inexorablemente vamos a tener, con fuerzas que impulsarán las reformas y otras que serán resistentes a los cambios. Algunos de los que resisten lo hacen por prejuicios o ideas equivocadas; otros, por intereses, por sus “kioscos”… En el mundo está demostrado que si no hay una asociación firme de lo privado con lo público, con lo público no basta; y con lo privado, sin la asistencia de un Estado que armonice, tampoco alcanza…

–¿Pero Javier Milei no quiere sacar al Estado de ese rol armonizador?

–No. Hay algunas posiciones que cruzan la raya, pero nadie puede negar que el Estado es indispensable. Igualmente, no todo puede estar en manos del Estado, porque eso, además, es fuente de corrupción.

–¿Se siente cercano a Milei?

–Me siento cercano a poner el hombro frente a una situación que no tiene vuelta atrás, porque regresar a lo otro sería peor.

–Pero lo que se quiere hacer ahora, ¿no se basa mucho en la teoría y poco en lo práctico?

–No. Siempre hay teorías. La justicia social también es una teoría. La doctrina de la justicia social, como pomposamente la llaman los peronistas, ¿en qué terminó? En un cincuenta por ciento de pobreza, quince de indigencia, sesenta y cinco de pobreza juvenil, inmigración de los jóvenes más capaces, una educación en ruinas… En la práctica, la justicia social fracasó, porque nos trajo a esta situación.

–Reitero: ¿se siente cercano a Milei?

–Sí, tenemos mucha cercanía.

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